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1.06.21

El orgullo perfecto, propio de los condenados. Evitemos a toda costa caer en él

Gracias a una buena recomendación cayó en mis manos hace poco el libro Amor divino y Libertad Creada del P. Antonio Pacios M.S.C. Un libro sencillo, pero muy clarificador para profundizar en las verdades de nuestra fe y para sacar mucho provecho y consuelo espiritual. El tema que quiero compartir con ustedes es el del orgullo perfecto, propio de las almas que se condenan eternamente, precisamente para evitar a toda costa caer en el infierno. Es una meditación muy sencilla, pero fundamental, para grabarla a fuego en nuestro corazón, pues comprenderla bien puede ayudarnos a nuestra salvación.

El orgullo perfecto

Es el mayor grado de orgullo posible, el que tuvieron y tienen todos los condenados y el que tendrá en el último instante de su vida aquel que elija la condenación. El orgullo perfecto es el de aquellos que aman de tal modo su independencia, el ser suyo y por sí, el prepugnar de tal manera tener que deber algo a Dios, que aún viendo con toda claridad que se van a condenar sin bien alguno, y por tanto con la plenitud de todo mal, prefieren todos esos males a tener que recibir algo de Dios. Prefieren la condenación a la salvación que Dios les ofrece, pura y simplemente porque no quieren en nada depender de Él. Incluso renunciarían a la misma existencia, si les fuera posible o de ellos dependiera y no de Dios. Este es el orgullo perfecto el del que se condena, el que prefiere irretractablemente su miseria y desdicha antes que ser feliz en Dios y por Dios.

Por tanto ese es el infierno, en el que el sujeto libre, con su naturaleza, libertad facultades y apetencias íntegras, cuál salió de las manos de Dios, se obstina en no querer recibir de Este ningún bien, en no querer que Él llene sus facultades, colme sus apetencias, inunde de dicha el alma que por Él y para Él ha sido hecha. Queda entonces el alma sin bien alguno de cuantos materialmente desea. Y como el mal no es otra cosa que privación de bien, sufre todo el mal, daño y dolor que es capaz, puesto que nada hay, que naturalmente le convenga, que por propia decisión no esté privada.

El alma prefiere todo ese infierno eterno, que ella misma se crea, antes que reconocer su dependencia de Dios recibiendo algo de Él. Y aún lo que más le quema en ese estado es saber que la existencia misma, y la voluntad con que resiste a Dios, son don del mismo Dios. Por eso odia su propio ser, se odia a sí misma porque es don de Dios, y de sí misma quisiera desprenderse; mas esto ya no está en su mano, pues Dios que la creó sin ella, tampoco le pide su consentimiento para mantenerla en el ser.

Tal es el orgullo de los condenados; orgullo que es la causa de todos sus sufrimientos y dolores. Dios no atormenta a nadie: es el alma misma que se atormenta cuanto quiere y como quiere, privándose de cuantos bienes le convienen, aunque para su desgracia, se da todo el tormento de que es capaz, puesto que rechaza cuanto bien Dios le envíe, cuanto bien había de contribuir a satisfacerla, saciarla y hacerla feliz.

El que se condena es porque realmente quiere

Se pierde el alma que rechaza su condición de criatura dependiente de Dios, con el deber de obedecerle fielmente y de tener una gratitud hacia el Creador. Por tanto, es el alma que se rebela radicalmente contra Dios y quiere obrar independientemente de sus mandatos.

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