(InfoCatólica) En ocasiones se habla del desplome de las tasas de natalidad que nos aqueja como si fuera un desastre natural o una tendencia histórica impersonal e irremediable. Los hechos, sin embargo, muestran que la realidad es muy distinta.
Es cierto que las causas de la situación actual son múltiples y complejas, desde el feminismo al coste de la vida, pasando por la revolución sexual, el abandono del matrimonio tradicional, el hedonismo ambiente, el mito de la superpoblación o la descristianización de los países occidentales. También es cierto que las políticas favorables a la natalidad, como los subsidios o el aumento de los permisos maternos y paternos, tienen un impacto reducido. A fin de cuentas, un subsidio o unos días de vacaciones no pueden compararse a la responsabilidad y los sacrificios que conlleva tener un hijo.
Lo que no es cierto es que la única respuesta posible sea el fatalismo, como muestra el caso de Georgia. En 2005, la tasa de natalidad en Georgia era de 1,4 hijos por mujer, una de las más bajas del mundo en ese momento. Una década después, en 2014, había subido a 2,1, un aumento del 50% y la cifra necesaria para evitar la caída de población.
¿Cuál fue el secreto de esa subida espectacular? ¿Políticas económicas o sociales? No, simplemente, en 2007 el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa de Georgia, la religión mayoritaria en el país, decidió tomar cartas en el asunto.
¿Qué hizo el Patriarca Ilia II? No se limitó a hablar en general de las maravillas de tener hijos, ni pronunció discursos sobre la importancia para el país de una renovación de la población, ni tampoco afirmó que la culpa era del gobierno o de la sociedad para lavarse las manos. Consideró que lo mejor era implicarse de forma concreta y visible. Anunció de forma pública que él bautizaría personalmente a todos los niños nacidos de parejas que ya hubieran tenido dos hijos anteriormente.
La iniciativa puede parecer ingenua. A fin de cuentas, se nos ha repetido hasta la saciedad que es la economía lo que mueve a las sociedades. Pues bien, en un solo año el número de nacimientos aumentó de 48.000 a 57.000. La propia Iglesia Ortodoxa georgiana no ha tuvo reparos en calificarlo de «milagro».
Tras la persecución a cualquier religiosidad auténtica durante los años de la Unión Soviética, el Patriarca Ortodoxo goza en Georgia de una enorme popularidad y de gran autoridad moral. La BBC recogió las palabras de una pareja georgiana, Giorgi y Pati Bluashvili, que acababan de tener su cuarto hijo y que declararon: «no tengo ninguna duda de que tuvimos a Giviko debido a la recomendación del Patriarca. Cuando anunció que bautizaría a cualquier niño nacido de padres que ya tuvieran al menos dos hijos, no pudimos dejar pasar la oportunidad de tener otro niño. Que el Patriarca bautice a tu hijo es algo muy especial».
Desde entonces, se han celebrado ceremonias masivas de bautismos cuatro veces al año y, en la actualidad, el Patriarca Ilia II tiene más de 47.000 ahijados. Como es lógico, han pasado dieciocho años y los efectos de la iniciativa se han ido amortiguando con el tiempo, pero, aún así, Georgia sigue teniendo la tasa de natalidad más alta de Europa después de la de Armenia, con 1,8 hijos por mujer según los datos del Banco Mundial.
Hay mucho que podría aprenderse del caso de Georgia. Como ha señalado Jamie Bambrick en el periódico australiano The Daily Declaration, «fue la religión la que impulso el cambio». En esencia, «la genialidad de esta iniciativa fue que restauró el honor de la maternidad», porque «un ligero aumento de los ingresos no puede compensar la acción omnipresente de los medios ni una cultura feminista que dice a las mujeres que la maternidad y la tarea de formar un hogar son, en el mejor de los casos, ocupaciones inferiores y, en el peor, una traición a las demás mujeres».
«Las mujeres necesitan saber que la maternidad importa, que es la misión más importante que pueden tener en la vida y que el futuro de la civilización depende de esa misión», afirma Bambrick.
La tasa de natalidad española es del 1,1, una cifra catastrófica. Quizá sería una buena idea que la Iglesia en España se tomase en serio sus propias enseñanzas sobre la familia y los hijos y se fijase en el ejemplo del Patriarca ortodoxo de la lejana Georgia. La catástrofe demográfica es evitable.