Mayo virtual: La Candelaria
“Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: - ‘Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma’ ” (Lucas 2,33-35).
A los cuarenta días del Nacimiento del Señor, Jesús y su Madre acudieron al templo para cumplir la Ley. Aquel que, como Dios, es el Autor de la Ley es, como hombre, el primero en someterse a su cumplimiento. Él es el Primogénito que pertenece al Señor, que ha se ser rescatado con la ofrenda de los pobres: “un par de tórtolas o dos pichones”. La humildad de Jesús se refleja en la humildad de María, la Purísima, la que castamente engendró en su seno virginal al Hijo del eterno Padre y que se sometió al rito de la purificación de las parturientas.
El Señor “tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo” (Hebreos 2,17). Toda la expectación de Israel – personificada en Simeón y Ana - viene al encuentro del Salvador, de la Luz de las naciones. No obstante, Jesús, el Mesías, es “signo de contradicción”.
Este misterio del rechazo de Jesús es también rechazo de su Madre. Una espada de dolor traspasará su corazón. María está, en todo, unida a su Hijo: “el mismo amor asocia al Hijo y a la Madre, el mismo dolor los une” y los mueve una misma voluntad de agradar al Padre, canta la Liturgia. La Madre es, desde el comienzo, la Madre Dolorosa, la que ofrece al Cordero sin mancha para ser inmolado en el ara de la cruz.