(InfoCatólica) Sandra Awad describe la situación actual de Siria como una «tormenta de mal» que golpea al país, manifestada en asesinatos, robos, secuestros y otras formas de violencia que afectan a la vida cotidiana. Según la autora, estos actos se cometen en nombre de la religión, el poder, la venganza o el interés económico, generando miedo, encierro y dependencia informativa a través de las redes sociales. Señala que muchos atribuyen la causa de esta situación a un agente externo o a una única parte, pero ella afirma que el colapso no es reciente: «lo que vemos hoy no es fruto del momento».
Awad argumenta que los problemas actuales tienen raíces profundas y se han agravado tras la caída del régimen de Assad, con el caos posterior, la debilidad del Estado, la ausencia de ley, el aumento del hambre y la preocupación de los líderes políticos por su imagen exterior. Todo ello, dice, ha sacado a la luz la degradación interna del país. A pesar de este contexto, insiste en que existen millones de personas que mantienen conductas constructivas: padres que trabajan por sus hijos, jóvenes que colaboran, estudiantes que siguen estudiando, voluntarios que prestan ayuda en zonas difíciles, músicos que intentan alegrar a los demás y personas que optan por el perdón en lugar de la venganza.
Además recuerda un pasaje del Evangelio en el que Jesús reprende a Pedro por recurrir a la violencia y cura a uno de los que lo venían a arrestar. En esa escena, Awad ve reflejado el papel que los cristianos deben asumir en Siria. Destaca que, durante el conflicto armado, los cristianos en general no participaron en la lucha armada, sino que abrieron las puertas de sus iglesias a los necesitados, independientemente de su confesión, y sus jóvenes colaboraron en la reconstrucción de viviendas y en la ayuda a desplazados y marginados.
Awad considera que el papel de los cristianos, sus Iglesias y su clero sigue siendo esencial en esta etapa. Cree que deben centrar sus esfuerzos en «difundir el espíritu de perdón y amor» y no ceder al miedo ni rendirse ante la dificultad. A pesar de comprender el deseo de muchos de abandonar el país, afirma que no entiende que se limiten a esperar pasivamente un milagro. En su lugar, llama a la acción: «Libérense de las cadenas del miedo, cristianos de mi país».
Sandra propone convertir el deseo de huida en acciones concretas, como abrir las iglesias a encuentros comunitarios, buscar financiación para proyectos de paz, apoyar a los jóvenes de todas las religiones, y respaldar económicamente iniciativas locales desde la diáspora. También insta a los grupos scouts a implicarse más allá de sus estructuras internas y compartir su espíritu de buena voluntad. Concluye apelando a la unidad nacional y al cumplimiento del mandato evangélico: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».







