InfoCatólica / Santiago de Gobiendes / Archivos para: Agosto 2018, 21

21.08.18

¡Cuánta suciedad en la Iglesia!

Soy director de un pequeño colegio católico. Por lo tanto, tengo una responsabilidad dentro de la Iglesia: veintitantos profesores, cuatro empleados de administración y servicios, casi trescientos alumnos y doscientas y pico familias. En realidad, todo lo que pase dentro del colegio con los niños, con los profesores o con las familias cae bajo mi responsabilidad. Desde que entran los niños al colegio por la mañana hasta que salen por la tarde, la seguridad y en bienestar de esos niños es mi responsabilidad, compartida con el resto del equipo docente: pero en última instancia, la responsabilidad es siempre mía. Por eso todos mis profesores y yo sabemos que debemos amar y cuidar a los niños como si fueran nuestros propios hijos. Si un niños sufre acoso o maltrato por parte de otro niño, no miramos hacia otro lado, sino que intervenimos inmediatamente y tratamos de solucionar el problema lo mejor posible. Si un profesor sufriera algún tipo de acoso o de menosprecio por parte de un compañero o de un padre, también tengo la obligación de tomar cartas en el asunto. Si un padre sufre algún tipo de falta de respeto por parte de algún profesor, otro tanto. Y así sucesivamente. El director de un colegio y sus profesores somos responsables del bienestar y de la integridad física y psicológica de nuestros alumnos. Incluso si tenemos la sospecha fundada de que un niño sufre malos tratos fuera del colegio o dentro de su propia casa, nuestra obligación – mi obligación – es presentar la pertinente denuncia ante la policía para que la fiscalía de menores, los jueces y los servicios sociales investiguen, intervengan en su caso, y tomen las medidas oportunas para que el menor sea protegido debidamente.

Imagínense ustedes que un profesor o una profesora abusara sexualmente de un niño de mi colegio: le faltaría campo para correr… Yo mismo iría con los padres del niño a poner la denuncia pertinente y ese profesor quedaría inmediatamente despedido. Lo que nunca haría sería echar tierra encima, disimular, hacer como que no pasó nada, disculpar al agresor, pedir que lo trasladen a otro colegio de la Fundación; y mucho menos, culpar al propio niño… Ni menos aún ofrecerle dinero a la familia para impedir que se presente la denuncia y acallar el escándalo. El alma de un niño vale más que todo el universo junto.

¿Podría no darme cuenta yo del peligro? Tal vez. ¿Podría no darse cuenta nadie del colegio del peligro? Eso sería más difícil de creer. En cualquier caso, lo que no haría nunca sería encubrir al degenerado. Y si luego me tuvieran que echar a mí, pues asumiría la responsabilidad por no haber vigilado adecuadamente al profesor y por no haber cuidado suficientemente al niño. Ahora bien: la culpa de los pecados y los delitos de una persona no la tendría toda la comunidad educativa del colegio. La tendría obviamente el delincuente y el responsable de que el delincuente hubiera podido actuar (o sea yo). Y si en lugar de denunciar y echar a la calle al pederasta lo que hago es encubrirlo, mi responsabilidad se multiplicaría exponencialmente. Entonces sí que mi actitud cómplice resultaría imperdonable y merecería ser juzgado y condenado tanto o casi tanto como al agresor. Y por supuesto, yo tendría que ser echado a la calle o enviado a la cárcel junto con el pederasta. ¿O no?

¿Tendría alguna culpa el Patronato de quien depende el Colegio? Pues si no tenía información, evidentemente, no. Otra cosa sería que al Patronato llegara alguna denuncia y esa denuncia no fuera investigada o fuera silenciada sin más. Entonces, también tendrían responsabilidad por omisión o por encubrimiento o por complicidad. Lo que tengo claro es que el supuesto delito de mi profesor o mi responsabilidad en caso de complicidad o encubrimiento no serían culpa de la Iglesia de Cádiz. La Diócesis de Cádiz se vería afectada: claro que sí. Sufriría un daño por el descrédito del profesor y del director de un colegio católico: por supuesto que sí. Todos sufrimos las consecuencias de los pecados de los demás y los demás sufren las consecuencias de mis pecados. Por eso es tan importante la santidad: que vivamos en gracia de Dios. Porque nuestro pecado daña al conjunto de la Iglesia.

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