10.06.09

(02) Apostasías en la Iglesia

Herejía, apostasía y cisma. Dice el Código de Derecho Canónico que «se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos» (c. 751). Según esto, pudiera pensarse que en no pocas Iglesias descristianizadas la mayoría de los bautizados son herejes o apóstatas o cismáticos o las tres cosas a la vez. Pero vayamos por partes y precisando más.

La definición de la apostasía viene ya sugerida por la etimología del término: ap-oikhomai, apartarse, alejarse. Recordemos que el sacramento del Bautismo lleva consigo una apotaxis, una ruptura del cristiano con Satanás y su mundo, y una syntaxis, una adhesión personal a Cristo y a su Iglesia. Pues bien, por la apostasía el bautizado se separa de Dios y de la Iglesia.

En este sentido, Santo Tomás entiende la apostasía como «algo que entraña una cierta separación de Dios (retrocessionem quandam a Deo)». Por la apostasia a fide se renuncia a la fe cristiana, por la apostasia a religione se abandona la familia religiosa en la que se profesó con votos perpetuos, por la apostasia ab ordine se abandona la vida sacerdotal sellada por el Orden sagrado. Y «también puede uno apostatar de Dios oponiéndose con la mente a los divinos mandatos [pero a pesar de ello] todavía puede el hombre permanecer unido a Dios por la fe. Ahora bien, si abandona la fe, ya se retira o aleja de Él totalmente. Por eso la apostasía en sentido absoluto y principal es la de quien abandonó la fe, y se llama apostasía de perfidia» (STh II-II,12,1).

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8.06.09

(01) Las reformas de la Iglesia

La Iglesia es santa: «una, santa, católica y apostólica». Es ésta una verdad primera de nuestra fe. La Iglesia es santa porque «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el baño del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).

De la santa Iglesia de Dios hablan ya, desde el principio, Ignacio de Antioquía, el Martirio de Policarpo, el Pastor de Hermas, la Carta de los Apóstoles (160-170, Denzinger-Hünermann=DS 1), los Símbolos bautismales de Roma (DS 10), de Jerusalén (DS 41), el Credo de Nicea, completado en Constantinopla (381: DS 150). La Iglesia ciertamente es santa y santificante, porque es el Cuerpo mismo de Cristo, su Esposa virginal, la Madre de todos los vivientes, o como dice el Vaticano II, el «sacramento universal de salvación» (LG 48b; AG 1).

La Iglesia es santa porque el Espíritu Santo es su alma, es santa por la eucaristía y los sacramentos, por la sucesión apostólica de los Obispos, por su fuerza espiritual para santificar laicos y sacerdotes, célibes y vírgenes, sobradamente demostrada en la historia y en el presente.

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5.06.09

Empezamos bien...

Por don de Dios. Quienes tienen la manía de no perderse ninguno de los artículos que de vez en cuando publico en InfoCatólica, y antes en Religión en libertad, es probable que leyeran el titulado Reformadores, moderados y deformadores (10-4-2009), e incluso es posible que recuerden la frase con la que terminaba yo el texto: «Si Dios me lo concede, un mes de éstos inicio una serie de artículos que llevaría como título “La reforma en tiempos de apostasía”. Pero solo si Dios me lo concede. Pido oraciones».

Bueno, pues resulta que, por lo visto, hubo gente que pidió al Señor esa gracia, resulta que Él me la ha concedido, y resulta que aquí estoy, comenzando este nuevo blog “Reforma y apostasía”. Y ahora a ver cómo me las arreglo yo para sacar adelante un tema tan grave y urgente, pero tan vidrioso y difícil. Inicio, pues, este blog «en debilidad, temor y mucho temblor» (1Cor 2,3), pero confiando en que realmente es la gracia de Dios la que me ha movido a esta empresa y la que me asistirá a realizarla dignamente. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13).

Incipit. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo comienzo este blog, para la gloria de Dios y la santificación de mis hermanos. Me pongo bajo el amparo de la santa Madre de Dios, Virgen gloriosa y bendita, y de todos los ángeles y santos del cielo. Y pido las oraciones de mis futuros lectores… por la cuenta que les trae. Hace mes y medio las pedí, y ya han visto ustedes los resultados: infalibles. Así que, empezamos bien…

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