XXV. El bautismo de Jesús

Conveniencia del bautismo de Jesús[1]

La cuestión siguiente, Santo Tomás trata ya del bautismo de Jesús. Como en la anterior, dedicada al bautismo de Juan en general, comienza con la cuestión de su conveniencia. Para probarla, da tres razones.

La primera: «porque, como dice San Ambrosio: «fue Cristo bautizado, no porque quisiera ser purificado, sino para purificar las aguas y, limpias por el contacto de la carne de Cristo, que no conoció el pecado, tuvieron la virtud del bautizar» (Com. Evang S. Lucas, l. 2, sob. 3, 21) ; y, como escribe San Juan Crisóstomo: «las dejara santificadas para los que después habían de ser bautizados» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mat., hom. 4, sob. 3, 13)» ,

La segunda, porque, como también dice San Juan Crisóstomo: «aunque Cristo no era pecador, recibió, sin embargo, una naturaleza pecadora y la semejanza de la carne del pecado (cf. Rom 8, 3). Por esto, aunque no necesitaba del bautismo para sí, lo necesitaba en otros la naturaleza carnal» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mat., hom. 4, sob. 3, 13)» , Y, como escribió San Gregorio Nacianceno: «se bautizó Cristo para sumergir en las aguas a todo el viejo Adán (Disc. 39).

La tercera, porque: «quiso ser bautizado, como dice San Agustín en un sermón de la Epifanía, «porque quiso hacer Él mismo lo que había mandado que todos hiciesen» (Serm. Sup., serm. 136). Y esto es lo que Cristo dice a San Juan Bautista: «Así conviene que cumplamos toda justicia» (Mt 3,15). Como escribe San Ambrosio: «Esta es la justicia, que primero hagas lo que quieres que otros hagan y los muevas con tu ejemplo» (Com. Evang S. Lucas, l. 2, sob. 3, 21»[2].

Conveniencia del bautismo de San Juan para Jesús

Indica también Santo Tomás que era conveniente que Cristo fuera bautizado con el bautismo de San Juan y no con el suyo propio, el bautismo cristiano. Explica que: «dice San Agustín, que Cristo: «una vez bautizado, bautizaba a su vez, pero no con el bautismo que Él había recibido» (Com. Evang. San Juan, Trat. 13, sob. 3, 22). Por lo que, bautizando Él con su propio bautismo, es natural que no fuera bautizado con su propio bautismo, sino con el de Juan».

Añade seguidamente: «Y esto fue conveniente» por tres razones. La primera: «por la condición del bautismo de Juan, que no fue bautismo en el Espíritu, sino «en el agua» (Mt 3, 11). Pero Cristo no tenía necesidad de bautismo espiritual, pues desde el principio de su concepción estaba lleno del Espíritu Santo, como es claro por lo ya dicho anteriormente (q. 34 a. l). Esta es la razón que da San Juan Crisóstomo (cf. Hom. bautismo de Cristo, n. 3)».

La segunda, porque: «como dice San Beda el Venerable, Cristo fue bautizado con el bautismo de Juan «para aprobar el bautismo de Juan con el hecho de recibirlo Él mismo» (Com. Evang. San Marcos, l. 1, sob. 1, 9)».

La tercera, porque: «como escribe San Gregorio Nacianceno, «se acercó Jesús al bautismo de Juan para santificar el bautismo» (Disc. 39)»[3].

Podría objetarse, a pesar de estas razones de la conveniencia, que como «el bautismo de Juan fue un «bautismo de penitencia» (Mc 1,4)», y «la penitencia no le atañe a Cristo, puesto que no tuvo pecado alguno», parece que «no debió bautizado con el bautismo de Juan»[4].

Sin embargo, se comprende que Cristo quisiera ser bautizado, como ya se ha dicho: «para inducirnos al bautismo con su ejemplo. Y para que su inducción fuese más eficaz, quiso recibir un bautismo que evidentemente no necesitaba, a fin de mover a los hombres a acercarse al bautismo que necesitaban. Por esto dice San Ambrosio «Nadie rehuya el lavatorio de gracia, cuando Cristo no rehuyó el lavatorio de penitencia» (Com. Evang S. Lucas, l. 2, sob. 3, 21)»[5]. Explica Santo Tomás que: «el bautismo de Juan invitaba a los hombres a abstenerse del pecado» y hacer penitencia por los cometidos. «En cambio, el bautismo de Cristo tiene eficacia para limpiar del pecado y para conferir la gracia»[6].

Conveniencia de las circunstancias de edad y lugar.

En los siguientes artículos de esta cuestión, Santo Tomás examina la conveniencia de cinco circunstancias que se dieron en el bautismo de Jesús: la de la edad de Jesús, la del lugar del bautismo, la de la apertura de los cielos, la del descenso del Espíritu Santo, y la de escucharse la voz del Padre, En cuanto a la edad, que tenía Cristo entonces, debe advertirse que «era de «unos treinta años» (Lc 3, 21)»[7].

Afirma Santo Tomás que: «fue muy conveniente que Cristo se bautizase a los treinta años. Primero, porque Cristo se bautizó cuando iba a comenzar su enseñanza y predicación, para lo que se requiere una edad perfecta, cual es la de los treinta años. Por lo que en el Génesis se lee que «José tenía treinta años» (Gen 41, 46) cuando se hizo cargo del gobierno de Egipto. También de David «tenía treinta años cuando comenzó a reinar» (2 Re 5, 4). Y Ezequiel comenzó a profetizar «el año trigésimo» (Ez 1, 1) de su edad»,

Segundo, «porque, como dice San Juan Crisóstomo, «había de suceder que después del bautismo de Cristo comenzase a cesar la ley. Y por esta razón vino Cristo al bautismo en la edad que podía ser capaz de llevar todos los pecados, a fin de que, habiendo observado la ley, nadie dijese que la había abolido porque no pudo cumplirla»[8].

En cuanto, al lugar, recuerda Santo Tomás que: «se dice en San Marcos que: «Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán (Mc 1, 9)»[9]. Se advierte, añade, que fue conveniente que Jesús fuese bautizado en el mismo, porque: «fue el río Jordán el que atravesaron los hijos de Israel para entrar en la tierra prometida (cf. Jos 3). Y el bautismo de Cristo tiene de especial, sobre todos los bautismos, el que introduce en el reino de Dios, significado por la tierra de promisión. Por esto se dice en el evangelio de San Juan que: «Si uno no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 5)», palabras que Jesús dijo al fariseo Nicodemo.

Además: «El mismo sentido tiene el que Elías dividiera las aguas del Jordán antes de ser arrebatado al cielo en el carro de fuego (cf. 4 Re 2, 7ss); porque a los que pasan por las aguas del bautismo el fuego del Espíritu Santo les abre la entrada del cielo»[10].

Podría objetarse que: «parece que en el mar y no en el río Jordán debió ser Cristo bautizado», porque el bautismo fue figurado en el paso del mar Rojo, donde fueron sumergidos los egipcios, como los pecados son destruidos en el bautismo» y «la verdad debe corresponder a la figura»[11].

Ello no representa dificultad alguna, porque: «el paso del mar Rojo figuraba el bautismo en cuanto que éste borra los pecados; pero el paso del Jordán lo figuraba en cuanto a la apertura del reino de los cielos. Y éste es el efecto principal del bautismo, y por sólo Cristo realizado. Y por esta causa convino más que Cristo fuera bautizado en el Jordán que no en el mar»[12].

Conveniencia de las otras circunstancias

Respecto a si era oportuno que al ser bautizado Cristo se abrieran los cielos argumenta, Santo Tomás su conveniencia del modo siguiente: «por el bautismo de Cristo se nos abre especialmente la entrada del reino celestial, que se había cerrado para el primer hombre por causa del pecado. De donde, al bautizarse Cristo, se abren los cielos, para manifestar que a los bautizados queda expedita la vía del cielo».

Sin embargo: «después del bautismo le es necesaria al hombre la asidua oración para entrar en el cielo; pues, si bien por el bautismo se perdonan los pecados, queda el «fomes peccati» (inclinación habitual al pecado), que nos combate interiormente». Tenemos un enemigo en nuestro interior, que, como un mal amigo, nos aconseja lo perverso, lo corrompido y lo malo, todo ello con mentirosas promesas de felicidad. Hay que procurar renunciar y librarse de nuestro propio autoenemigo, para mantener el nuevo nacimiento del bautismo. Además: «quedan el mundo y el demonio, que nos atacan desde fuera. Y por este motivo se dice señaladamente «bautizado Jesús y estando Él orando, se abrió el ciélo» (Lc 3, 21), porque es claro que los fieles necesitan la oración después del bautismo». Nos precede la oración del mismo Jesús. Esta indicado en este mismo pasaje, porque «dar a entender que si, por medio del bautismo, el cielo se abre para los creyentes, es en virtud de la oración de Cristo»[13].

Precisa Santo Tomás que: «por la pasión de Cristo se abre el cielo a los hombres, como causa universal de la apertura del mismo. Sin embargo, es necesario que esta causa se aplique a cada uno, con el fin de que entren en el cielo, lo cual se verifica por medio del bautismo, según las palabras de San Pablo: «Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte» (Rom 6, 3). Y por eso la mención de la apertura de los cielos es más acertada a la hora del bautismo que en el momento de la pasión»[14].

En cuanto a la aparición del Espíritu Santo en forma de paloma, se explica su conveniencia porque: «lo que sucedió con Cristo a la hora de su bautismo, como comenta San Juan Crisóstomo, «viene a significar el misterio que se realiza en todos los que luego se habrían de bautizar» (Pseudo-San Juan Crisóstomo, Com. Evang. S. Mat., hom. 4, sob. 3, 16). Pero todos los que son bautizados con el bautismo de Cristo reciben el Espíritu Santo, a no ser que se acerquen fingidamente, según aquellas palabras del Evangelio: «El os bautizará en el Espíritu Santo» (Mt 3, 11). Y, por ese motivo, fue conveniente que el Espíritu Santo descendiese sobre el Señor bautizado»[15].

Nota también Santo Tomás sobre esta paloma, que: «se lee en San Lucas: «Descendió sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal de paloma» (Le 3,22)»[16]. Pero: «como explica San Agustín, cuando se escribe que el Espíritu Santo descendió sobre Cristo en forma corporal de paloma, no quiere decirse [1]que la misma sustancia del Espíritu Santo se dejase ver siendo invisible. Ni tampoco se ha de pensar que aquella criatura visible estuviese unida personalmente con el Espíritu Santo, pues no se dice que el Espíritu Santo fuese la paloma, como se dice que el Hijo de Dios es hombre en virtud de la unión. Ni el Espíritu Santo fue visto en forma de paloma a la manera en que vio Juan al cordero degollado en el Apocalipsis (Ap 5, 6), «pues aquella visión fue en espíritu por imágenes espirituales de los cuerpos. De aquella paloma nadie dudo que nunca que no haya sido vista con los ojos» (…) Aquella paloma vino de repente a la existencia para significar aquel misterio y luego dejo de ser igual que la llama que en la zarza apareció a Moisés (San Agustín, La Trinidad, II, c. 5)»[17].

Finalmente Santo Tomás indica que fue muy conveniente que se oyese también la voz del Padre, porque: «como queda dicho atrás (a. 5), el bautismo de Cristo, fue el ejemplar de nuestro bautismo, y que en él deben mostrarse las cosas que en el nuestro se cumplen. Y el bautismo que reciben los fieles queda consagrado con la invocación y el poder de la Santísima Trinidad, según las palabras del Señor: «Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Por tanto, como dice San Jerónimo: «En el bautismo de Cristo se pone de manifiesto el misterio de la Trinidad: el Señor, que es bautizado en la naturaleza humana; el Espíritu Santo,que desciende en forma de paloma; y el Padre, cuya voz se hace oír dando testimonio del Hijo» (Coment. evang. S. Mateo, l. 2, sob. 3, 16). Y por eso fue conveniente que en aquel bautismo se manifestase el Padre en su voz»[18].

El problema de los discípulos del Bautista.

En esta exposición de la teología del bautismo de Jesús, Santo Tomás no se ocupa del envío por Juan el Bautista, desde la cárcel, a dos de sus discípulos, para preguntar a Jesús «eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?». Y Jesús: «les dijo: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ve, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia el Evangelio a los pobres ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!»[19].

Este hecho no ofrecía ningún problema teológico, porque Santo Tomás, como otros muchos, seguía la interpretación de San Agustín, que en uno de sus Sermones lo comenta de este modo: «Hemos oído el doble testimonio verídico y cabal: uno de Juan acerca de Cristo y otro de Cristo acerca de Juan. ¿Qué significa, entonces, el que le enviase sus discípulos Juan, preso en la cárcel para ser ajusticiado ya, y les indicase: «Id y decidle: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11, 2-3). ¿A eso se reduce toda la alabanza? ¿La alabanza se ha convertido en duda? ¿Qué dices, Juan? (…).Tú extendiste el dedo, tú lo mostraste, tú dijiste: «He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29).Tú dijiste: «Nosotros hemos recibido de su plenitud» (Jn 1-16).Tú dijiste: «No soy digno de desatar la correa de su calzado» (Jn 1-27). (…) Para evitar que, tal vez, alguien dijera: «Juan era antes bueno, pero el Espíritu de Dios lo abandonó», Jesús dijo estas cosas después de partir ellos; después que partieron los enviados por Juan, fue cuando Cristo alabó a Juan»[20].

Lo que parece una «oscura cuestión», por el contrario «la solución es del todo evidente. Juan tenía sus propios discípulos; más que estar separado de Él, era un testigo dispuesto a testificar sobre Él. De hecho, era conveniente que diese testimonio a favor de Cristo uno que también reunía discípulos, quien podía sentir celos de él, si no puede ver sus obras. Por tanto, como los discípulos de Juan estimaban tanto a su maestro Juan, oían el testimonio de Juan sobre Cristo y se quedaban maravillados; de ahí que, antes de morir, quiso que Cristo los confirmara. Sin duda, ellos comentaban entre sí: «éste (Juan) dice de Él (Cristo) esas cosas realmente extraordinarias, pero no de sí mismo». «Id y decidle»(Mt 11, 4); no porque yo dude, sino para instrucción vuestra. «Id y decidle»; lo que yo suelo deciros, oídselo a Él; habéis oído al pregonero, oíd ahora la confirmación al juez».

Por ello, la respuesta que les dio Jesús fue «pensando en ellos (…) Ya me veis, reconocedme. Veis los hechos reconoced a su autor. «Y bienaventurado quien no halle en mí motivo de escándalo» (Mt 11, 6) Y me refiero a vosotros, no a Juan. Pues para que viéramos que no se refería a Juan, dijo: «Después que partieron ellos, comenzó a hablar a la multitud acerca de Juan» (Mt 11, 7). El Veraz, la Verdad proclamó su elogio verídico sobre él»[21]. Con ello, confiesa San Agustín: «Pienso que ha quedado suficientemente resulta la cuestión»[22].

También era posible seguir la interpretación menos simple de San Gregorio Magno, que también en una de sus homilías decía: «esta cuestión se resuelve en seguida si se atiende al tiempo y orden de los sucesos; porque, cuando estaba en las orillas del Jordán, fue cuando aseguró que ese mismo era el Redentor del mundo; pero, cuando estaba encarcelado, es cuando inquiere si es el mismo el que ha de venir; y no porque dude que Él mismo es el Redentor del mundo, sino que pregunta para saber si Él, que había venido en persona al mundo, también descendería personalmente a lo profundo del infierno (del seno de Abrahán, del limbo de los padres o de los justos); por sí, como precediéndole en el nacimiento, le había anunciado al mundo, le precedía también muriendo y descendiendo al infierno».

Explica seguidamente: «Por esto pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro»; como si claramente dijera: Así como te has dignado nacer para los hombres, da a conocer si también te dignas morir por los hombres y descender a los infiernos, de suerte que yo, que he sido el precursor de tu nacimiento, sea también precursor de tu descenso y anuncie que tú has de venir al infierno, como anuncié que habías venido al mundo»[23].

Estas dos explicaciones, que no son opuestas, invalidan el que: «se atribuya esta embajada de Juan «a impaciencia por la tardanza en instituir el reino mesiánico, ni a dudas acerca de la mesianidad de Jesús». Lo primero repugna por completo a un hombre que ha pronunciado las palabras que se leen en San Mateo: «Él les bautizará en Espíritu Santo y en fuego. Tiene el bieldo en su mano y limpiará bien su era; recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja en un fuego que no se apagara jamás» (Mt 3, 11 y ss.); y lo segundo no se compagina con el cuadro que del Mesías nos dibuja el Bautista en la predicación de penitencia, la cual no tiene nada en común con el falso concepto mesiánico de los judíos, antes bien, encierra el verdadero carácter del Mesías («el más fuerte», el «cordero de Dios», «el esposo de Israel», etc.) y manifiesta perfecto conocimiento de la obra de la redención».

Es más: «De los testimonios que el Bautista dio de Jesús (Jn 1, 33) se desprende que por divina inspiración había alcanzado la certeza de la mesianidad de Jesús. Ahora bien, nadie que haya llegado a la fe puede ponerla luego seriamente en duda o a renunciar a ella sin pecado, Adviértase también que Cristo alaba al Bautista ante todo el pueblo por su fortaleza de carácter y por su firmeza en la fe ¿cómo había éste de vacilar en la fe?»[24].

Una duda de fe, en la que se suspende el asentimiento, que se había dado, aunque se esté dispuesto a volver al mismo si se presentase una mayor claridad, es un pecado grave, distinto de lo que podría ser un pecado leve del asalto de una duda, pero que no se admite y se rechaza. La infidelidad, o rechazo de la fe, decía Santo Tomás, «como pecado nace de la soberbia»[25].

Por consiguiente, como ya había indicado San Agustín: «no era, pues, por Él la embajada, sino por los discípulos, éstos no tenían concepto exacto de Jesucristo, como se desprende de Jn 3, 26 («Fueron a Juan y dijeron: Maestro, el que estaba contigo en la otra parte del Jordán, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos vienen a él»), y eran tan adictos a Juan, que no podían resolverse a abandonarle por Jesucristo, y, sin embargo así había de ser, pues la carrera del Precursor tocaba a su fin. Por eso los envió a Jesús, para que por sus propios ojos viesen, y el celestial esposo les convenciese. A ello conformó Jesús su proceder»[26], que fuesen testigos de los milagros.

En cuanto, lo añadido por Jesús, después referir sus milagros: «¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!»[27], quiso decir: «dichoso el que sabe reconocer que las precedentes palabras de Isaías sobre el Mesías Rey se cumplen realmente en Mí (Is 61 y ss. ), y no tropieza y cae en la duda como los demás, escandalizado por las apariencias de que soy un carpintero (Mt. 13, 55; Mc. 6, 3), y porque aparezco oriundo de Nazaret siendo de Belén (Mt. 21, 11; Jn. 7, 41 y 52), y porque mi doctrina es contraria a la de los hombres tenidos por sabios y virtuosos, como los fariseos. Dichoso el que cree a pesar de esas apariencias, porque ve esas obras que Yo hago (Jn. 10, 33; 14, 12) y esas palabras que ningún otro hombre dijo (Jn. 7, 46), y juzga con un juicio recto y no por las apariencias (Jn. 7, 24)»[28].

 

Eudaldo Forment

 



[1] Aert de Gelder, El bautismo de Cristo (1710).

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 39, a. 1, in c.

[3] Ibíd., III, q. 39, a. 2, in c.

[4] Ibíd., III, q. 39, a. 2, ob. 1.

[5] Ibíd., III, q. 39, a. 2, ad 1.

[6] Ibíd., III, q. 39, a. 2, ad. 2.

[7] Ibíd. III, q. 39, a. 3, sed c.

[8] Ibíd., III, q. 39, a. 3, in c.

[9] Ibíd., III, q. 39, a. 4, sed c.

[10] Ibíd., III, q. 39, a. 4, in c.

[11] Ibíd., III, q. 39, a. 4, ob. 1.

[12] Ibíd., III, q. 39, a. 4, ad 1.

[13] Ibíd., III, q. 39, a. 5, in c..

[14] Ibíd., III, q. 39, a. 5, ad 2.

[15] Ibíd., III, q. 39, a. 6, in c.

[16] Ibíd., III, q. 39, a. 6, sed c.

[17] Ibíd., III, q. 39, a. 6, ad 2.

[18] Ibíd., III, q. 39, a. 8, in c..

[19] Mt 11, 3-6;.

[20] San Agustín, Sermones, serm.  66, 3.

[21] Ibíd., serm. 66, 4.

[22] Ibíd., serm. 66, 5.

[23] San Gregorio Magno, Cuarenta homilías sobre los evangelios, homilía 6 (Mt 11, 2-20)

[24] Ignacio Schuster – J. B. Holzammer, Historia Bíblica, Barcelona, Editorial Litúrgica Española, 1947,  2 vv., 2ª ed., v. II, pp. 171-172, nota 7.

[25] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, II-II, q. 10, a. 1. ad 3.

[26] Ignacio Schuster – J. B. Holzammer, Historia Bíblica, op. cit, p. 172, nota 7.

[27] Mt 11, 6.

[28] La Sagrada Biblia, trad. y notas JoHann Straubinger, Mt 11. 6, nota 6.

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