Minucioso estudio para comprender el Apocalipsis a fondo. Luz sobre el libro más desconocido de la Biblia

El plan de Dios, Génesis y Apocalipsis es una obra compuesta por siete volúmenes, de los cuales los dos primeros ya están disponibles en Amazon en formato digital y también en tapa blanda y dura. El resto se encuentra en proceso de maquetación y se irán publicando conforme vayan quedando listos, con la previsión de que la colección completa esté disponible hacia finales de este año.

Entrevistamos a su autor Juan Carlos Chamorro Jiménez.

Inició sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, dentro del área de Humanidades, en la especialidad de Filosofía, aunque quedaron inacabados. Su trayectoria profesional se ha desarrollado principalmente como industrial de Artes Gráficas, al frente de una imprenta familiar, y durante un tiempo también en el ámbito de la importación y venta de automóviles, tanto nacionales como procedentes del extranjero.

Posteriormente orientó su formación hacia la gemología, obteniendo el título de Diplomado en Gemología por el Instituto Gemológico Español, organismo dependiente del Instituto Geológico y Minero de España y adscrito al Ministerio de Ciencia y Tecnología. En esta misma institución se especializó en diamante, realizó un Máster en piedras de color (esmeralda, rubí y zafiro), se acreditó como experto tasador en joyas y completó un curso monográfico sobre perlas e imitaciones.

En la actualidad está jubilado y dedica su tiempo a la escritura. Ha publicado El Fin de los Tiempos en las revelaciones privadas católicas (dos volúmenes) y una adaptación al español actual de tres obras de Santa Teresa de Jesús: El libro de la vida, Las Moradas del Castillo Interior y Camino de perfección. Actualmente está finalizando el proyecto El plan de Dios, Génesis y Apocalipsis, que presenta en esta entrevista.

Punto de partida y propósito del libro

¿Qué le llevó a escribir un libro sobre la relación entre el Génesis y el Apocalipsis?

Este libro es fruto de la evolución de mi camino personal iniciado en mi conversión, en el año 2008. Hace algo más de dos años me propuse comprender el Apocalipsis, porque veía que la mayoría de interpretaciones se quedaban en lecturas caóticas, tomando versículos sueltos y asociándolos a profecías o revelaciones privadas, sin una visión completa del conjunto. Fue al intentar leerlo con una mirada global cuando descubrí que el libro tenía una estructura propia y coherente. Esa certeza me abrió una nueva perspectiva: el Apocalipsis debía entenderse como un todo, y no como un relato fragmentado ni como una fábula moral. El propio texto afirma que lo que se revela a Juan son las cosas que han de suceder, mostrando su carácter profético. Comprendí entonces que no se trataba de un relato periodístico con detalles minuciosos, sino de una visión del desarrollo de los acontecimientos de la historia. A partir de ahí me impresionó también el simbolismo que recorre sus páginas, un lenguaje que, con el tiempo, descubrí que estaba tomado de la misma Escritura y que le da al libro una continuidad admirable con toda la Biblia.

Al acercarme al Apocalipsis como el último libro de la Escritura, comprendí que no podía separarlo del conjunto de la Palabra de Dios. Su comienzo está en el Génesis, donde se revela el acto creador y el sentido de la creación, y su culminación está en el Apocalipsis, donde todo alcanza su plenitud. Ambos libros enmarcan el resto de la Biblia y le dan unidad, mostrando de principio a fin el designio de Dios. Lo que me interpela de forma personal, y al mismo tiempo interpela a todo hombre, ya que este designio tiene siempre al ser humano como destinatario, como criatura llamada a vivir en comunión con su Creador. De ahí nace también el título de mi obra, El plan de Dios, porque todo el recorrido bíblico está dirigido al hombre, que aparece como centro del proyecto de amor que Dios ha manifestado a lo largo de la historia.

Otra motivación importante fue constatar que el Apocalipsis, cuyo mismo título significa “Revelación”, resulta en cambio uno de los libros más incomprendidos. Me dolía ver que muchos lo miran con desconfianza o lo dejan de lado, cuando en realidad encierra un mensaje de esperanza luminosa. Yo mismo sentí la necesidad de encontrar respuestas claras, de profundizar en su lenguaje y en su sentido espiritual, porque intuía que no podía ser un texto relegado a la curiosidad o al miedo.

Por todo ello decidí escribir. Quería compartir la certeza de que la Biblia tiene una coherencia profunda, que el principio y el fin están unidos en el corazón de Dios, y que comprender esa unidad da luz también a nuestro presente. Mi propósito es ayudar a descubrir que el plan de Dios no es algo abstracto, sino una verdad que toca la vida concreta de cada persona: nos muestra de dónde venimos, hacia dónde vamos y cómo vivir hoy con fidelidad y esperanza.

Si tuviera que resumir en una idea central el mensaje de esta obra, ¿cuál sería?

Diría que nuestra vida y la historia entera solo encuentran sentido dentro del plan de Dios. Ese plan se inicia en el Génesis, donde descubrimos que fuimos creados para vivir en comunión con Él, y se consuma en el Apocalipsis, donde se nos revela la victoria final de Cristo y la restauración plena de todo lo que se perdió. Entre ambos extremos se desarrolla un camino que pasa por la caída, la promesa, la redención y la esperanza del Reino.

Pero no se trata solo de una verdad bíblica o teológica, sino de una certeza que toca la vida personal. Cada uno de nosotros está incluido en ese plan: no somos fruto del azar ni piezas anónimas de la historia, sino criaturas queridas por Dios y llamadas a una plenitud eterna. Comprender esto da luz a nuestro presente, porque incluso lo que parece oscuro o incomprensible forma parte de un designio mayor en el que Dios no deja de actuar.

Este mensaje tiene además una fuerza especial en los tiempos actuales, marcados por crisis sociales, culturales y espirituales. El Apocalipsis, lejos de ser un libro de temor, nos recuerda que la victoria de Cristo está asegurada y que nada escapa a la Providencia de Dios. Por eso, al contemplar juntos el principio y el fin, aprendemos a vivir el presente con esperanza, sabiendo que nuestra historia personal y la historia del mundo se dirigen hacia una plenitud ya conquistada por Cristo.

La idea-fuerza: el plan de Dios

¿Cómo ilumina la enseñanza sobre el plan de Dios la vida del cristiano en el mundo actual?

Dandole certeza de que nada es producto del azar. El mismo desarrollo del Apocalipsis, que es una profecía, lo muestra con claridad: aunque a nosotros nos resulte difícil entender el porqué de muchas cosas, Dios es quien controla la historia y conduce todo hacia su plenitud. Esta convicción cambia la forma de mirar la vida y de situarnos en el mundo, porque nos libera de la sensación de abandono o de caos, y nos recuerda que incluso lo que parece oscuro tiene un lugar dentro de un designio de amor.

En el plano personal, esto significa que cada cristiano puede vivir con serenidad interior, sabiendo que su vida tiene sentido y está sostenida por la Providencia. Las pruebas, el sufrimiento, las crisis familiares o laborales no son la última palabra, sino momentos que Dios puede transformar en camino de crecimiento y de purificación. Esa certeza da paz, incluso en medio de las dificultades, porque sabemos que la historia de cada uno forma parte de una historia mayor: la de la salvación que Dios está realizando en el mundo.

En el plano comunitario y cultural, esta visión también ofrece esperanza. El mundo atraviesa crisis profundas —sociales, culturales y espirituales—, y a menudo se extiende la sensación de incertidumbre o desesperanza. Pero cuando comprendemos el plan de Dios, aprendemos a mirar la historia con otros ojos: sabemos que la victoria de Cristo está asegurada, que la Iglesia es sostenida por la fidelidad de su Señor, y que el futuro no depende solo de fuerzas humanas, sino del designio de Dios que guía todo hacia la plenitud de su Reino.

Por eso, más allá de interpretaciones complejas o de especulaciones sobre el futuro, el mensaje central para el cristiano hoy es que el plan de Dios es su salvación. Vivir conscientes de ello nos permite mantener la calma, perseverar en la fe y caminar con esperanza en medio de la confusión, porque sabemos que el Señor tiene la última palabra sobre nuestra vida y sobre la historia.

Origen y destino: de Génesis a Apocalipsis

¿Por qué son decisivos el Génesis y el Apocalipsis como inicio y cierre de la Revelación?

Porque marcan los dos extremos del plan de Dios. El Génesis nos muestra el origen de todo: la creación del mundo, la dignidad del hombre, su vocación a la comunión con Dios y el propósito inicial de vivir en armonía con Él, con los demás y con la creación. Allí se nos revela la intención primera de Dios, que no es otra que la vida y la salvación.

El Apocalipsis, en cambio, nos abre a la meta final. No solo es el último libro en el orden de la Biblia, sino la consumación profética de todo lo anunciado. En él se muestra que ese plan inicial no quedó anulado por el pecado, sino que alcanza en Cristo una plenitud aún mayor. Lo que se perdió en el Edén —el acceso al árbol de la vida, la comunión plena con Dios, la armonía entre cielo y tierra— es restaurado y llevado a su cumplimiento en la Jerusalén celestial. Por eso ambos libros no pueden entenderse separados: uno narra el origen, el otro la consumación, y juntos enmarcan toda la historia de la salvación.

Esta unidad ilumina el sentido de la Escritura y de la vida. Comprendemos que no estamos ante relatos aislados, sino ante un designio coherente de Dios, que comienza en el primer día de la creación y culmina en el séptimo “día” de descanso, simbolizado en la plenitud del Reino. Todo lo que ocurre entre esos dos puntos —patriarcas, profetas, alianzas, la encarnación de Cristo, la misión de la Iglesia— es parte de un mismo camino guiado por Dios hacia su meta final.

Además, esta visión tiene una aplicación muy concreta para el cristiano de hoy. Saber que la historia tiene un origen en Dios y un destino en Él mismo nos libera de la sensación de vacío o de absurdo. La vida no es un círculo sin sentido, ni una sucesión de azares, sino un camino que va de la creación a la gloria. Eso significa que también nuestra vida personal tiene un inicio querido por Dios y una meta que nos espera en la eternidad. Entre el principio y el fin, estamos llamados a vivir con fidelidad, a interpretar lo que sucede a la luz de la fe y a mantener la esperanza, incluso en tiempos de prueba.

En definitiva, Génesis y Apocalipsis son decisivos porque nos recuerdan que toda la historia humana está abrazada por el plan de Dios: Él tuvo la primera palabra al crearnos, y tendrá la última al restaurarlo todo en Cristo. Esa certeza da sentido al pasado, al presente y al futuro, y es una fuente de paz para vivir cada día con confianza.

¿De qué manera convergen estos dos libros y se complementan entre sí?

Ambos libros, aunque se sitúan en los extremos de la Escritura, en realidad forman parte de un mismo designio que tiene su centro en Cristo. El Génesis abre el relato mostrando el origen: la creación del hombre, el don de la vida y la comunión con Dios. El Apocalipsis lo cierra revelando la consumación: la victoria definitiva de Cristo, la restauración plena de la creación y la vida eterna junto a Dios. De esta forma, el inicio y el final de la Revelación no se contradicen ni se alejan, sino que se complementan y se iluminan mutuamente.

En el Génesis encontramos la semilla de muchas realidades que en el Apocalipsis alcanzan su plenitud. Allí se nos habla del paraíso, del árbol de la vida, de la armonía entre Dios y el hombre. En el Apocalipsis, esas mismas realidades aparecen restauradas: la nueva Jerusalén desciende del cielo como morada de Dios con los hombres, el árbol de la vida vuelve a estar presente, y la comunión con Dios se establece para siempre. Lo que estaba en germen en el principio se revela en toda su grandeza al final.

También se complementan en la manera de presentar la condición humana. En el Génesis se narra la caída del hombre, la ruptura con Dios y la herida del pecado que marca toda la historia. En el Apocalipsis, en cambio, se nos muestra que esa herida no es definitiva: el Cordero ha vencido, el mal es derrotado y la comunión se restablece. El primer libro explica por qué necesitamos la redención; el último muestra cómo esa redención se consuma en Cristo.

En un sentido simbólico, Génesis y Apocalipsis se corresponden como el alfa y la omega. El primero nos habla del principio del tiempo y de la creación; el último nos abre al final del tiempo y a la eternidad. Entre ambos se despliega toda la historia de la salvación. Esa complementariedad hace que la Biblia no sea un conjunto fragmentado de libros, sino un único relato coherente en el que Dios se revela paso a paso, hasta mostrar el destino final preparado para la humanidad.

Pero esta convergencia no es solo un tema de estudio bíblico: tiene una aplicación muy concreta para nuestra vida. Si en el Génesis reconocemos que hemos sido creados por amor y para la comunión con Dios, en el Apocalipsis descubrimos que ese amor no ha sido anulado por el pecado, sino que ha salido victorioso en Cristo. Esto significa que nuestra vida personal también está llamada a recorrer ese mismo camino: desde el origen, marcado por la vocación a la santidad, hasta el destino final, que es la vida eterna. Saber que el principio y el fin están unidos en Dios nos ayuda a interpretar el presente con confianza, porque lo que hoy vivimos, con sus dificultades y pruebas, se inserta en un plan más grande que nos conduce hacia la gloria.

En definitiva, Génesis y Apocalipsis convergen en Cristo. El primero anuncia la promesa y revela el designio inicial de Dios; el segundo muestra su cumplimiento y nos abre a la esperanza definitiva. Juntos forman un marco perfecto que da unidad a la historia de la salvación y que permite al creyente vivir el presente con certeza y paz, sabiendo que lo que Dios comenzó en el principio lo llevará a término en el final.

La profecía del Génesis sobre la victoria del linaje de María sobre la serpiente anuncia una batalla final. ¿Cómo se refleja este anuncio en el Apocalipsis?

En el Génesis encontramos la primera gran promesa después del pecado original: Dios anuncia que pondrá enemistad entre la serpiente y la mujer, y entre la descendencia de la serpiente y la de la mujer. Ese “protoevangelio” es como una semilla que abre toda la historia de la salvación: por un lado, el mal que trata de apartar al hombre de Dios, y por otro, una mujer cuyo linaje traerá la victoria.

El Apocalipsis retoma esta misma imagen y la lleva a su plenitud. Allí vemos a la “mujer vestida de sol”, que da a luz al Hijo llamado a regir a todas las naciones, mientras el dragón intenta destruirlo. Esta mujer representa varias realidades: en primer lugar a María, la Madre de Jesús, porque en su maternidad se cumple la promesa del Génesis; también representa al pueblo de Dios, primero Israel y después la Iglesia, que es perseguida pero protegida por el Señor. El dragón, en cambio, simboliza a Satanás, la serpiente antigua, que reaparece con toda su fuerza para intentar derrotar el plan de Dios.

La batalla entre ambos linajes —los hijos de la mujer y los seguidores del dragón— recorre toda la historia y en el Apocalipsis aparece con especial claridad. El dragón lucha contra “los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús”: ese es el pueblo fiel, los verdaderos hijos de la mujer. Por tanto, lo que se anuncia en el Génesis como una enemistad queda reflejado en el Apocalipsis como un combate que atraviesa la historia hasta llegar a su desenlace final, donde la victoria está asegurada en Cristo.

Me parece muy significativo que la Biblia comience y termine con esta misma tensión: la serpiente que divide y la mujer que da vida. Es una forma de mostrarnos que la lucha entre el bien y el mal no es un accidente, sino un hilo que acompaña al hombre desde los orígenes hasta el fin, y que en María y en su descendencia encuentra la respuesta definitiva. Por eso el Apocalipsis no solo confirma la promesa del Génesis, sino que la completa: lo que empezó como un anuncio se convierte en certeza de victoria.

El misterio del Apocalipsis

¿Por qué resulta difícil entender bien el Apocalipsis, e incluso algunos llegan a despreciarlo?

Porque no es un libro que hable con un lenguaje directo, como pueden hacerlo los Evangelios o las cartas de San Pablo. Está escrito en un estilo profético y simbólico, lleno de imágenes, números, visiones y figuras que, a primera vista, pueden desconcertar. El lector actual, acostumbrado a un lenguaje más literal, se encuentra con dragones, bestias, ángeles, trompetas o cálices, y fácilmente puede sentir que se trata de algo lejano, enigmático o incluso inaccesible.

Además, a lo largo de la historia ha habido interpretaciones muy diversas y a veces contradictorias. Unos lo han visto como un manual para descifrar fechas del fin del mundo, otros lo han reducido a un conjunto de alegorías sin conexión con la vida real. Eso ha hecho que muchos se acerquen con miedo o con desconfianza, y que otros lo desprecien considerándolo un libro extraño o poco útil.

En realidad, el problema no está en el libro, sino en la manera de leerlo. El Apocalipsis no fue escrito para sembrar miedo ni para satisfacer la curiosidad sobre lo que ocurrirá en el futuro, sino para fortalecer la fe de los cristianos perseguidos y sostener la esperanza en medio de la tribulación. Es un libro profundamente espiritual, que utiliza un lenguaje simbólico porque quiere hablar no solo a la razón, sino también a la imaginación y al corazón.

Por eso, cuando se entiende en su contexto, el Apocalipsis deja de ser un enigma y se revela como lo que realmente es: una revelación de Cristo resucitado, que muestra la victoria definitiva de Dios sobre el mal. El desprecio o el miedo suelen venir de la incomprensión; en cambio, cuando se lo contempla con fe, el Apocalipsis se convierte en una fuente de esperanza y de consuelo.

¿En qué sentido puede considerarse un libro profético?

Es un libro profético en un sentido pleno. A veces se piensa que profecía” significa únicamente hablar del futuro en clave simbólica, o que solo ofrece una interpretación espiritual de la historia. Eso es cierto en parte, pero el Apocalipsis va más allá: anuncia también hechos concretos que se producirán en el curso de la historia, desde la muerte y resurrección de Cristo hasta el final del mundo, pasando por los últimos tiempos y la Parusía.

Es cierto que utiliza un lenguaje cargado de imágenes: sellos, trompetas, copas, bestias, dragones. Pero esas imágenes no son simples metáforas vacías; son símbolos que señalan realidades concretas. Por ejemplo, la apertura de los sellos anuncia acontecimientos muy precisos: la apostasía, la guerra, la carestía, las pestes… todo ello formando parte de un proceso histórico que desemboca en la intervención de Dios y en el desenlace final. El lenguaje simbólico es la forma de expresarlo, pero lo que se anuncia son hechos que tendrán lugar de manera real.

De este modo, el Apocalipsis no solo interpreta el presente ni transmite un mensaje espiritual de esperanza, sino que también revela el orden de los acontecimientos que marcan la historia de la salvación hasta su consumación. Por eso puede considerarse un libro profético en el sentido más pleno: porque interpreta la realidad, sostiene la esperanza y anuncia el futuro que vendrá.

Esa dimensión profética es lo que lo hace tan actual. No estamos ante un libro enigmático o esotérico, sino ante una palabra viva que muestra con claridad que la historia está en manos de Dios y que todo se dirige hacia un cumplimiento definitivo en Cristo.

¿Cuál es el acontecimiento central que articula el Apocalipsis?

Sin lugar a dudas, la victoria de Cristo. Todo el libro, con sus símbolos, visiones y juicios, gira en torno a esta verdad: el Cordero inmolado y resucitado es el Señor de la historia y el único capaz de conducirla hasta su plenitud. Desde las primeras páginas, cuando Juan contempla al Hijo del Hombre glorioso que camina en medio de los candeleros, hasta la visión final de la Jerusalén celestial, lo que sostiene el relato es la certeza de que Cristo ha vencido al pecado y a la muerte y que esa victoria se manifestará plenamente en el desenlace de los tiempos.

El Apocalipsis es, por tanto, una gran revelación de Cristo en su gloria. Cada escena, cada visión y cada símbolo tienen como trasfondo esa misma verdad: que Él está en el centro y que toda la historia se ordena en función de su triunfo. Por eso aparece representado como el Cordero degollado que está de pie, el único digno de abrir los sellos de la historia y de revelar el curso de los acontecimientos. A partir de esa imagen central se entiende todo lo demás: su entronización en el cielo como digno de recibir poder y gloria, el juicio sobre las potencias que se rebelan contra Dios y el anuncio de que ningún poder humano ni espiritual podrá prevalecer contra Él. Esa victoria culmina en su venida gloriosa, cuando se manifiesta como Rey de reyes y Señor de señores, y en la instauración de la Jerusalén celestial, donde se consuma la comunión eterna con Dios. En definitiva, todo el Apocalipsis se articula en torno a esta certeza: el mismo Cristo que murió y resucitó es quien guía la historia, derrota definitivamente al mal y abre para la humanidad el acceso a la vida eterna.

El número siete aparece constantemente en sus páginas y marca su estructura. ¿Qué significado tiene?

En la tradición bíblica, el número siete expresa plenitud y perfección, y por eso ocupa un lugar central en la estructura del Apocalipsis. Ya en el Génesis lo encontramos asociado a la creación, cuando Dios obra en seis días y en el séptimo descansa, cerrando así la obra con un sentido de totalidad y de cumplimiento. Esa misma clave simbólica es la que se emplea en el Apocalipsis para estructurar toda la Revelación final.

El libro está recorrido de principio a fin por septenarios. Los más conocidos son los cuatro grandes: las cartas a las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas de la ira de Dios. Pero no se limita a ellos: encontramos también los siete truenos, las siete bienaventuranzas repartidas a lo largo del texto o los siete personajes principales que intervienen en la gran tribulacióla mujer, el dragón, el hijo varón, Miguel, la bestia del mar, la bestia de la tierra y el Cordero, además de otras referencias que vuelven una y otra vez sobre el siete como medida perfecta.

Este recurso no es casual ni meramente literario: con él se nos muestra que cada etapa descrita en el Apocalipsis es completa y cerrada en sí misma, que nada queda al margen del plan de Dios y que todo se desarrolla de manera ordenada hasta llegar a su plenitud. Así, cada septenario ofrece una visión acabada: en las cartas a las iglesias se abarca la realidad entera de la Iglesia en el mundo, en los sellos se abre el sentido profundo de la historia, en las trompetas se muestra el juicio parcial de Dios sobre la humanidad, y en las copas se revela la culminación de su justicia y la purificación del mundo antes de la segunda venida de Cristo.

En definitiva, el número siete en el Apocalipsis es una constante que asegura al lector que lo que contempla no es un fragmento inconexo, sino una totalidad dentro del plan de Dios. Es el modo en que la Revelación nos dice que la historia no avanza sin rumbo, sino que tiene un principio y un fin, y que todo lo que Dios anuncia se cumplirá en su perfección, tal como al principio completó su obra en siete días de creación.

Figuras y símbolos escatológicos

¿Qué figuras principales presenta el Apocalipsis y qué representan?

El Apocalipsis está lleno de símbolos, pero dentro de esa riqueza hay un conjunto de figuras que sobresalen porque ayudan a comprender el núcleo de su mensaje. La figura principal es sin duda el Cordero, que representa a Cristo muerto y resucitado. Se le presenta degollado pero de pie, lo que significa que ha pasado por la muerte, pero vive para siempre. Es el único digno de abrir el libro sellado, porque solo Él, con su entrega en la cruz y su victoria pascual, ha podido reconciliar al mundo con Dios. El Cordero no es una imagen secundaria: aparece en el centro mismo del trono de Dios, en igualdad de dignidad con Aquel que se sienta en el trono, porque es la segunda Persona de la Trinidad. El Apocalipsis lo coloca como la clave de toda la historia.

Alrededor del trono, otra figura esencial es precisamente el Trono de Dios. Más que un objeto decorativo, representa el signo de la soberanía absoluta de Dios sobre la historia. Desde él se emiten las órdenes, los juicios y los designios que marcan el desarrollo de los acontecimientos. La visión del trono subraya que, aunque el mundo atraviese persecuciones y tribulaciones, todo sigue bajo la autoridad de Dios y no hay nada que escape a su voluntad.

En torno al trono aparecen también los veinticuatro ancianos, que representan al pueblo de Dios en su totalidad: las doce tribus de Israel y los doce apóstoles, es decir, la Antigua y la Nueva Alianza unidas en una única realidad. Ellos aparecen revestidos de blanco y coronados, participando de la victoria de Cristo y ofreciendo su adoración constante, lo que muestra que la meta última de la humanidad es alabar a Dios en comunión con Él.

Junto a ellos están los cuatro vivientes, figuras misteriosas que recuerdan tanto a los querubines descritos por Ezequiel como a los serafines contemplados por Isaías. Su misión es proclamar sin cesar la santidad de Dios, rodeando el trono y recordando que la gloria del Señor abarca cielo y tierra. En ellos se manifiesta la creación espiritual más cercana a Dios, que participa de modo permanente en la liturgia celestial y sostiene con su alabanza el misterio de la historia.

Otra figura muy significativa es la de la Mujer vestida de sol, que aparece en el capítulo 12. Ella representa de manera simultánea a María, a Israel y a la Iglesia. Es madre del Mesías y madre también de sus discípulos, y aparece perseguida por el dragón, pero protegida por Dios en el desierto. Su figura muestra cómo la fidelidad de Dios se manifiesta en medio del combate, y cómo la maternidad de María y de la Iglesia es esencial para la vida cristiana.

El dragón, identificado con la serpiente antigua, es Satanás, el gran adversario de Dios, que aparece desplegando toda su violencia. Es él quien entrega su poder a la bestia del mar, figura que no se queda en un simple símbolo, sino que anuncia la aparición real del Anticristo último, con un poder político y militar que seducirá a las naciones y perseguirá a los fieles. Junto a ella surge la bestia de la tierra, también llamada el falso profeta, que del mismo modo será un personaje concreto en los últimos tiempos, encargado de sostener con su engaño ideológico y religioso la autoridad del Anticristo. Estas dos bestias, unidas al dragón que las inspira, muestran la cara visible de la persecución contra el pueblo de Dios, pero al mismo tiempo el Apocalipsis anuncia con claridad su derrota definitiva.

A estas figuras se añaden otras que marcan momentos decisivos del relato. Hablo de los tres heraldos que, en el corazón del libro, proclaman mensajes que a mí me parecen esenciales: el anuncio del Evangelio eterno a todas las naciones, la declaración de la caída de Babilonia y la advertencia solemne frente a la adoración de la bestia. También aparecen las tres ranas, espíritus de mentira que salen de la boca del dragón, de la bestia y del falso profeta para seducir a los reyes de la tierra y arrastrarlos a la gran batalla.

Quiero subrayar además dos presencias clave: el hijo varón, “destinado a regir a todas las naciones”, que pone de relieve el carácter mesiánico del combate y concentra la mirada en Cristo; y san Miguel, que encabeza la batalla celestial y precipita al dragón y a sus ángeles, dejando claro que el poder de Dios gobierna la historia incluso en los momentos más oscuros. En este mismo horizonte se comprende la figura de Babilonia, la gran ramera: un sistema religioso, cultural, político y económico que seduce con su brillo y su riqueza, embriaga a las naciones y persigue a los santos, y que, sin embargo, está destinado a caer con estrépito cuando se revele su corrupción.

Junto a estas imágenes, el libro despliega muchas otras que completan el cuadro: los siete ángeles que derraman las copas, los jinetes que se desatan al abrirse los sellos y, en contraste luminoso, la nueva Jerusalén que desciende del cielo como esposa preparada para su esposo. En conjunto, todas estas figuras —el Cordero y el Trono, los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes, la Mujer y el hijo varón, el dragón con sus dos bestias, san Miguel, los heraldos, las ranas, Babilonia y la Jerusalén gloriosa— trazan, a mi juicio, el mapa simbólico que permite leer la historia en clave de fe: un combate real en el que intervienen personajes y poderes que se manifestarán en la escena del mundo, y cuyo desenlace queda sellado por la victoria de Cristo.

¿Cómo se manifiestan en él las figuras del Anticristo y del falso profeta?

En el Apocalipsis las figuras del Anticristo y del falso profeta aparecen bajo la imagen de dos bestias inseparables. La primera surge del mar y recibe el poder directamente del dragón, que es Satanás. Esta bestia representa al Anticristo en sentido pleno: un personaje real que se levantará al final de los tiempos, con un poder político y militar que seducirá a las naciones y perseguirá con dureza a los fieles. No es solo un símbolo genérico del mal, sino la figura concreta de aquel que encarnará la oposición más radical contra Dios.

La segunda bestia, que asciende de la tierra, es el falso profeta. También será un personaje real en los últimos tiempos y actuará como colaborador directo del Anticristo. Su misión será engañar, sostener ideológicamente el dominio del primero y presentar su poder como algo admirable. Con signos y prodigios falsos buscará imponer la adoración de la primera bestia y marcar con el sello de su dominio a quienes se sometan a ella. En este sentido, representa el rostro religioso e ideológico del engaño, una falsificación de la verdad destinada a apartar a los hombres de Cristo.

Ambos, unidos al dragón que les da su poder, forman una especie de tríada infernal que se opone directamente a la Trinidad divina. Frente al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, aparecen el dragón, el Anticristo y el falso profeta, como una parodia blasfema que busca suplantar a Dios. Pero el Apocalipsis no deja lugar a dudas: aunque logren seducir y dominar por un tiempo, su destino es la derrota definitiva cuando Cristo venga en gloria.

Al leer estas páginas me impresiona ver cómo se describe con tanta claridad la dinámica de estas figuras: el Anticristo como líder político y perseguidor, el falso profeta como engañador ideológico y religioso, y ambos sosteniendo un sistema global de mentira que tendrá apariencia de fuerza invencible, pero que está condenado a caer. Me parece fundamental destacar que el Apocalipsis no habla de ellos para infundir miedo, sino para abrirnos los ojos y prepararnos en la fe, sabiendo que el desenlace ya está escrito: la victoria de Cristo sobre el mal.

El Catecismo, en los números 675, 676 y 677, habla de la última prueba de la Iglesia. ¿Cómo está presente en el Apocalipsis?

Estos numerales del Catecismo recogen de manera admirable lo que el Apocalipsis anuncia sobre la última prueba de la Iglesia. El 675 enseña que la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de muchos creyentes, y el Apocalipsis lo refleja cuando describe la irrupción de la bestia del mar y de la bestia de la tierra. Una, con un poder político y militar de alcance mundial, encarna la figura del Anticristo; la otra, el falso profeta, sostiene su dominio mediante prodigios engañosos y una impostura religiosa destinada a desviar a los hombres del verdadero Evangelio.

El número 676 del Catecismo señala que esta gran impostura consistirá en la presentación de una solución aparente a los problemas de la humanidad, una especie de mesianismo político y terrenal que pretende instaurar un reino inmediato y autosuficiente. Esto es lo que el Apocalipsis expresa al mostrar la seducción de las naciones, la imposición de una marca y la instauración de un sistema que busca sustituir el Reino de Cristo por una falsificación del mismo.

Finalmente, el 677 enseña que la Iglesia seguirá a su Señor en su pasión y en su muerte, pasando por un camino de persecución y de purificación antes de entrar en la gloria del Reino. El Apocalipsis lo muestra cuando describe la persecución del dragón contra la mujer y contra los que guardan el testimonio de Jesús, así como la aparente victoria de las fuerzas del mal, que prepara el desenlace definitivo en la venida gloriosa de Cristo.

De esta manera, Catecismo y Apocalipsis se iluminan mutuamente: el primero ofrece la interpretación doctrinal, y el segundo la narración profética con sus imágenes. En ambos encontramos la misma enseñanza: la Iglesia afrontará una gran prueba, aparecerá un poder seductor que intentará sustituir el Reino de Dios, y el pueblo fiel deberá perseverar, sabiendo que esta purificación prepara la plena manifestación del plan de Dios en la historia.

Mensaje para hoy y dimensión espiritual

¿Qué signos nos ayudan a reconocer que vivimos en los últimos tiempos?

Cuando me preguntan por los signos de los últimos tiempos, pienso inmediatamente en los cuatro primeros sellos del Apocalipsis, los cuatro caballos que marcan el inicio del libro. El primero de ellos anuncia la apostasía, ese abandono progresivo de la fe que hoy se percibe con claridad en tantas sociedades de tradición cristiana que han dado la espalda a Dios y han reducido el Evangelio a algo marginal.

El segundo caballo representa la guerra y la violencia, una realidad que no ha dejado de acompañar a la humanidad y que en nuestros días sigue creciendo en intensidad y alcance, con conflictos que afectan a naciones enteras y con un riesgo cada vez mayor de extensión mundial. El tercero señala la carestía y las crisis económicas, que se manifiestan en la desigualdad creciente, en la fragilidad de los sistemas financieros y en la pobreza que golpea a millones de personas. El cuarto caballo anuncia las pestes y enfermedades, y no es difícil reconocer en nuestra propia época cómo pandemias y catástrofes sanitarias sacuden al mundo, recordándonos la vulnerabilidad de la condición humana.

Estos cuatro caballos son, en el fondo, los dolores de parto de la historia. Son consecuencia de los actos del hombre, de su alejamiento de Dios, de la violencia que engendra contra sí mismo y contra la creación. No proceden directamente de la acción de Dios, sino que son fruto de la libertad humana mal empleada, que abre la puerta al sufrimiento y al desorden. Y, según el Apocalipsis, constituyen el inicio de ese camino que desemboca en la gran confrontación final.

Los demás septenarios del Apocalipsis —las trompetas y las copas, entre otros— aún no se han manifestado, porque forman parte de la respuesta de Dios al pecado y de la consumación de su plan en la historia. Por eso, al contemplar los signos actuales, comprendo que estamos ante el comienzo de ese proceso, marcado por los cuatro primeros sellos, y que todo se encamina hacia un desenlace en el que Dios intervendrá para llevar la historia a su plenitud.

¿Cuál es, en su opinión, el mensaje teológico y espiritual más profundo del Apocalipsis?

La certeza de que Dios dirige a sus hijos para que comprendamos con claridad por qué hemos sido creados. Todo el libro nos recuerda que el plan de Dios tiene como centro su amor al hombre y que desde el principio quiso darnos la vida eterna con Él. Tras la caída de la primera pareja, heredamos el pecado original, pero Dios no nos dejó a nuestra suerte: desde ese mismo instante trazó un plan de salvación que recorre toda la Escritura y que alcanza su plenitud en Cristo.

El Apocalipsis recoge ese plan en su última etapa y nos lo presenta en clave profética. Nos muestra lo que sucederá desde la muerte y resurrección de Cristo hasta el final de los tiempos, y nos indica también la actitud que debemos adoptar para mantenernos en el camino. Dios nos dio el decálogo como guía segura para que avancemos hacia la meta, y en el Apocalipsis se confirma que ese camino conduce hacia la Jerusalén celestial, la ciudad definitiva donde viviremos para siempre en su presencia.

El mensaje más hondo de este libro es la certeza de que el Apocalipsis es una obra de la misericordia de Dios. Él no nos deja a oscuras, sino que nos muestra con claridad a qué nos enfrentaremos en la gran tribulación. Nos advierte del combate espiritual y de los acontecimientos que vendrán, no para atemorizarnos, sino para que sepamos mantenernos firmes en la fe. Con este libro nos da la seguridad de que la historia tiene un tiempo tasado, que nada se prolongará más allá de lo que Él disponga y que cada paso está bajo su Providencia.

Al mismo tiempo, el Apocalipsis nos asegura que Dios acompaña a los suyos en medio de la prueba. Él mismo ha fijado los límites del mal y ha decretado que no podrá atacarnos más allá de nuestras fuerzas. El creyente, al leer estas páginas, descubre que la fidelidad encuentra siempre la protección de Dios y que su gracia es más fuerte que cualquier persecución.

Por eso, este libro nos transmite una esperanza firme: la victoria ya está decretada. Aunque la Iglesia y el mundo atraviesen momentos de gran oscuridad, la última palabra pertenece a Cristo. El Apocalipsis nos revela que el mal tiene un tiempo limitado, mientras que la vida eterna junto a Dios no tiene fin. Esa es la mayor certeza que sostiene al cristiano: la misericordia de Dios ha querido mostrarnos de antemano lo que sucederá, para que caminemos en la esperanza y alcancemos la plenitud que Él ha preparado para los que le son fieles.

Mirada a el futuro

¿Qué espera que el lector se lleve de esta obra y qué frutos le gustaría que diera en la Iglesia y en la vida de los creyentes?

Lo que más deseo es que el lector descubra, a través de estas páginas, que Dios tiene un plan de amor para la humanidad y para cada persona en particular. Me gustaría que quien se acerque al libro se sienta invitado a mirar su vida y la historia entera desde esa perspectiva, comprendiendo que no hemos sido creados al azar, sino con una vocación muy concreta: vivir eternamente en comunión con Dios.

También espero que esta obra ayude a redescubrir la unidad de toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y que el lector pueda contemplar cómo todo encaja en un mismo designio que tiene a Cristo en el centro. Si el libro logra despertar en los creyentes el deseo de profundizar más en la Palabra de Dios y de vivir en mayor fidelidad al Evangelio, ya habrá cumplido su objetivo.

En cuanto a los frutos que me gustaría ver en la Iglesia, pienso en una fe más lúcida y esperanzada. El Apocalipsis nos muestra que la historia no se dirige al caos, sino a la consumación en Cristo, y eso es algo que puede sostenernos en tiempos de prueba. Por eso deseo que este libro contribuya a que los cristianos vivamos con más confianza, con más perseverancia en medio de las dificultades, y con la certeza de que la fidelidad a Dios es siempre fecunda.

Al final, lo que quisiera es que cada lector salga fortalecido en su fe, con una mirada renovada sobre el plan de Dios y con el corazón más dispuesto a caminar hacia la Jerusalén celestial. Ese es el gran fruto que pediría: que estas páginas sean un instrumento para que muchos encuentren esperanza, consuelo y una motivación más firme para vivir unidos a Cristo en la vida diaria.

Para adquirir el libro:

[email protected]

Por Javier Navascués

 

5 comentarios

  
Jordan
Mons Munilla está haciendo unos audios de las 7 cartas que dan mucha luz a este libro bíblico:

https://www.enticonfio.org/categoria/cursos/iglesias-del-apocalipsis/
09/09/25 10:00 AM
  
Una
Muchísimas gracias Javier y al autor. Más que nunca un libro así es necesario en nuestros tiempos.
09/09/25 10:37 AM
  
Luis López
"Cuando quiero oír las últimas noticias, leo el Apocalipsis" (León Bloy).
09/09/25 10:54 AM
  
Sofía Z.
Preciosa entrevista. Muchísimas gracias por ella y por el libro.
Dios les pague el bien que están haciendo.
09/09/25 11:50 AM
  
Juan
Me parece estar escuchando a Castellani
09/09/25 2:49 PM

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