(InfoCatólica) En relación a la crisis por los abusos sexuales, el Pontífice señala que «la Iglesia debe seguir abordándola porque no está resuelta», recordando que las víctimas «han de ser tratadas con gran respeto» y con una comprensión profunda del sufrimiento causado.
El Santo Padre advierte contra una solución meramente institucional:
«Sería ingenuo pensar que, por haber ofrecido un acuerdo económico, haber dado una respuesta institucional o haber apartado al sacerdote, esas heridas van a desaparecer».
León XIV también pone el foco en la necesidad de respetar los derechos de los acusados, y recuerda que «más del 90 % de quienes presentan denuncias son víctimas auténticas», aunque reconoce que existen casos probados de acusaciones falsas. «Que una víctima presente una denuncia, aunque sea verosímil y precisa, no elimina la presunción de inocencia», afirma.
El Papa reconoce que los procesos, tanto civiles como canónicos, pueden resultar lentos, y subraya que «el Derecho existe para proteger las garantías de todos».
En cuanto al acompañamiento, afirma que «muchos seguimos aprendiendo cuál es la mejor forma de acompañar en este dolor» y que la Iglesia necesita el apoyo de profesionales. También elogia la visión del papa Francisco, quien, en su opinión, sabe reconocer la gravedad del asunto sin convertirlo en el único eje de la vida eclesial: «La Iglesia tiene una misión».
El papa León XIV concluye recordando que muchas personas dentro de la Iglesia «también tienen derecho a ser acompañadas», y subraya que este es «uno más de los muchos desafíos para los que buscamos la mejor manera de actuar».
Transcripción y traducción de las palabras del Papa:
Creo que esta es una crisis real; la otra, la financiera, no tanto. La Iglesia debe seguir abordándola porque no está resuelta y llevará tiempo, ya que las víctimas han de ser tratadas con gran respeto y con la comprensión de que quienes han sufrido heridas muy profundas a causa del abuso a veces las arrastran toda la vida. Sería ingenuo pensar que, por haber ofrecido un acuerdo económico, haber dado una respuesta institucional o haber apartado al sacerdote, esas heridas van a desaparecer. Por tanto, ante todo, hace falta una sensibilidad auténtica y profunda, y compasión por el dolor infligido por ministros de la Iglesia —sacerdotes u obispos, laicos o religiosos, hombres o mujeres, catequistas, etc.—. Es un asunto que nos acompaña y que ha de ser tratado con profundo respeto.
Al mismo tiempo, los acusados también tienen derechos, y muchos consideran que no siempre se han respetado. Las estadísticas muestran que más del 90 % de quienes presentan denuncias son víctimas auténticas y dicen la verdad; sin embargo, también ha habido casos probados de acusaciones falsas que han destruido la vida de algunos sacerdotes. El Derecho —civil y canónico— existe para proteger las garantías de todos y articular un sistema de justicia lo más fiable posible, y eso lleva tiempo. Muchas víctimas se preguntan por qué estos procesos se alargan tanto. En Italia, en Perú o en Estados Unidos, muchos procedimientos judiciales duran años: es un hecho. Que una víctima presente una denuncia, aunque sea verosímil y precisa, no elimina la presunción de inocencia; por eso, el acusado también debe ser protegido y sus derechos respetados. Decir esto, a veces, causa aún más dolor a las víctimas. Estamos en una encrucijada.
La Iglesia ha tratado de aprobar normas que aceleren los procesos y que, sobre todo, pongan en el centro a las víctimas: su dolor, su derecho a ser escuchadas, a que se reconozca lo sucedido y a recibir una respuesta. Pero, al mismo tiempo, es necesario salvaguardar los derechos de la parte acusada. Además, cada vez es más frecuente que las víctimas deseen presentarse públicamente y hablar de su sufrimiento; esto puede ser saludable para ellas, pero la Iglesia no siempre ha encontrado la mejor manera de acoger y acompañar esa necesidad. Muchos seguimos aprendiendo cuál es la mejor forma de acompañar en este dolor, y ahí necesitamos la ayuda de profesionales.
Creo que el papa Francisco tuvo una buena visión de este asunto: reconoció su importancia, pero también que el abuso sexual no puede convertirse en el foco central de la Iglesia. La Iglesia tiene una misión. Por el camino, hay personas profundamente heridas a las que debemos atender y acompañar —si desean seguir en la Iglesia—; también conozco a quienes la han abandonado por el dolor sufrido, y su decisión debe ser respetada. Al mismo tiempo, damos gracias a Dios porque la gran mayoría de quienes sirven en la Iglesia —sacerdotes, obispos, religiosos y laicos— nunca han abusado de nadie. No podemos hacer que toda la vida eclesial gire exclusivamente en torno a este tema, porque no respondería de modo auténtico a lo que el mundo espera de la misión de la Iglesia.
Cuidar todo esto es muy difícil, porque quien ha visto su vida herida o incluso destruida por el abuso solo puede percibir esa herida. Debemos respetar y acompañar a esas personas. Pero hay muchas otras en la Iglesia que también tienen derecho a ser acompañadas en lo que viven y experimentan. Es uno más de los muchos desafíos para los que buscamos la mejor manera de actuar.
            
  
 
	 
 
	 
 
	 
 
	 
        
            
            
            
        
 
           
        
        




