InfoCatólica / Sapientia christiana / Archivos para: Julio 2022

15.07.22

XII. La persona de Cristo

La natividad y la persona[1]

Natividad, con Santa Catalina de Alejandría y San Pedro Mártir, 1442Santo Tomás, después de las cuatro cuestiones dedicadas a la concepción de Cristo, destina otras dos a su nacimiento. Indica en la introducción a ambas que tratará: «en primer lugar, del mismo nacimiento», en la primera cuestión (q. 35); luego, de la manifestación del nacido», en la siguiente (q.36)».

Sobre la natividad comienza con la pregunta de si el nacimiento de Cristo fue de su naturaleza o de su persona. Tiene sentido, porque, por una parte, enseña la filosofía que: «nace propiamente lo que comienza a ser por el nacimiento», a tener un ser propio, y, por tanto a existir, ya que el constitutivo entitativo del ser da la existencia, el hecho de estar presente en la realidad; por otra, porque sabemos por la fe que: «por el nacimiento de Cristo no comenzó a existir su persona», que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, «sino su naturaleza humana». Por consiguiente: «parece que el nacimiento es más propio de la naturaleza que de la persona»[2].

La tesis de Santo Tomás es que: «la naturaleza, hablando con propiedad, no comienza a ser», y, por ello, a existir, como si fuera la que incluyera al ser como uno de sus constitutivos intrínsecos, y, por tanto, existiera por si misma, por un constitutivo esencial. En cambio: «es más bien la persona la que comienza a ser en alguna naturaleza»[3]. La persona es la que posee el ser como su constitutivo intrínseco formal junto con una naturaleza que es su sujeto destinto o constitutivo material.

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1.07.22

XI. La perfección de Cristo en su concepción

Sobrenaturalidad de la concepción de Cristo[1]

Según lo expuesto, la concepción milagrosa de Cristo fue sobrenatural, pero puede decirse que en un aspecto fue natural. Explica Santo Tomás que: «Como dice San Ambrosio: «En este misterio encontrarás muchas cosas conformes con la naturaleza, y muchas por encima de la naturaleza» (La Encarn., c. 6). Pues si nos fijamos en lo que atañe a la materia de la concepción, suministrada por la madre, todo es natural; pero si atendemos al principio activo, todo es milagroso».

Sin embargo: «como cada cosa es enjuiciada más por la forma que por la materia, e igualmente, por el agente más que por el paciente, de ahí se sigue que la concepción de Cristo», en la que se encarnó el Hijo de Dios en la Santísima Virgen y que fue por virtud del Espíritu Santo, «debe calificarse absolutamente de milagrosa y sobrenatural, pero de natural bajo algún aspecto»[2]. Por ello, el desarrollo de lo concebido en el seno de la Virgen María fue natural y ordinario.

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