LII. Liberación del pecado
El amor y el perdón[1]
Estudiada la causalidad de la pasión de Cristo, en la cuestión siguiente, Santo Tomás se ocupa de sus efectos en nosotros. En esta segunda cuestión, estrechamente relacionada con la anterior, estudia seis efectos. Cinco en nosotros: liberación del pecado, liberación del poder del diablo, liberación de la pena del pecado, reconciliación con Dios, apertura de las puertas del cielo. Y uno del mismo Cristo: exaltación por su pasión.
Respecto al primer efecto, la liberación del pecado, recuerda Santo Tomás que: «se lee en el Apocalipsis: «Nos amó y nos lavo de nuestros pecados con su sangre» (Ap 1, 5)»[2].A continuación afirma que: «La pasión de Cristo es causa de la remisión de nuestros pecados de tres modos».
El primero, porque nos mueve a la caridad para con Dios. El conocer el amor de Cristo hacia nosotros actúa «a manera de excitante a la caridad, porque, como dice San Pablo: «Dió pruebas de su amor hacia nosotros porque, siendo aún enemigos suyos, Cristo murió por nosotros». (Rm 5, 8-9). Y por la caridad conseguimos el perdón de los pecados, según lo que se lee en San Lucas: «Le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho» (Lc 7, 47)»[3].

A los efectos en nosotros de la pasión de Cristo, le dedica Santo Tomás las dos cuestiones siguientes. En la primera de ellas, se ocupa de la causalidad de la pasión de Cristo y más concretamente las modalidades de causalidad o vías por las que consiguió nuestra salvación. Considera que son estas cinco vías: de merecimiento, de satisfacción, de sacrificio, de redención y de eficiencia.
En los tres artículos anteriores de esta cuestión dedicada a la causa eficiente de la pasión de Cristo, Santo Tomás se ha ocupado del estudio de las dos principales: Dios Padre y el Hijo. En los tres siguientes, se ocupa de las tres causas, o autores secundarios o instrumentales, de la pasión de Cristo: los judíos y los gentiles.
La muerte de Cristo fue también por obediencia a su Padre, «tal como se dice en la Escritura: «se hizo obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8)»




