Religiosidad popular

El papa Francisco ha destacado la importancia de la piedad, o religiosidad, popular: “Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización”, nos dice. Un “lugar teológico” es una instancia testimonial de la Palabra de Dios que, por consiguiente, goza de autoridad a la hora de pensar la fe. La “nueva evangelización” es el esfuerzo misionero que tiene por destinatarios a aquellos que han recibido el bautismo pero que viven, de hecho, alejados de la práctica eclesial.

En las expresiones sencillas de la fe del pueblo – romerías, peregrinaciones, devoción a las imágenes, procesiones, etc. – lo religioso está muy vinculado con la sensibilidad. Hay toda una tradición que habla de los “sentidos espirituales”, de cómo la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto guardan relación con la experiencia de Dios. Por ejemplo, el acto de tocar una imagen, sin dejar de ser algo físico, puede llegar a convertirse en un gesto cargado de espiritualidad. Las imágenes sagradas poseen una dimensión simbólica, sacramental, que impide su grosera identificación con amuletos u objetos mágicos.

Decía Benedicto XVI que, a través de la religiosidad popular, “la fe ha entrado en el corazón de los hombres”. Se trata de una vía de acceso que no excluye la reflexión intelectual, pero que prima lo afectivo, lo sensible y lo cordial. El encuentro con Jesucristo que puede propiciar esta religiosidad genera una espiritualidad que subraya, en la fe, la dimensión de confianza, de abandono en Dios, de apertura hacia él. El hecho de que la religiosidad popular produzca fe verdadera en el hombre tiene consecuencias para la vida: produce convicciones para el hombre mismo, y le ofrece la mejor respuesta a sus anhelos y esperanzas.

La religiosidad popular tiene relación esencial con el ser de la Iglesia: expresa la inserción del Evangelio en una cultura particular y, a la vez, refleja la universalidad multiforme del misterio de la Iglesia. Por otra parte, acoge a los que viven su fe desde diversas profundidades, también a las masas, que pueden constituir hoy un nuevo “atrio de los gentiles”. Existe un amplio sector del pueblo que no puede inscribirse plenamente ni en el concepto de cristiano, ni en el de no creyente. Todo el campo de los “no practicantes” ha de ser acogido con paciencia por la Iglesia, pero sin adulterar el Evangelio.

Como las demás realidades eclesiales, también la religiosidad popular ha de ser orientada por medio de una pedagogía evangelizadora: la religiosidad popular ha de estar alimentada por la Palabra de Dios; en firme comunión con la Iglesia local y universal, con sus pastores y magisterio, sin dejarse politizar por ideologías; creciendo en fervor misionero. Pero la religiosidad popular no puede ser solamente un objeto de discernimiento, sino también un eje que ayude al discernimiento, considerándola como una realidad eclesial a potenciar y tener en cuenta, a la hora de pensar la nueva evangelización.

Son estas algunas de las ideas que expresa Daniel Cuesta en su reciente ensayo “La religiosidad popular. Lugar teológico para la nueva evangelización”. Un libro que merece la pena leer para comprender algo mejor esta realidad que se hace, en determinados momentos del año, muy presente en nuestros pueblos y ciudades.

Guillermo Juan Morado.

Publicado en Atlántico Diario.

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