La fe y los sentidos
Existe una tendencia a espiritualizar excesivamente la revelación y la fe, así como a disociar el alma del cuerpo. Se trata de un error, porque el cristianismo es la religión de la encarnación – “el Verbo se hizo carne” – y el hombre no es una inteligencia pura, una razón separada, sino que posee una inteligencia sentiente, una razón sensible. Todo nuestro conocimiento toma su origen en los sentidos y no es una excepción el conocimiento que proporciona la fe: “Los sentidos de nuestro cuerpo nos abren a la presencia de Dios en el instante del mundo”, escribe José Tolentino Mendonça.
La doctrina de los “sentidos espirituales” recurre a las imágenes de la experiencia de los cinco sentidos para usarlas como metáforas y símbolos de la experiencia que el hombre vive en relación con Dios. La fe está ligada al oído, viene de la escucha. Es preciso que Dios, con su gracia, prepare nuestros oídos para que podamos escuchar su Palabra; para curar nuestro mutismo y nuestra sordera, abriéndonos a la filiación y a la fraternidad. La palabra - y también el canto y la música - son mediaciones sensibles de lo invisible, la presencia de Cristo en medio de su pueblo.
Quien cree, ve. La fe, decía Pierre Rousselot, es la capacidad de ver lo que Dios quiere mostrar y que no puede ser visto sin ella. La gracia de la fe concede a los ojos ver acertadamente, proporcionalmente, su objeto. El mundo de nuestra experiencia no se empequeñece al creer, sino que se dilata: “Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso”, dice el papa Francisco. Podemos ver el mundo con ojos nuevos si nos sabemos bajo la mirada de Dios. La belleza en general, y el arte en particular, puede abrir la vía a la búsqueda de Dios y al encuentro con él.

Para Joseph Ratzinger el lugar fontal y, al mismo tiempo, el signo diferenciador del Espíritu es la cruz
Ayer celebramos en Tui el aniversario de la Consagración del Seminario al Sagrado Corazón de Jesús, que tuvo lugar por primera vez el 13 de mayo de 1921. Don Avelino Bouzón, canónigo archivero de la catedral, resume el significado de ese día: La iniciativa de la Consagración del Seminario de Tui (entonces no existía el de San José de Vigo) al Sagrado Corazón partió de los alumnos, estimulados por sus formadores, al finalizar el curso 1917-1918. La idea entusiasmó al clero tudense y a los antiguos alumnos que se habían formado en el Seminario, pero que descubrieron que su vocación no era el sacerdocio.
El papa ha hecho pública la bula de convocación del Jubileo de 2025: “La esperanza no defrauda” es el título, tomado de unas palabras de san Pablo, de este documento. El Jubileo es un año de gracia, un camino, una peregrinación de esperanza, que el romano pontífice convoca cada veinticinco años. El primero de ellos se celebró en 1300, aunque ya existía algún precedente; por ejemplo, el Jubileo compostelano, cuando la fiesta de Santiago coincidiese en domingo, concedido en 1122 por Calixto II.












