Respeto por toda mujer

Mulieris dignitatem, V

Es una autentica revolución social la forma respetuosa en que Jesús tra­ta a toda mujer. Sí que hubo en la historia mujeres que destacaron por su poder, su talento y su dominio, pero fueron escasas excepciones, ya que el gé­nero femenino en general fue relegado a trabajos serviles.

En la Mulieris dignitatem, Juan Pablo II subraya: En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer, propia del tiempo; por el contrario, sus palabras y sus obras expre­san siempre el respeto y el honor debidos a la mujer. La mujer encorvada es llamada “hija de Abraham” mientras en toda la Biblia el título de“hijo de Abraham” se refiere solo a los hombres. Recorriendo la vía dolorosa hacia el Gólgota, Jesús dirá a las mujeres: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí". Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara “novedad” respecto a las costumbres dominantes en­tonces (13).

tenía Jesús en su mismo hogar, y como madre suya, a una mujer ín­tegra, que era toda la ley puesta en práctica, y en la que había leído, al abrir sus ojos infantiles ,la grandeza de espíritu de una criatura que se po­nía voluntaria y exclusivamente al servicio de los designios divinos.

Cristo las ama.

Jesús ama a la mujer porque conoce su dignidad, que no consiste en sus ri­quezas materiales, ni en su sabiduría, ni en su belleza física, ni en sus cualidades humanas. La dignidad posee una raíz más solida: Dios creó a cada mujer, amó a cada mujer, dirige a cada mujer, destina a cada mujer al Reino de la felicidad eterna. Y la coloca en un lugar determinado y en una situación especial para que complete la misión de Jesús en la Iglesia y en la socie­dad.

Juan Pablo resalta luminosamente la razón de este amor: La actitud de Jesús en relación con las mujeres que se encuentran con El a lo largo del camino de su servicio mesiánico, es el reflejo del designio eterno de Dios que, al crear a cada una de ellas, la elige y la ama en Cristo. Por esto, cada mujer es la “única criatura en la tierra que Dios ha querido por sí misma", cada una hereda también desde el “principio” la dignidad de persona precisa­mente como mujer. Jesús de Nazaret confirma esta dignidad, la recuerda, la re­nueva y hace de ella un contenido del Evangelio y de la redención, para lo cual fue enviado al mundo. Es necesario, por consiguiente, introducir en la di­mensión del misterio pascual cada palabra y cada gesto de Cristo respecto a la mujer (13).

Cualquiera mujer, aun la oculta en una inmunda choza del bosque, entra dentro de los planes divinos. Es una protagonista que tiene enorme importancia en los planes divinos. No la creó por azar, sino tras una preferencia que la eligió entre millones de seres posibles. Y la prefirió para que, dentro de la Iglesia, verificase una función que sólo ella puede realizar.

Una mujer puede estar despreciada y abandonada por los hombres. Pero siem­pre ocupará un lugar eminente en la estimación de Dios, que de ella espera el amor y la rectitud que la conviertan en una imperceptible pero eficaz rueda en el reloj que señala la hora al mundo.

Jesús no excluye a ninguna mujer. Las que aparecen en el evangelio son, en general, sin relieve social, hasta despreciadas por su profesión y su en­trega al pecado. Se hizo acompañar y financiar por mujeres modestísimas, cuando podía haber atraído a figuras representativas de la alta sociedad.

El adulterio interior.

Toda persona que desee, simplemente en su interior, a una mujer, ha cometi­do adulterio con ella; es que el pensamiento y el deseo son una acción inte­lectual comparables en maldad a una violación sexual. Porque el simple deseo torcido, fuera de su ámbito, es un insulto a la dignidad femenina. ¡Con qué hondura lo explana el Papa!: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya co­metió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28). Estas palabras dirigidas directamente al hombre muestran la verdad fundamental de su responsabilidad hacia la mujer, hacia su dignidad, su maternidad, su vocación. Cristo hacía to­do lo posible para que, en el ámbito de las costumbres y relaciones sociales del tiempo, las mujeres encontrasen en su enseñanza y en su actuación la propia subjetividad y dignidad (14).

Una vez dadas las condiciones por Jesús, es la mujer misma la que ha de buscar el ejercicio de su dignidad. Ningún trabajo por humilde que sea, nin­gún ambiente pobre en el que haya de vivir, ningún grado de pobreza en el que haya de desarrollar su actividad, la degrada, sino su rebelión a los planes de Dios, su olvido del Amor, su desprecio de los caminos que Dios diseñó para ella en particular. Toda mujer ha sido creada para ser hija de Dios, ín­tima amistad de Dios, defendida por Dios y destinada por Dios a la felicidad de su Reino; lo que conviene es que ella misma se dé cuenta de su dignidad interior y sepa respetarla y conservarla.

Tome ejemplo de las mujeres que conocieron a Jesús; que demostraron hacia Jesús y su misterio una sensibilidad especial que corresponde a una carac­terística de su femineidad. Lo demuestran estando junto a Jesús en la cruz mientras han huido los Apóstoles; junto al sepulcro, ilusionadas e incansables; son las primeras que lo encuentran vacío; las primeras que oyen de los Ángeles que ha resucitado, las primeras que abrazan los pies del Resucitado; las primeras en anunciar la Resurrección a los demás (16).

La mujer que comprenda este amor preferente de Dios, no será derrotada ni por la pobreza, ni por el poder masculino, ni por la soledad. Porque sabe que Dios está con ella siempre y en todo lugar.

1 comentario

  
últimas palabras
Buen post. Gracias.
29/11/13 9:34 PM

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