24.02.09

Sobre las Fiestas del Cristo y la religión como hecho social

Leo en el “Faro de Vigo” que el BNG avisa de que “el Cristo no estará bajo ningún concepto en la Semana Grande”. Es decir, en el programa de las fiestas de verano de la ciudad de Vigo – hasta hace poco llamadas “Fiestas del Cristo” – , no se hará mención del acontecimiento que, sin lugar a dudas, aglutina a más vigueses: la procesión del Santísimo Cristo de la Victoria. Hasta tal extremo llega la voluntad desacralizadora del Bloque que se muestra dispuesto – este partido político, que comparte con el PSOE poder municipal – a retrasar el comienzo de las celebraciones festivas para que no coincidan con la procesión. Y a la vez, en un ejercicio grosero de incoherencia, ese mismo partido transige con respecto a la romería de San Roque: “En este caso no tendríamos problema, porque es algo más que un acto religioso”.

He de confesar que no entiendo nada. Que un Ayuntamiento no organice una procesión religiosa cabe dentro de lo normal. El Estado – y los diversos niveles de la Administración del Estado – no es la Iglesia. Pero, si a un Ayuntamiento no le interesa una procesión, tampoco puede interesarle, en línea de principio, una romería. Pero, llegados a este punto, es donde se hace visible el criterio del Bloque: La romería es “algo más que un acto religioso”.

O sea, para que un acontecimiento tenga cabida en el programa municipal, ha de ser cualquier cosa, salvo un acto religioso. Un programa de fiestas se limita, normalmente, a levantar acta de lo que hay. No todo lo que cabe en el programa ha de ser propiciado u organizado por quien edita el programa. El programa da cuenta de lo que hay. Y si las fiestas del pueblo, o de la ciudad, son en honor de San Roque, del Santísimo Cristo, o de San Antonio (como en el Louredo del Padre Casares), el programa, por cortesía y por voluntad de servicio, deja constancia del motivo principal que las inspira. Eso es lo lógico en todas partes, menos en Vigo.

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23.02.09

Ayuno y abstinencia

Llega la Cuaresma, un tiempo de penitencia que nos ayuda a prepararnos para la Pascua de Resurrección. La obligación de hacer penitencia proviene de un mandato del Señor, que pide no sólo obras exteriores, sino la conversión del corazón: “Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 17-18).

La Iglesia, siguiendo este mandato de Cristo, ha querido que todos los fieles se “se unan en alguna práctica común de penitencia” y para ello ha fijado algunos días penitenciales “en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia” (CIC, c. 1249).

Obviamente, estas prácticas comunes no agotan el deber de hacer penitencia. Constituyen más bien un recuerdo para cada uno y un signo de pertenencia al Pueblo de Dios; una expresión externa y social de la búsqueda de la conversión. Nos ayudan a vivir en sintonía con la liturgia para avanzar en el amor a Dios y al prójimo; adquiriendo el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón.

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22.02.09

Rezar por el Papa

Lo ha solicitado él: “Os pido que recéis por mí, para que pueda cumplir fielmente el alto cometido que la Providencia divina me ha encomendado como sucesor del Apóstol Pedro”. Pero, aunque no lo hubiese pedido expresamente, seguiría siendo una obligación nuestra. Hay que rezar por el Papa, siempre, y más que nunca en un momento en que su autoridad – autoridad recibida de Cristo- está siendo contestada; no sólo por los que formalmente están fuera de la Iglesia, sino incluso por los que, aparentemente, están dentro.

El Papa es el Papa. No puedo ocultar mi simpatía por un Papa, Juan Pablo II. La primera vez que lo vi – en Portugal, allá por el año 1982, en el Santuario de Nuestra Señora de Sameiro – me causó una profunda impresión. Tenía yo quince años, a punto de cumplir dieciséis. Se celebraba una “Misa por las familias”. El Papa llegó tarde, por un problema de transporte o de lo que fuera. Y allí estábamos, sin dormir desde el día anterior, esperándole. No defraudó.

Después, en muchísimas ocasiones y en lugares diferentes, vi a Juan Pablo II. Para mí, un santo. Un cristiano ejemplar, un sacerdote ejemplar, un Obispo ejemplar, un Papa ejemplar. Le sucedió Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, el mejor teólogo vivo de siglo XX. Benedicto XVI me inspira una admiración distinta. Veo al Papa Benedicto como un hombre que no apela más que a la fuerza de la razón. No me imagino a Benedicto XVI dando un golpe en la mesa. Yo creo que él espera que lo que resulta evidente a sus ojos resulte evidente a los ojos de todos. Y quizá, en esto, como en tantas cosas, el Papa actual nos supera. Él está por encima, con su suavidad, con su firmeza, con su modestia, con su humildad.

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Colaborar en Religión en Libertad

Religión en Libertad es un espacio habitable. Y encontrar un espacio habitable, en medio de tantos páramos y de tantas junglas, constituye ya de por sí un privilegio. Para un sacerdote, el ofrecimiento de escribir en un portal de notable difusión es una invitación que no puede ser desatendida. Claro que no basta con una invitación, ni con escribir por escribir, ya que se requiere, pienso yo, que haya una cierta coherencia entre aquello que se escribe y el medio en el que se difunde lo escrito. Y también, si la vocación de escritura ha de tener cierta continuidad en el tiempo, se agradece un mínimo de confortabilidad. Podemos pasar una noche a la intemperie, pero resulta mucho más crudo pasar un invierno entero.

A mí me ayuda escribir en este portal. Me ayuda, en primer lugar, a preparar con mayor esfuerzo y atención la homilía de cada domingo. Un quehacer apasionante, pero a la vez arduo. Predicar no es fácil. De ahí que no se pueda ahorrar trabajo para intentar hacerlo bien. Leyendo, meditando, orando y - ¿por qué no? – tratando de exponer por escrito el esquema de lo que se va a decir. El post de mi blog al que le dedico más tiempo es, sin duda, el que se corresponde con la homilía de cada domingo. En esta tarea sigo una máxima newmaniana: “Si me convence a mí, puede convencer a otros”. Es decir, trato de reflejar en el texto algo que a mí me resulte de interés, con la esperanza de que pueda también ayudar a otros – a mi parroquia real y a mi parroquia virtual-.

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21.02.09

La sinceridad de Dios

San Pablo, en la Segunda Carta a los Corintios, escrita en el otoño del año 57, se presenta como un hombre veraz y sincero, libre de fingimiento: “La palabra que os dirigimos no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’”. En esta falta de doblez el Apóstol sigue el ejemplo de Jesucristo, que “no fue primero ‘sí’ y luego ‘no’”, ya que “en Él todo se ha convertido en un ‘sí’; en Él todas las promesas han recibido un ‘sí’”. En definitiva, la sinceridad de San Pablo se fundamenta en la sinceridad de Dios mismo, en la fiabilidad de su Palabra, en la lealtad con la que, enviando a Jesucristo, ha cumplido todas sus promesas.

Lo contrario de la sinceridad es la doblez de corazón; la astucia o la malicia en la manera de obrar o de hablar dando a entender lo contrario de lo que se siente. Un corazón doble dice unas veces ‘sí’ y otras ‘no’, según la conveniencia de cada momento. Uno de los más antiguos textos cristianos, la Didaché o Enseñanzas de los Doce Apóstoles, contrapone dos caminos, el de la vida y el de la muerte. El camino de la muerte se caracteriza, entre otras cosas, por los falsos testimonios, la hipocresía, la doblez de corazón, el engaño y la malicia (cf Didaché, V,1).

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