Quemadmodum desiderat cervus ad fontes (I)
Ordinariamente, nuestra alma desea alegrarse con vosotros en la palabra de Dios y manteneros en él, porque es nuestra ayuda y nuestra salud. Oíd por mí lo que Dios da y alegraos conmigo en él, en su palabra, caridad y verdad. Hemos emprendido la exposición de un salmo apto a vuestro deseo. Comienza este salmo por un santo deseo, y dice así el cantor: Como desea el ciervo el manantial de las aguas, así te desea mi alma, ¡oh Dios! ¿Quién dice esto? Si queremos, nosotros. ¿A qué buscas fuera de ti quién sea éste, cuando está en tu poder ser lo que buscas? Sin embargo, no es un hombre, sino un cuerpo, y el cuerpo de Cristo es la Iglesia. Tampoco se encuentra este deseo en todos los que entran en la Iglesia. Sin embargo, quienes gustaron la suavidad del Señor y percibieron el contenido del cántico, no piensen que son solos, sino crean que tales arbustos se hallan plantados en el campo del Señor, que ocupa toda la tierra, y que de cualquier unidad cristiana es esta voz: Como desea el ciervo el manantial de las aguas, así te desea mi alma, ¡oh Dios! Por tanto, se entiende correctamente que esta voz es la de aquellos que, siendo aún catecúmenos, corren a la gracia del santo bautismo. De aquí que se cante solemnemente este salmo en tal acto, para que así anhelen la fuente de la remisión de los pecados del modo que desea el ciervo el manantial de las aguas. Acontezca esto, y se entienda veraz y habitualmente por la Iglesia. Sin embargo, hermanos, me parece que en el bautismo de los fieles aún no queda saciado tal deseo, pues si conocen dónde se hallan peregrinando y hacia dónde han de encaminarse, se inflamarán más ardientemente.