XXXIX. El primer pecado

La primera tentación

Después de la institución divina del matrimonio, se lee en el Génesis: «Pero la serpiente era más astuta que todos los animales de la tierra que había hecho el Señor Dios. Ésta dijo a la mujer: “¿Por qué os mandó Dios que no comáis de los árboles todos del paraíso?”»[1].

Nuestros primeros padres, por la perfección recibida por la gracia de Dios, no experimentaban tentaciones. Con la armonía perfecta y completa, que les proporcionaba la gracia recibida, no podían ser incitados interiormente a quebrantar la voluntad de Dios. La triple sujeción de su mente a Dios, de sus potencias a su mente y de su cuerpo al alma impedían cualquier tentación interior. Sin embargo, la armonía de la que disfrutaban no era absolutamente perfecta y podían ser tentados y pecar y, por tanto, perderla. La tentación les vino de fuera, de la serpiente.

No se trataba de cualquier serpiente, ni de la especie en general, sino de la serpiente en la que estaba escondido un espíritu maligno, Satanás. Así se indica en el Apocalipsis, al decirse: «aquella antigua serpiente que se llama Diablo y Satanás, que engaña a todo el mundo»[2].

Nota San Agustín que, en este versículo, se indica que: «la serpiente que era: “La más prudente de todos los animales”, esto es, la más astuta, por la astucia del diablo, puesto que en nombre de él y por él engañaba; del mismo modo que se dice prudente o astuta la lengua que es movida por el prudente o el astuto, a fin de persuadir con prudencia o con astucia. No tiene esta fuerza o virtud el miembro corporal que se llama lengua, sino la mente que usa de ella. Como se dice pluma mentirosa la de los escritores, a pesar de que la mentira es propia del que vive y siente; y llamase pluma mendaz porque el mentiroso obra mendazmente por ella. Del mismo modo fue llamada mentirosa la serpiente porque el diablo usó de ella como usa el escritor mendazmente de su pluma»[3].

Repara San Agustín en que: «no comprendió la serpiente el sentido de las palabras que por medio de ella se dirigieron a la mujer; pues si tampoco los mismos hombres, cuya naturaleza es racional, entienden lo que dicen, al hablar por ellos el demonio, cuando se ha posesionado con la posesión que exige el exorcismo, ¿cuánto menos entendería la serpiente el sentido de las palabras que por medio de ella y de aquel modo pronunciaba el diablo, siendo así que no entendería al oír al hombre que hablaba, estando ella libre de la posesión diabólica»[4].

Confiesa además: «Creí conveniente recordar esto para que ninguno juzgue que los animales carentes de razón poseen inteligencia humana, o que repentinamente se transforman en animales racionales, y, por lo tanto, caiga en la opinión ridícula y nociva de la trasmigración de las almas, según la cual las de los hombres pasan a las bestias o las de las bestias a los hombres. Luego habló la serpiente al hombre como habló al hombre el asna sobre la que cabalgaba Balaán(Nm 22, 28), con la diferencia de que aquélla fue obra diabólica y ésta angélica; pues los ángeles buenos y los malos ejecutan algunas obras semejantes»[5].

Sobre el hecho prodigioso del asno del adivino amonita Balaán llamado por Balac, rey de los moabitas, que habitaban cerca del Jordán, para que, a cambio de riquezas, maldijese a los israelitas –que iban en camino de la tierra prometida, hacia el año 1540 a. de C.–, escribe San Agustín que, en su viaje con los enviados del rey: «como la burra no volvía atrás, aunque la golpeara, ni se arrimaba a la pared, porque no se le metía miedo por la otra parte, sino que el ángel estaba en medio del camino en un sitio angosto, a la burra sólo le quedaba tumbarse. “Pero Balaán se encolerizó y golpeaba a la burra con la vara. Y Dios abrió la boca de la burra y ésta le dijo a Balaán: «¿Qué te he hecho para que me pegues ya por tercera vez?» Y Balaán respondió a la burra: «Porque te has burlado de mí. Y si tuviera una espada en mi mano, ya te hubiera matado con ella” (Nm, 22, 27-29). Este hombre era arrastrado, evidentemente, por una avaricia tal que no se aterraba por un milagro tan extraordinario y respondía como si hablara con un hombre, cuando en realidad Dios no había cambiado el alma de la burra en una naturaleza racional, sino que había producido a través de ella el sonido que le había parecido bien para cohibir la vesania de Balaán, prefigurando quizá el hecho aquel según el cual Dios había de elegir las cosas necias “del mundo para confundir a los sabios” (1 Co 1, 27) en favor de aquel Israel espiritual y verdadero, es decir, en favor de los hijos de la promesa»[6].

Eva no se extrañó que hablase la serpiente, porque por su dominio de la naturaleza nada le asustaba ni sorprendía de la misma. Iba descubriendo todas las maravillas de la naturaleza. «La mujer creyó que la serpiente había recibido de Dios el uso del habla, no ciertamente por su condición natural, sino por el ministerio de una criatura espiritual; y no consideró si hacía esto por virtud de un ángel bueno o malo o si lo hacía con permiso o con mandato de Dios»[7].

La maldición a la serpiente

Más adelante se lee en el Génesis: «Entonces, dijo el Señor Dios a la serpiente: “Por cuanto has hecho esto, maldita eres entre todos los animales y bestias de la tierra; sobre tu pecho andarás y tierra comerás todos los días de tu vida»[8].

Santo Tomás responde, con comentarios de San Agustín a este pasaje, a la siguiente dificultad al relato del Génesis: «La serpiente es animal irracional, al que no compete la sabiduría, la palabra ni la pena (…) ni estuvo bien tampoco poner a la serpiente hablando con la mujer y luego castigarla Dios»[9].

En uno de ellos, San Agustín afirma que: «Toda esta sentencia es figurada y ninguna otra cosa exige de nosotros la fidelidad del escritor y la verdad de la narración, sino que no dudemos que así fue pronunciada. En cuanto a lo que se escribió:“Y dijo el Señor a la serpiente”, son únicamente palabras del escritor que deben entenderse en sentido propio, es decir, que ciertamente se dijo esto a la serpiente; las demás palabras son de Dios y se dejan a la libre comprensión del lector, para que él vea si pueden entenderse en sentido propio o figurado (…) Como a la serpiente no se le pregunta por qué hizo esto, podemos comprender que así se hizo atendiendo a que no lo hacía ella directamente por su naturaleza y propia voluntad, sino que el diablo, que había sido ya destinado al fuego eterno por su pecado de soberbia y de impiedad, valiéndose de ella, lo ejecutó mediante ella, estando en ella. Lo que ahora se dice a la serpiente, sin duda es figurado, y se refiere ciertamente a aquel que obró por la serpiente, pues claramente en estas palabras se describe al tentador, tal cual había de ser para el género humano, que comenzó a propagarse después que fue proferida la sentencia sobre la serpiente, pero contra el diablo»[10].

Respecto a la maldición y pena divina, se indica en otro texto de San Agustín también citado: «A la serpiente no se le pregunta, sino que inmediatamente recibe el castigo, porque ni puede confesar el pecado ni tiene ningún motivo de excusa; mas tengamos presente que ahora no se habla de aquella condena del diablo que está reservada para el último juicio, de la que habla el Señor cuando dice:“id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41),sino de aquel castigo del que debemos precavernos nosotros. El castigo del diablo es el tener bajo su dominio a quienes desprecian los mandamientos de Dios, y esto lo demuestran aquellas palabras por las que contra él se decreta la sentencia; y de aquí que es para él gran tormento el alegrarse de este miserable poder, él, que acostumbraba antes de su caída a gozarse de la verdad eterna, en cuya posesión no se sostuvo; y por esto las bestias son antepuestas a ,él no ciertamente en poderío, pero sí en la conservación de su naturaleza, porque las bestias no perdieron bienaventuranza alguna celestial, la que nunca tuvieron, sino que en la misma naturaleza que recibieron pasan la vida. Se dice también“con el pecado y el vientre andarás”, lo que ciertamente en la serpiente se observa; mas la frase dicha a este viviente visible se aplica figuradamente a este nuestro invisible enemigo; en el nombre depecho está representada la soberbia, porque en él tiene su asiento la vehemencia del ánimo; y en el nombre de“vientre” el deseo carnal, porque en esta parte del cuerpo se deja sentir de manera especial la molicie, y porque mediante estas cosas se arrastra el demonio hacia los que quiere engañar; por eso se dijo: “reptarás con el pecho y el vientre”»[11].

Por último, Santo Tomás cita el siguiente texto agustiniano: «Y dice (Dios):tierra comerás todos los días de tu vida”, es decir, todos los días antes del último castigo del juicio, en los cuales gozas de esta potestad; ésta parece ser la vida de él de la que se goza y se gloría:“Comerás la tierra” puede entenderse de dos modos distintos: o te pertenecerán a ti los que engañes con deseos terrenos, es decir, los pecadores, los que están significados por el nombre de tierra; o también con estas palabras designa a una tercera clase de tentación, como es la curiosidad, porque quien se alimenta de la tierra penetra en abismos profundos y obscuros, pero temporales y terrenos[12].

El diálogo con el maligno

Sobre la pregunta de Satanás, el espíritu maligno, en Signo de contradicción, San Juan Pablo II, cuando era el cardenal Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, nota que en sus palabras ya expresa su naturaleza, la de ser la «anti-Palabra» y «anti-Evangelio»[13]. «Empieza con la primera mentira: mentira que podría definirse como un simple error de información; incluso podría reconocerse en aquella una cierta apariencia de búsqueda de la información correcta. La mujer, de manera fácil y espontánea, corrige la información errónea, tal vez en presentir que ésta constituye sólo un principio, un preludio de lo que quiere decirle el “padre de la mentira (cf. Jn 8, 44)»[14].

El relato del Génesis continúa así: «A lo cual respondió la mujer: “De la fruta de los árboles que hay en el paraíso comemos, pero de la fruta de árbol que está en medio del paraíso nos mandó Dios que no comiéramos y que no lo tocáramos, no sea que muramos”»[15].

En esta respuesta, la mujer corrige lo que considera una exageración de la serpiente, porque le indica que no se les ha prohibido comer de todos los árboles del paraíso, sino sólo el que está en el centro. La serpiente presenta su pregunta, aparentando que necesita información de una manera equívoca para sembrar dudas, ya que daba a entender la falta de sentido por el prohibirles el disfrute de la fruta de un árbol y que de igual manera les podía haber prohibido la de todos.

En su precisión, la mujer ya no nombra al árbol del bien y del mal por su naturaleza, sino por su lugar. Lo hace, por tanto, por algo accidental, su mera colocación, como si no quisiese recordar que su naturaleza no es idéntica esencialmente a la de los demás árboles. Además, ya parece contagiársele la deformación del contenido del mandato divino, porque Dios les prohíbe que coman de él, no que no lo toquen siquiera, como dice la mujer.

Asimismo debe advertirse que en este diálogo de la tentación, como indica San Agustín: «Primero pregunta la serpiente, y a ésta responde la mujer, precisamente para que la prevaricación fuese inexcusable y de ningún modo pudiera decirse en adelante que se había olvidado la mujer del precepto que Dios les impuso. A pesar de que el olvido del mandato,ysobre todo de éste único y tan importante, siempre hubiera sido una gran culpa de negligencia punible. Sin embargo, es más evidente la transgresión de él al tenerle presente en su memoria. De este modo Dios es vilipendiado como si se hallase presente y asistiendo a su desprecio»[16].

Continúa el diálogo, según el Génesis, de esta forma: «Dijo la serpiente a la mujer: “¡No, no moriréis¡ Porque Dios sabe que el día que comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal »[17].

El diablo, como escribe Wojtyla: «Ante todo, pone él en tela de juicio la veracidad de Dios: “¡No, no moriréis!”; luego, se lanza sobre la propia naturaleza de la Alianza. El Dios de la Alianza es presentado a la mujer como un soberano celoso del misterio de su señorío, como un adversario del hombre la que hay que oponerse, contra el que hay que rebelarse. Por último, Satanás formula la tentación, que arranca de su propia rebelión y negación: “el día que comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal”».

La negación de la bondad divina

Respecto al modo de la tentación, nota Wojtyla que: «el padre de la mentira no se presenta al hombre negando la existencia de Dios: no le niega la existencia y la omnipotencia que se expresan en la creación, apunta directamente al Dios de la Alianza».

La razón es porque: «La negación absoluta de Dios es imposible, porque resulta demasiado obvia su existencia en el universo creado, en el hombre… incluso en el propio Satanás. El apóstol escribió: “También los demonios creen y tiemblan” (Sant 2, 19), demostrando de este modo que tampoco ellos son capaces de negar la existencia de Dios y su poder soberano sobre todos los seres».

Lo que hizo Satanás fue negar la bondad de Dios, su amor y su misericordia. «La destrucción de la verdad sobre el Dios de la Alianza, sobre el Dios que crea movido por el amor, que por amor ofrece a la humanidad la Alianza en Adán, que por amor pone ante el hombre unas exigencias que afectan a la verdad misma de su ser creado, la destrucción de esta verdad, digo, es, en el razonamiento de Satanás, total»[18].

Adán y Eva fueron creados a imagen de Dios, tal como dice la «Palabra» en el primer capítulo del Génesis. «Y Satanás afirma “seréis como Dios, conocedores del bien y el mal”. Es casi como si sacara la conclusión, al menos una conclusión probable, de la Palabra: si habéis sido creados a imagen de Dios, ¿no comporta este hecho también el conocimiento del bien y del mal al modo de Dios?»[19].

Además de la mentira, en estas últimas palabras del diablo, no sólo se comunica un pensamiento falso, sino también su proterva voluntad. «Satanás no es sólo autor de la consideración equivocada. Quiere imponer su propia postura, su propia actitud ante Dios. En realidad, no le importa la “divinidad del hombre”. Lo que le mueve solamente es comunicar, transmitir al hombre su rebelión, es decir, aquella actitud con la cual el –Satanás– se definió a sí mismo y con la que se situó, por consiguiente, fuera de la verdad, lo que significa fuera de la ley de dependencia del Creador. Este es el contenido de su “non serviam” (cf. Jer 2, 20), que es la verdadera antítesis de otra autodefinición: “Miguel: ¿Quién como Dios? (Jud 9; Ap 12, 7)»[20].

Naturaleza del primer pecado

En el relato de la primera caída se dice seguidamente: «Vio, pues, la mujer, que el árbol era bueno para comer, hermosos a los ojos y agradable a la vista y tomó de su fruto y comió, y dio a su marido, el cual comió»[21].

Al comentar este versículo, se pregunta San Agustín: «¿Cómo hubiera creído la mujer por estas palabras que Dios les había prohibido una cosa buena y útil, a no ser que ya tuviera dentro de su mente aquel amor de su propio poder y cierta presunción de soberbia de sí misma, la cual debía ser humillada y quebrantada por medio de aquella tentación? Por fin, no satisfecha con las palabras de la serpiente dirige su mirada al árbol, y le ve bueno para comer y hermoso ante su vista, y no creyendo que podía morir por esta acción, pues me sospecho que juzgó que Dios les había dicho figuradamente estas palabras:el día en que comas de él, morirás”, significando otra cosa muy distinta; tomó del fruto y comió y se lo dio también a su varón para que también con ella comiese de él; tal vez se lo ofreció con palabras persuasivas, lo cual calla la Escritura, dejándolo entender; o quizá ya no era necesario persuadir a su marido cuando vio que ella no murió al comer el alimento»[22].

Santo Tomás advierte, sobre este pasaje de San Agustín, que: «no debemos anteponer la soberbia a la tentación de la serpiente, sino que inmediatamente después de ser tentado se enorgulleció el corazón del hombre, inclinándose a creer que era verdad lo que el demonio anunciaba»[23].

Según el relato bíblico, podría parecer que el primer pecado fue de gula. Santo Tomás explica que no fue así, porque, aunque: «Es cierto que en el pecado de los primeros padres intervino la gula, pues “Vio, pues, la mujer, que el árbol era bueno para comer, hermoso a los ojos y agradable a la vista”. Pero no fue la bondad y hermosura de la fruta lo que primeramente suscitó a pecar; fue la persuasión de la serpiente, que les anunció: “vuestros ojos se abrirán y seréis como Dios”. El apetito de este conocimiento hizo a la mujer incurrir en soberbia, quedando la gula como pecado derivado del anterior»[24].

Todavía de una manera más profunda se podría pensar que antes de la gula y de la soberbia, el primer pecado fuese de desobediencia. Lo confirmaría la afirmación de San Pablo: «por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores»[25].

Sin embargo, advierte el Aquinate que la desobediencia no fue el primer pecado, el pecado original, porque: «La desobediencia a la ley de Dios no la buscó el hombre por sí, puesto supondría cierto desorden en la voluntad: la buscó por otro fin. Como este fin ulterior no pudo ser otro que la propia excelencia, síguese que su desobediencia procede de soberbia»[26].

El Aquinate aún presenta esta otra objeción a la afirmación de que el pecado original fue de soberbia. «El hombre pecó por sugestión diabólica. Como esta tentación se realizó con promesa de una ciencia nueva, síguese que el primer desorden del hombre se debió al deseo de conocimiento, obra de la curiosidad. Luego es la curiosidad, no la soberbia, el pecado del primer hombre»[27].

La respuesta es que el afán desordenado de conocer es un pecado derivado de la soberbia. «El deseo de ciencia brotó en los primeros padres del apetito de propia excelencia. Por eso la serpiente antepuso las palabras “seréis como Dios” a las otras “conocedores del bien y el mal”»[28].

Prueba Santo Tomás que el pecado original fue un pecado de soberbia con un argumento, que está basado en la armonía completa y perfecta del hombre, por estar todas sus facultades inferiores sometidas al gobierno de la mente. Era, por tanto, en ésta última facultad, donde podía darse la rebeldía con respecto a Dios y no aceptar humildemente su grandeza y poder. Sobre este acto indica que: «Entre los muchos movimientos que pueden concurrir al mismo pecado, posee razón de primacía aquel en que primero se encuentra el desorden». Por consiguiente: «el desorden interior del alma es anterior al acto externo», y, en este desorden: «el apetito tiende al fin antes que a los medios».

Al aplicar estos principios al pecado original se infiere que: «el pecado del primer hombre tuvo que darse en el apetito de un fin desordenado. Y como en el estado de inocencia no podemos hablar de una primera rebelión de la carne contra el espíritu, es imposible que el primer desorden se produjera por el deseo de un bien finito que arrastrara a la carne contra el orden de la razón. Por consiguiente, ese primer apetito tuvo que ser de un bien espiritual. Y como no habría desorden en el apetito de esos bienes si procediesen conforme a la medida establecida por la ley divina, no hay más remedio que concluir en la existencia de un apetito desordenado de bienes espirituales, este es precisamente el objeto de la soberbia; luego el primer pecado del hombre fue la soberbia»[29].

El desarrollo de la tentación

El relato bíblico de la tentación y de la caída termina con esta indicación: «Se abrieron los ojos de ambos; al darse cuenta de que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron delantales»[30].

En su comentario indica San Agustín: «Tan pronto como traspasaron el precepto, sintiéndose en su interior completamente desnudos al apartarse de ellos la gracia, a la que habían ofendido con cierta arrogancia y estimación de su propio poder, dirigieron los ojos a sus miembros y los desearon con un movimiento desconocido hasta entonces. Para esto se abrieron sus ojos, para lo que antes no estaban abiertos, aunque los tenían abiertos para todo lo demás»[31].

En Signo de contradicción, se comenta que: «Cuando, en el capítulo tercero del Génesis, el Maligno dice: “se os abrirán los ojos y seréis como Dios” (Gn 3, 5), en estas palabras encontramos todo el panorama de la tentación del hombre, del propósito de enfrentarlo con Dios hasta la forma más extrema. Puede decirse que en la primera etapa de la historia del hombre esta tentación no sólo no fue aceptada, sino que ni siquiera recibió una formulación plena. Pero han llegado los tiempos en que ese aspecto de la tentación del Maligno ha encontrado su contexto histórico adecuado»[32]-

Por este curso histórico, puede afirmarse que: «La tentación de Satanás en este punto supera de manera notable lo que efectivamente fue aceptado por el primer hombre, mujer y varón. Sin embargo, incluso lo que fue aceptado bastaba para trazar la dirección del desarrollo posterior de la tentación del hombre»[33].

Confiesa su autor que: «Lo que impresiona en el capítulo tercero es la exactitud ontológica y psicológica de la descripción bíblica. La mujer no acepta íntegramente el contenido de la tentación: lo acepta sólo dentro de los límites de su humana conciencia y libertad. Esto no obstante, lo que aceptó era demasiado».

En la tentación del hombre primitivo, añade: «Podemos decir que nos encontramos en el principio, o mejor, en los orígenes de la tentación del hombre, en los orígenes de un larguísimo proceso que va desarrollando a lo largo de toda la historia. Incluso en el marco aparentemente simple de la descripción bíblica, no podemos por menos de quedar sorprendidos por la profundidad y la actualidad de este problema»[34].

En su primera actuación: «Satanás no logra vencer del todo, esto es, se muestra incapaz de sembrar en el hombre una rebelión total, esa rebelión total que el demonio lleva en sí mismo. Logra, en cambio, provocar en el hombre una flexión hacia el mundo, que le desvía progresivamente en dirección contraria al destino a que estaba llamado. Desde ese momento el mundo quedará convertido en campo de la tentación del hombre: campo para volver las espaldas a Dios, de diversas formas y en diverso grado; campo de rebelión en vez de colaboración con el Creador; campo donde se alimenta la soberbia humana, en vez de alimentar la búsqueda de la gloria de Dios».

Para el hombre, el mundo fue también tentación, por ser la ocasión para alejarse de Dios, de rebelión y de soberbia. «El mundo como palestra de la lucha entre el hombre y Dios, de la contraposición de lo creado con el Creador; este es el gran drama de la historia, del mito y de la civilización»[35].

Esta historia no guarda relación con el mito de Prometeo, el titán, que robó las semillas del fuego a Hefesio, el dios del fuego, para dárselas a los hombres. El bienhechor de los mortales fue castigado por Zeus a ser encadenado a una roca y al sufrimiento de que un águila le devoraba el hígado, que se regeneraba siempre, para continuar el padecimiento de la pena[36]. «La serpiente bíblica no tiene nada de Prometeo. En el Génesis falta claramente todo contexto que justificaría interpretación semejante. Sin embargo, no han faltado y no faltan quienes intentan trasplantar el mito de Prometeo al terreno del Génesis, quienes pretenden afirmar al hombre a costa de Dios».

Con ello, lo que hacen es revelar: «el nivel más profundo de ese proceso secular de la tentación del hombre, de la historia de la negación. Su superficie, en cambio, constituye la dinámica realidad de la fuerza de atracción que el mundo ejerce sobre el hombre»[37].

El secularismo

El proceso histórico de la tentación llevó al giro hacia del mundo y ha culminado con el llamado secularismo. «Aquí es donde se desarrolla el antiguo drama de la tentación del hombre»[38]. Se confunde con términos del concilio Vaticano II el «secularismo” con la «secularización»[39], porque: «Mientras la “secularización” atribuye la justa y debida autonomía a las cosas terrenas, el “secularismo”, en cambio, proclama: ¡Hay que quitarle el mundo a Dios! ¿Y después? ¡Después hay que dárselo todo al hombre!»[40].

Este enfrentamiento de la anti-Palabra con la Palabra: «comporta no sólo la negación del Dios de la Alianza, sino la negación de la idea misma de Dios, la negación de su existencia y al mismo tiempo el postulado –y en cierto sentido el imperativo– de la liberación de la idea de Dios, para afirmar al hombre»[41].

Pocos años después precisaba Wojtyla que: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de “misericordia” parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (Cf. Gn 1, 28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia»[42].

Se pregunta Karol Wojtyla, en Signo de contradicción, sobre el sinsentido de la posición del secularismo, ateísmo y antropocentrismo: «Pero ¿es que al hombre se le puede entregar el mundo con mayor plenitud que la que se le dio al principio de la creación? ¿Puede dársele de otra manera? ¿Puede dársele fuera del orden objetivo del ser, del bien y del mal?».

Se puede hacer un segundo tipo de preguntas, porque: «Y si se le entrega de forma diversa, es decir, al margen del orden objetivo, ¿no se resolverá acaso contra el hombre, sometiéndolo a esclavitud? ¿No le instrumentalizará? ¡Basta tener presentes en este momento los progresos de la física nuclear con la consiguiente locura de los armamentos, los progresos de la medicina con la correspondiente locura de la anticoncepción¡»[43].

El concilio Vaticano ya había afirmado que «la criatura sin el Creador se esfuma» y que «por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida»[44].

Dada esta triple negación de la dependencia del mundo, de Dios y del hombre, todavía el cardenal Wojtyla hace esta tercera pregunta: «Podemos ahora preguntarnos si estamos ya en el tramo final de ese camino de la negación que se inició en torno al árbol de la ciencia del bien y del mal. Para nosotros, que conocemos toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, ninguna etapa de este camino puede constituir una sorpresa. Aceptamos con temor, pero también con confianza, las palabras inspiradas del Apóstol: “Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición” (2 Tes 2,3)».

La apostasía

Santo Tomás, al comentar estas palabras de San Pablo del último texto citado, indica que puede interpretarse esta apostasía como «separación del imperio Romano, al que todo el mundo estaba sometido». La mayoría de los Padres de la Iglesia creían que al «hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición», al Anticristo, le detenía el imperio Romano. Podría también entenderse en otro sentido del que revela su realidad histórica concreta, aunque relacionado con ella. El Imperio Romano representaría el principio de orden y de autoridad natural y legítima, que hacían posible el orden social.

El Aquinate refiere la interpretación de San Agustín del Imperio Romano, al indicar que: «figura suya era la estatua de Daniel, en donde aparece se nombran cuatro reinos (Dan 2, 31), acabados los cuales, acontecería la venida de Cristo; y que ésta era una señal a propósito, porque la firmeza y estabilidad del Imperio Romano estaba ordenada a que, debajo de su sombra y señorío se predicase por todo el mundo la fe cristiana»[45].

En La Ciudad de Dios, San Agustín, sobre la profecía de los cuatro reinos de la visión del profeta Daniel, escribe: «Él ha visto en una visión profética cuatro fieras, que significaban cuatro reinos. El cuarto fue sometido por un cierto rey, en el que se adivina el Anticristo. Después de todo esto surge un reino eterno de un hijo de hombre, en el que vemos a Cristo. He aquí sus palabras: “Yo, Daniel, me sentía agitado en lo íntimo de mi ser, y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie (un ángel, asistente del trono de Dios), y le pedí que me explicase todo aquello; él me explicó el sentido de la visión” (Dan 7, 15-16). Luego, como transmitiendo la explicación que había pedido, continúa: “Estas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos. Yo quise saber -prosigue- lo que significaba la cuarta fiera, distinta de todas las demás, y mucho más terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba y pisoteaba las sobras con las pezuñas, y lo que significaban los diez cuernos de su cabeza, y el otro cuerno que le salía y eliminaba a los otros tres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias, con un aspecto mayor que los otros. Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los otros y los derrotó, hasta que llegó el anciano y entregó el reino a los santos del Altísimo; llegó el tiempo, y los santos entraron en posesión del reino” (Dan 17-22)».

De todo esto dice Daniel que pidió explicación. Y en seguida expone la respuesta que oyó: «Y dijo -prosigue- (es decir, aquel a quien le había preguntado): “La cuarta fiera es un cuarto reino que habrá en la tierra, y que dominará sobre todos los demás; devorará toda la Tierra, la trillará y triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que surgirán; después vendrá otro que los superará a todos en maldades; humillará a tres reyes, y blasfemará contra el Altísimo y triturará a los santos del Altísimo; se llegará a temer que cambie el calendario y la ley. Dejarán en su poder a los santos durante un período de tiempo, varios períodos más y la mitad de uno de ellos. Pero cuando se siente el tribunal para juzgar, le quitará el poder y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo les fueron entregados a los santos del Altísimo. Su reino será eterno; le temerán y se someterán todos los Imperios. Aquí termina -dice- la explicación. Yo, Daniel, estaba muy turbado con mis pensamientos y se me mudó el color del rostro; pero me lo guardé todo dentro”»[46].

Esta sucesión de estos cuatro imperios el sueño de Daniel, narrado en el capítulo VII, como indica el texto de Santo Tomás, siguiendo las interpretaciones tradicionales, se encuentra en la interpretación de Daniel del sueño de Nabucodonosor, narrado en el capítulo II. Se lee en este lugar: «Tú, oh rey, veías y se te apareció una gran estatua. Aquella estatua grande y de mucha altura estaba derecha, frente a ti y su vista era espantosa. La cabeza de esta estatua era de oro muy puro. Después de ti se levantará otro reino menor que tú que será de plata, otro tercer reino de cobre que mandará en toda la tierra. El cuarto reino será como el hierro, al modo que el hierro desmenuza y doma todas las cosas, así aquel desmenuzará y quebrantará todos éstos. Lo que viste de los pies y de los dedos, una parte de barro de alfarero y otra parte de hierro, significa que el reino será dividido, aunque tenga origen de vena de hierro, según lo que has visto, hierro mezclado con barro cocido. Los dedos de los pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido, significan que en parte el reino será firme y en parte quebradizo. El haber visto el hierro mezclado con el barro cocido, significa que se mezclarán por medio de parentelas, más no se unirán el uno con el otro, así como el hierro no se puede ligar con el barro cocido. Más en los días de aquellos reinos, el Dios del cielo levantará un reino que no será destruido jamás; este reino no pasará a otro pueblo y quebrantará y acabará con todos estos reinos; subsistirá para siempre. Según lo que viste, que del monte se desgajó una piedra sin mano de hombre y redujo a polvo el barro, el hierro, el cobre, la plata y el oro, el gran Dios mostró al rey las cosas que han de venir después. El sueño es verdadero y su interpretación fiel»[47].

Indica, San Agustín, en este mismo lugar, que: «Interpretando este pasaje, algunos ven en esos cuatro reinos: Asiría, Persia, Macedonia y Roma. Si alguien desea saber con cuánto acierto, lo puede ver en la obra del presbítero Jerónimo (San Jerónimo) sobre Daniel, escrita con bastante erudición y profundidad. Que la Iglesia tenga que soportar la cruelísima tiranía del Anticristo durante un espacio de tiempo, por más corto que sea, hasta que los santos, en el último juicio de Dios, reciban el reino eterno, es cosa que, aunque uno leyera el pasaje dormitando, no se puede poner en duda»[48].

A la sucesión de los cuatro reinos: el asirio-babilónico, el medo-persa, el griego de Alejandro Magno y sus Diádocos, y el Imperio Romano, seguiría –con palabras que siguen al pasaje citado de la Segunda epístola a los Tesalonicenses– la acción del «hijo de la perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o que es adorado; de manera que sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuese Dios». Añade San Pablo: «¿No se acuerdan que cuando estaba todavía con ustedes les decía estas cosas? Saben qué es lo que ahora le detiene, a fin de manifestarse a su tiempo. Porque ya está actuando el misterio de la iniquidad, sólo falta que quien ahora le retiene fuera sea quitado de en medio»[49].

Se interpretaba que el reino del Anticristo vendría después del Imperio Romano y, en la Patrística, se creía también que le detenía su advenimiento, con su poder, que se manifestaba en su autoridad y orden jurídico. Por ello, casi a un milenio de su caída, en la época de Santo Tomás, se podía preguntar: «¿Cómo puede ser esto, siendo ya pasadas muchas centurias desde que los gentiles se apartaron del Imperio romano y, eso no obstante, no ha venido aún el Anticristo?».

La respuesta la da el Aquinate en su comentario a este texto de San Pablo: «Digamos que el Imperio Romano aún sigue en pie, más mudada su condición de temporal en espiritual, como dice San León Papa en un sermón sobre los apóstoles. Por consiguiente, la separación del Imperio Romano ha de entenderse, no sólo en el orden temporal, sino también en el espiritual, es, a saber, de la fe católica de la Iglesia Romana».

Considera Santo Tomás que: «Esta es una señal muy a propósito, porque así como Cristo vino cuando el imperio Romano señoreaba sobre todas las naciones, así por el contrario la señal del Anticristo es la separación de él o apostasía», y, por tanto de la Iglesia, que mantiene el orden natural y la autoridad moral, que serán abandonados por la apostasía».

Indica también Santo Tomás que se denomina al Anticristo «el hijo de la perdición», porque lo es «del diablo, no por naturaleza, sino por la malicia acabada, que en él se colmará. Y dice: “ha de manifestarse”, porque así como todos los bienes y virtudes de los santos, que precedieron a Cristo, fueron figura de Cristo; de la misma manera en todas las persecuciones de la Iglesia los tiranos, fueron como figura del Anticristo en que él estaba latente; y así toda aquella malicia, que estaba escondida en ellos, se hará patente a su tiempo»[50].

La liberación del hombre

El cardenal Ratzinger al ocuparse de la primera tentación del hombre y de su historia, destacó que, en ella, también se pretende la superación de las limitaciones del ser y obrar humanos, consecuencia de que el hombre es un ente por participación y no por esencia. Ninguna limitación de la naturaleza humana es un mal, una privación de un bien debido, sino la condición positiva para poder poseer algún bien, porque el límite expresa el grado de posesión de un bien o perfección dada de la que, por tanto, se participa. Todo ente creado es participado y, por ello, necesariamente limitado.

Notó Ratzinger, en primer lugar, que en el relato del Génesis: «El jardín es imagen de un mundo que no es para el hombre una selva, ni un peligro, ni una amenaza, sino su patria que lo mantiene a salvo, que lo nutre y que lo sostiene. Es expresión de un mundo que posee los rasgos del Espíritu, de un mundo que se ha hecho de acuerdo con el deseo del Creador»[51].

En este proyecto divino, por una parte: «el hombre no explota el mundo ni quiere convertirlo para sí mismo en una propiedad privada desprendida del deseo Creador de Dios, sino que lo reconoce como un don del Creador y lo construye para aquello para lo que ha sido creado». Por otra: «se demuestra entonces que el mundo, que se ha producido en unidad con su Señor, no es una amenaza sino don y regalo, señal de la bondad de Dios que salva y unifica».

A la inversa, lo que implican las palabras de la tentación de la serpiente es que le manifiesten al hombre: «No te aferres a ese Dios lejano que no tiene nada que darte. No te acojas a esa Alianza que está tan distante y te impone tantas limitaciones. Sumérgete en la corriente de la vida, en su embriaguez y en su éxtasis, así tú mismo podrás participar de la realidad de la vida y de su inmortalidad»[52].

En segundo lugar, indica Ratzinger que la tentación del primer hombre es«en realidad la esencia de la tentación y del pecado de todos los tiempos. La tentación no comienza con la negación de Dios, con la caída en un abierto ateísmo. La serpiente no niega a Dios; al contrario, comienza con una pregunta, aparentemente razonable, que solicita información, pero que en realidad contiene una suposición hacia la cual arrastra al hombre, lo lleva de la confianza a la desconfianza»[53].

En el dialogo con la serpiente: «Lo primero no es la negación de Dios sino la sospecha de su Alianza, de la comunidad de fe, de la oración, de los mandamientos en los que vivimos por el Dios de la Alianza. Queda muy claro aquí que, cuando se sospecha de la Alianza, se despierta la desconfianza, se conjura la libertad y la obediencia a la Alianza es denunciada como una cadena que nos separa de las auténticas promesas de la vida».

Lo segundo es que el hombre se libere de las limitaciones que se le han dado. «Es tan fácil convencer al hombre de que esta Alianza no es un don ni un regalo sino expresión de envidia frente al hombre, de que le roba su libertad y las cosas más apreciables de la vida. Sospechando de la Alianza el hombre se pone en el camino de construirse un mundo para sí mismo. Dicho de otro modo: encierra la propuesta de que él no debe ni puede considerar como limitaciones las del bien y el mal, las de la moral, en realidad, sino liberarse sencillamente de ellas, suprimiéndolas»[54].

El problema del arte y de la técnica

La sospecha de la bondad de Dios y la invitación a la liberación de las limitaciones naturales, que incluye la tentación de la serpiente, se pueden encontrar de manera muy variada a lo largo de la historia humana, e igualmente en la actualidad. Ratzinger nota dos variantes de la tentación en nuestros días. La primera se encuentra en el mundo del arte.

La actitud de liberación del hombre en la estética actual: «Empieza con la pregunta: ¿Qué le está permitido en realidad al arte? La repuesta parece muy sencilla: lo que “artísticamente” puede. Sólo le está permitida una norma: ella misma, la capacidad artística. Y frente a ella hay sólo un fallo: el fallo del arte, la incapacidad artística. No hay, por tanto, libros buenos y malos, sino libros bien y mal escritos, películas bien o mal hechas, etc. Ahí no cuenta el bien, la moral, sólo la capacidad».

Si en muchas propiedades y peculiaridades humanas no consigue la liberación, en la estética: «existe un espacio en el que el hombre puede elevarse por encima de sus limitaciones: si hace arte, no tiene pues limitaciones; él es capaz entonces de aquello de lo que es capaz. Y significa que la medida del hombre sólo puede ser la capacidad, no el ser, no el bien y el mal. Le está permitido, aquello de lo que es capaz, si es que esto es así»[55].

La segunda variante actual de la esencia de la tentación se da en la técnica. «Aquí también se nos plantea la pregunta: ¿qué le está permitido a la técnica?». La respuesta, que se da, es que: «le está permitido aquello de lo que es capaz». La posibilidad técnica ejerce sobre los científicos y técnicos una especie de «seducción» y «fascinación», que hace que sientan que deben seguir: «lo técnicamente posible, el ser capaces también de querer algo y de hacerlo»[56].

El hombre no puede abandonarse al espacio de la técnica, ni tampoco al del arte. Nota Ratzinger que, con «todos los productos de la atrocidad, de cuyo continuo incremento somos hoy espectadores atónitos (…) deberíamos comprender que el hombre (…) está siempre presente como medida suya él mismo, la Creación, su bien y su mal y cuando rechaza esta medida, se engaña. No se libera, se coloca contra la verdad. Lo cual quiere decir que se destruye a sí mismo y al Universo»[57].

La falsedad del pecado

De estas modalidades, que ha ido adquiriendo la tentación, se puede inferir que «La forma más grave del pecado consiste en que el hombre quiere negar el hecho de ser una criatura, porque no quiere aceptar la medida ni los límites que trae consigo. No quiere ser criatura porque no quiere ser medido, no quiere ser dependiente. Entiende su dependencia del amor Creador de Dios como una resolución extraña. Pero está resolución extraña es esclavitud, y de la esclavitud hay que liberarse»[58].

Sin embargo, con el pretendido intento de liberarse lo que el hombre consigue realmente es corromper todas sus relaciones. «Cuando lo intenta se transforma todo. Se transforma la relación del hombre consigo mismo y la relación con los demás: para el que quiere ser Dios, el otro se convierte también en limitación, en rival, en amenaza. Su trato con él se convertirá en una mutua inculpación y en una lucha, como magistralmente lo representa la historia del paraíso en la conversación de Dios con Adán y Eva (Gen 3, 8-13). Se transforma, por último, su relación con el Universo, de modo que se convertirá en una relación de destrucción y explotación».

Con la perversión de la bondad de las relaciones humanas lo que se consigue paradójicamente es la esclavitud. «El hombre que considera una esclavitud la dependencia del amor más elevado y que quiere negar su verdad –su ser-creado– ese hombre no será libre, destruye la verdad y el amor. No se convierte en Dios –no puede hacerlo–, sino en una caricatura, en un pseudo-dios, en un esclavo de su capacidad que lo desintegra»[59].

En la primera tentación se manifiesta lo que es el pecado con su negación radical y total. «Pecado, en esencia, es –y ahora está claro– una negativa a la verdad. Con esto podemos también ahora entender lo que dicen estas misteriosas palabras: “Si coméis de él (es decir, si negáis los límites, si negáis la medida), entonces moriréis» (cfr. Gen 3, 3). Significa: el hombre que niega los límites del bien y el mal, la media interna de la Creación, niega y rehúsa la verdad. Vive en la falsedad, en la realidad. Su vida será pura apariencia; se encuentra bajo el dominio de la muerte. Nosotros, que además vivimos en este mundo de falsedades, de no-vivir, sabemos bien en que medida exista este dominio de la muerte que hace de la vida misma una negación, un ser muerto»[60].

Eudaldo Forment



[1]Gen 3, 1.

[2]Apoc 12, 9.

[3] SAN AGUSTÍN, Comentarios del Génesis a la letra, XI, c. 29, 36.

[4]Ibíd., XI, c. 28, 35.

[5]Ibíd., XI, c. 29, 37.

[6] S AGUSTÍN, Cuestiones sobre el heptateuco, IV, 50.

[7] SANTO TOMÁS, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, In II Sent, d. 23, q. 2, a.3, ad 2.

[8] Gen 3, 14.

[9] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I-II, q. 165, a. 2, ob. 4.

[10] SAN AGUSTÍN, Del Génesis a la letra, XI, c. 36, 49.

[11] IDEM, Comentarios del Génesis contra los maniqueos, II, XVII, 26.

[12] Ibíd., II, c. XVIII, 27.

[13] KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción, Madrid, BAC, 1979, p. 39.

[14] Ibíd., pp. 39-40.

[15] Gn 3, 2-3.

[16] SAN AGUSTÍN, Comentario al Génesis a la letra, XI, c. 30, 38

[17] Gn 3, 4-5.

[18] KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción , op. cit., p. 40.

[19]Gn 1, 26.

[20] KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción , op. cit ., p. 41.

[21] Gn 3, 6.

[22] SAN AGUSTÍN, Comentario al Génesis a la letra, XI, c. 30, 38.

[23] SANTO TOMÁS, Suma teológica, II-II, q. 163, a. 1, ad 4

[24] Ibíd., II-II, q. 163, a. 1, ad 2.

[25]Rom 5, 19.

[26] SANTO TOMÁS, Suma teológica, II-II, q. 163, a. 1, ad 1.

[27] Ibíd., II-II, q. 163, a. 1, ob. 3

[28]Ibíd., II-II, q. 163, a.1, ad 3.

[29] Ibíd., II-II, q. 163, a. 1.

[30] Gn 3, 7.

[31] SAN AGUSTÍN, Comentario al Génesis a la letra, XI, c. 31, 41.

[32] KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción , op. cit., p. 46-47.

[33]Ibíd., pp. 41-42.

[34] Ibíd., p. 42.

[35] Ibíd., pp. 42-43.

[36] PIERRE GRIMAL, Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Paidos, 1982, p. 455.

[37] KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción , op. cit., p 43.

[38] Ibíd., p. 45.

[39] Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Gaudium et spes, I, c. 3, n. 36.

[40] KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción , op. cit., p 45.

[41]Ibid., p. 47.

[42] JUAN PABLO II, Encíclica Dives in misericordia, I, 2.

[43]Ibíd., pp. 45-46.

[44] CONCILIO VATICANO II, Constitución Gaudium et spes, I, c. 3, n. 36.

[45] SANTO TÓMÁS, Comentario a la segunda epistola de San Pablo a los tesalonicenses, II, c. 2.

[46] SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, XX, c. 23, 1.

[47] Dan 2, 31-45.

[48] SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, XX, c. 23, 1.

[49]2 Tes 2,4-6.

[50] SANTO TÓMÁS, Comentario a la segunda epistola de San Pablo a los tesalonicenses, II, c. 2.

[51]Cardenal JOSEPH RATZINGER, Creación y pecado, Pamplona, Eunsa, 2005, pp. 90-91.

[52] Ibíd., p. 91.

[53] Ibíd., pp. 92-93.

[54] Ibíd., p. 93.

[55] Ibíd., p. 94.

[56] Ibíd., p. 95.

[57] Ibíd., p. 96.

[58] Ibíd., pp. 96-97.

[59] Ibíd., p. 97

[60] Ibíd., pp. 97-98.

5 comentarios

  
Emilio Amadeo
Eso de la serpiente no se puede tomar al pie de la letra, digo yo. Es una especie de simbolo.

_/\_
20/04/16 6:55 PM
  
Ricardo de Argentina
"...forma más grave del pecado consiste en que el hombre quiere negar el hecho de ser una criatura, porque no quiere negar el hecho de ser una criatura, porque no quiere aceptar la medida ni los límites que trae consigo."
---

Errata: lo que va entre comas sobra.

Al respecto quisiera agregar que el hombre impío, el hombre "moderno", no quiere reconocerse criatura porque eso implica reconocer la existencia de su Creador y por ende, las obligaciones inherentes.
20/04/16 7:47 PM
  
Alberto
Paradójicamente los que se sienten como dioses predican que somos unos animales evolucionados.
Criaturas sin creador, fruto de una evolución impersonal y cruel, sin nombre propio, que favorece al fuerte, al astuto, incluso al inhumano.
Nos arrebatan al Creador, nos dejan sin Padre, todo ello con la zanahoria que nos ponen delante, del ser como dioses. Vendimos el coche para comprar gasolina.


21/04/16 10:29 PM
  
Jesús Antonio Alzate Acevedo
La Curiosidad, El Vientre y La Soberbia o El Parecer, El Poder y El Poseer, son tres Nuestros Enemigos cuya Entidad es El Mundo, La Carne y El Demonio.
22/04/16 5:32 PM
  
GreenLeaf
Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas para tratar de comprender bien algunos aspectos concretos del relato de Génesis que ha descrito (que por cierto me ha gustado mucho su artículo).

- ¿Qué es exactamente el "conocimiento del bien y del mal"? Parece que era algo que Adán y Eva no tenían, y que cuando tomaron del fruto llegaron a tener, siendo en este aspecto como Dios (ver Gen 3,22). Si ese "conocimiento del bien y del mal" era algo malo, ¿por qué Dios lo tenía? Si es algo bueno, ¿por qué prohibírselo al hombre?

- ¿Tiene que ver entonces por los medios o la forma de acceder a él? Es decir, si Adán y Eva hubieran obedecido, ¿Dios les habría dado después del fruto y qué efectos hubiera tenido entonces?

- ¿Qué diferencia hay entre los efectos de desobedecer la orden de Dios de no comer del fruto y del propio fruto?

¡Muchas gracias!
25/04/16 7:24 PM

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