Daniel Arasa: “El trabajo es un medio de realización personal, de aportar a la sociedad y de santificación”

Daniel Arasa Favá (Tortosa 1944) es periodista, doctor en Humanidades y Ciencias Sociales e ingeniero técnico químico. Padre de siete hijos, durante más de cuarenta años ha ejercido como periodista, de ellos veintiséis como redactor jefe de Europa Press de Cataluña. Sigue colaborando en diversos medios, como “La Vanguardia” y la Cadena COPE-Cataluña. Fue profesor asociado de las universidades Pompeu Fabra y Abat Oliba-CEU, y es Defensor Universitario de esta última.

De los más de cuarenta libros que ha publicado en castellano y catalán, una veintena han sido de temas históricos sobre la participación de españoles y catalanes en la Segunda Guerra Mundial, los maquis, el franquismo y la Guerra Civil Española. De esta última se ha centrado en tres campos: el conflicto religioso y la represión en los dos bandos, la propaganda de guerra y la batalla del Ebro.

Ha publicado libros de temas religiosos como Entre la Cruz y la República, Católicos del bando rojo, Drets Humans i religió a Catalunya, Cristianos, entre la persecución y el mobbing, Dios no pide el currículum o Tú por aquí, conversaciones en el cielo, así como otros relacionados con la familia, tales como A las 9 en la luna. Un paseo a través de 50 años de amor imperfecto, Rafael Pich, pasión por la familia, o Un avi i set supernets. Fundador y presidente de organizaciones familiares y culturales como la Plataforma per la Família, el GEC o CinemaNet, ha promovido y coordinado libros colectivos como 100 poetas y la familia, El aborto es cosa mía, de dos… de todos, Sobre por qué la gente no tiene hijos, y Cine y familia.

¿Por qué un libro titulado “El mundo es de los que madrugan”?

La explicación está en la propia dedicatoria del libro: “A los que quieren cambiar el mundo y se vuelcan en ello”. Aunque pueda resultar chocante para muchos dada mi edad, 79 años, ya alejado de la juventud, sigo creyendo en que hay que continuar luchando siempre para mejorar a las personas y con ellas el mundo. Y a nivel social, el gran instrumento de cambio de los países y de la sociedad es el trabajo en sus diversas formas. Una expresión clara de dedicación al trabajo en el lenguaje popular es referirse a madrugar. Encaja con el título de “El mundo es de los que madrugan”.

Por lo tanto, ¿es cierto aquello de “a quien madruga Dios le ayuda”?

Así lo creo. La pereza es un gran vicio. Quien desde el momento en que suena el despertador salta de la cama y se dispone a trabajar con ilusión y entrega tiene ya mucho conseguido. El trabajo es un medio de realización personal, de aportar en favor de toda la sociedad e incluso camino de santificación, de ir hacia Dios.

¿Se podría decir que el libro es un antídoto ante la cultura de hoy en donde prevalece la ley del mínimo esfuerzo?

Es innegable de que se trata de un libro que va a contracorriente en muchos aspectos. Cito dos relacionados directamente con el trabajo. En primer lugar y de forma más general porque, como dices, muchos lo rehúyen tanto como pueden y se rigen por la ley del mínimo esfuerzo. Pero también choca con otros que sí, ciertamente trabajan mucho, pero sólo pensando en sus intereses personales, su éxito, su dinero, su ascenso. El libro habla de trabajo intenso y bien hecho, pero entendido como servicio en bien propio y de todos los demás. Debe ser un “no” al egoísmo porqué lo hayamos impregnado de sentido social.

En otros campos lo que se explica en “El mundo es de los que madrugan” también va a contracorriente. Por ejemplo, recordar que el trabajo es un medio, no un fin. El trabajo nunca debe ser una coartada para no atender a la propia familia, o para no dedicarse a los demás, o para dejar la vida espiritual. Hay que encontrar tiempo para todo y ello exige orden y esfuerzo. Tampoco estar tan obsesionado con ganar dinero que se esté siempre trabajando. Otra vertiente fundamental abordada: debemos descansar, pero el descanso no debe convertirse en desenfreno, como ocurre en muchos casos.

Un aspecto más desarrollado en el libro que choca con el criterio y la práctica de muchos: quien tiene dinero tiene una responsabilidad social, la de usarlo en bien de todos o de muchos. No es algo exclusivamente suyo, que puede gastarlo y reventarlo como quiera.

¿Cómo le ha ayudado para escribir el libro su experiencia personal, el hablar de lo que ha vivido en relación al tema?

La experiencia personal es determinante en lo que allí está escrito. Son más de 50 años de trabajo intenso y en muchos ámbitos: ejercicio del periodismo en campos como la política, la economía o la cultura, profesor de universidad, químico en una fábrica, representante social, promotor y director de diversas organizaciones sociales, familiares y culturales, y, también, padre de familia de siete hijos.

No es un libro de teorías económicas sino de experiencias vivenciales y de reflexiones sobre ellas. Se subtitula “200 brochazos sobre trabajo, dinero y liderazgo”. Son capítulos cortos, muchos escritos en primera persona, que van tratando un gran abanico de aspectos relacionados con el trabajo, el descanso, el dinero, el ahorro, el liderazgo, la conciliación trabajo-familia, la vinculación del trabajador con su empresa, la iniciativa, la adicción al trabajo, la santificación, y otros muchos.

¿Por qué el trabajo más que un castigo es un medio de santificación?

Durante muchos años, siglos, incluso entre los cristianos se ha creído que el trabajo era un castigo de Dios. No es cierto. En el Génesis se dice que Dios creó al hombre para que trabajara, que dominara la tierra con todo lo que había en ella. Tras el pecado original, ciertamente, al trabajo se le añadió “el sudor de tu frente”.

El trabajo bien hecho, con cariño, con espíritu de servicio, teniendo presencia de Dios durante su realización, es medio de santificación. Una verdadera oración. Recuerdo que San Josemaría, el santo de la vida ordinaria, predicaba que “hay que santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, y santificar a los demás con el trabajo”.

¿Por qué el trabajo va mucho más allá de un simple medio de ganarse la vida?

Porque es fundamental para la dignidad de la persona, para su realización, incluso su santificación. Y también para contribuir al bien común, para elevar a toda la sociedad. Fíjese en un detalle, o no tan detalle. En los países donde la gente trabaja mucho y bien, el nivel de bienestar, de servicios, es mucho más alto para todos.

También es importante el sano uso del ocio en contraposición al negocio o la negación del ocio…

Tiene usted mucha razón. Más aún en nuestra sociedad, donde una gran parte de la gente está siempre de fiesta. Esto es un fenómeno bastante reciente. Además, es frecuente la corrupción del descanso.

Decidirse a usar bien el tiempo libre es muy importante. Aprovecharlo para descansar, formarse, cargar pilas, dedicarse a la familia, encontrarse y convivir con los amigos, distraerse quizás leyendo, viendo una serie televisiva, yendo de excursión o bailando, etc., pero no hacen falta excesos, ni borracheras, ni desenfreno.

Un detalle que muestra la absurdez con que se aborda el ocio es algo incluso promovido y publicitado por las autoridades. Es el “Si bebes, no conduzcas”. Por supuesto debe ser así, pero, ¿si no conduces puedes beber todo lo que te dé la gana? Ahí tenemos la experiencia habitual de que cinco jóvenes van juntos de fiesta y se parte de la base de que cuatro pueden beber y hasta emborracharse. Solo el conductor debe abstenerse. ¡Pues no señor! Nadie debe beber en exceso.

Hablan del “carpe diem”…

Entre los jóvenes se repite mucho aquella frase del escritor romano Horario, “carpe diem”. Aprovechar el momento presente. Pero solo lo aplican a la diversión sin límites. El verdadero “carpe diem” es aprovechar el momento presente, vivirlo intensamente, pero en todos los aspectos: amar a las personas y relacionarse, dedicarse al trabajo y a la familia, ayudar a otros, estudiar… y también divertirse de manera sensata.

¿Por qué es importante saber usar bien del dinero y cuáles son los dos principales defectos y peligros al respecto?

Creo que es fundamental entender esto: el dinero en sí mismo no es bueno ni malo. Depende de cómo se haya conseguido y de su uso.

En primer lugar, debe ser ganado o conseguido de manera honesta. Pero luego debe usarse de forma adecuada. Para unos el dinero es motivo de perdición, mientras para otros puede ser de crecimiento en la virtud.

El propio Cristo advirtió del peligro de las riquezas, pero no condenó por principio a los ricos. Aparecen muchos ricos buenos en el Evangelio. El gran error en que podemos caer es el amor a las riquezas como lo más importante, o basar en ellas nuestras esperanzas. Entonces sí que la riqueza es “el estiércol del diablo”.

Pero veámoslo también en positivo. Pensemos en cuánto bien podríamos hacer si tuviéramos mucho dinero. Y algunos ricos lo hacen. De un lado dando a los que no tienen, o apoyando iniciativas buenas, pero también, por ejemplo, creando empresas y puestos de trabajo.

Por supuesto, en el otro extremo, la falta de un mínimo de recursos para una vida digna degrada a la persona. Seguimos viendo en el mundo, e incluso a nuestro entorno inmediato, muchísimas personas y familias carentes de casi todo. Es una vergüenza que en sociedades ricas haya tantos pobres. Como personas, y como cristianos, tenemos el deber de luchar para resolverlo. No es una tarea fácil, pero todos podemos hacer algo. Unas veces denunciando las injusticias, otras aportando nosotros ayudas concretas, sea directamente a las personas o por medio de entidades sociales. De estas hay muchas y buenas, de forma especial en la Iglesia Católica.

Por Javier Navascués

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