La Ley Celaá de Educación ha iniciado con su aprobación en el Congreso su recorrido parlamentario. Es una Ley contra la familia que no tiene en cuenta los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, aunque esto sea afirmado tanto en el artículo 27-3 de la Constitución española como en el 26-3 de la Declaración de Derechos Humanos. Es también una Ley sectaria infectada por lo llamado políticamente correcto, el laicismo y la ideología de género, que rebaja todavía más el nivel de exigencia para pasar de curso, con lo que nos garantizamos una de las peores enseñanzas de Europa. Es también una Ley anticatólica porque ataca a la Iglesia con su intento de reducir al mínimo la enseñanza de Religión y la enseñanza concertada, a pesar de que ésta supone un ahorro de muchos millones para el Estado, y tampoco favorece a la enseñanza pública, ya que obstaculiza la libertad de elección de Centro en ella y pretende suprimir los centros de educación especial, con lo que va a arruinar la vida de esos niños tan necesitados de ayuda. Y para colmo, es una Ley antiespañola porque hace que el español deja de ser lengua vehicular en la enseñanza en algunas partes de España en favor de idiomas que en cuanto te sales de la Región no habla nadie, poniendo en peligro también el futuro de esos chicos, con lo que hasta la Real Academia de la Lengua Española ha protestado contra ella.
Por todo esto hay que hacerse una pregunta: ¿corre peligro nuestra democracia? Tenemos un Gobierno social comunista. Es indiscutible que el comunismo es una ideología criminal y totalitaria y por ese lado está claro que el Partido de Iglesias no es desde luego un Partido democrático. Y en cuanto al Partido Socialista a lo largo de su historia ha tenido muchas fases en que ciertamente no lo era, aunque en otras, como en la de Felipe González, sí lo era. Pero en estos momentos casi todos los Partidos de España, y por supuesto el PSOE están contagiados por las ideologías citadas que no son precisamente un dechado de democracia con consecuencias especialmente graves en el terreno educativo.
San Juan Pablo II, en su Encíclica «Veritatis Splendor» nos define así el totalitarismo: «El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquistasu plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás… La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, el grupo, la clase social, ni la nación o el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social poniéndose en contra de la minoría, marginándola, oprimiéndola, explotándola o incluso intentando destruirla» (nº 99).
«El Estado totalitario tiende además, a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas» (San Juan Pablo II, Encíclica «Centesimus annus», nº 45). Esto nos puede explicar también por qué hay toda una serie de leyes que van contra los derechos humanos y que no hace muchos años hubiésemos considerado absurdas y contra el más elemental sentido común. Hoy el problema reside en saber defender la dignidad de la persona humana y de la familia, creada por Dios y la institución natural más antigua para evitar así el avance del totalitarismo que actualmente es una seria amenaza no sólo en nuestro país, aunque de modo especial en él, pues somos el único país europeo con comunistas en el Gobierno.
El ideal democrático consiste en proteger y respetar los derechos humanos que posee el hombre por su dignidad intrínseca. Ahora bien toda persona normal sabe que no existe moral ni ética sin libertad, y que es necesario, por tanto, que los valores elegidos y que se intentan realizar en la propia vida sean verdaderos, puesto que solamente los valores verdaderos pueden perfeccionar y realizar a la persona. Por tanto es la libertad la que debe estar al servicio der la verdad, y no al revés. Si actuamos así, si buscamos la verdad, si no nos dejamos achantar y nos damos cuenta que para que triunfe el mal basta con la pasividad y pereza de los buenos, realizaremos nuestra tarea y lograremos así nuestro máximo deseo, que no es otro que ser felices siempre, cosa que significa encontrarnos con Dios en la Gloria.
Pedro Trevijano, sacerdote