Justicia y misericordia
El “Palazzo della Cancelleria”, de estilo renacentista, es uno de los más bellos de Roma. Se yergue majestuoso en el número uno de la plaza homónima, ubicada entre el “Corso Vittorio Emanuele II” y el famosísimo “Campo de’ Fiori” – así se denomina la única plaza histórica de Roma en la que no hay ninguna iglesia -. El “Salón de Honor” del palacio está decorado con frescos de Giorgio Vasari (1511-1574). A esta estancia se le llama también “La sala de los cien días”, pues ese tiempo fue el que empleó el célebre artista italiano en cumplir el encargo que se le había confiado. El “Palazzo della Cancelleria”, que es propiedad de la Santa Sede y que goza de extraterritorialidad, alberga los tres principales tribunales de la Iglesia: La Signatura Apostólica –el Tribunal Supremo-, la Rota Romana, que tutela los derechos en la Iglesia; y la Penitenciaría Apostólica, que tiene jurisdicción sobre todo lo relativo al fuero interno y a las indulgencias.
El 20 de septiembre de 2025, en la magnífica “Sala de los cien días”, tuvo lugar, con ocasión del Jubileo de los que trabajan en el campo de la justicia, una conversación pública sobre la relación entre la justicia y la misericordia mantenida entre monseñor Laurence Spiteri, juez de la Rota Romana, y Samuel A. Alito, juez de la Corte Suprema de EEUU. Se trataba de un debate organizado por la Embajada de EEUU ante la Santa Sede en colaboración con el Dicasterio para la Evangelización y la Conferencia Episcopal de EEUU. El diálogo entre justicia y misericordia, entre derecho y gracia, se presenta como una paradoja. “La justicia es algo que todos merecen”, dijo el juez Alito, “mientras que la misericordia es algo que ninguno de nosotros puede reclamar como un derecho. Reconciliar ambas plenamente, quizás solo Dios pueda lograrlo”. Aun así, argumentó, los sistemas legales deberían crear espacios para la clemencia en todos los niveles: en la legislación, la aplicación de la ley y la sentencia. Las leyes demasiado rígidas corren el riesgo de aplastar la dignidad humana que deben salvaguardar.
Cicerón afirmaba aquello de “summum ius summa iniuria”, “excesivo derecho, excesiva injusticia”. Y san Agustín explicaba que la justicia ha de reunir tres características: ha de ser prudente, fuerte y templada. Quizá, como sostiene Alito, la armonía entre justicia y misericordia resulte inalcanzable en este mundo, pero hay que esforzarse, como él dice asimismo, por aproximarse a ese ideal. Algo muy similar expresaba el papa Benedicto XVI en una visita a la cárcel romana de Rebibbia: “la justicia humana y la divina son muy diferentes. Ciertamente, los hombres no pueden aplicar la justicia divina, pero al menos deben apuntar a ella, tratar de captar el espíritu profundo que la anima, para que ilumine también la justicia humana, para evitar —como lamentablemente sucede no pocas veces— que el detenido se convierta en un excluido. Dios, en efecto, es Aquel que proclama la justicia con fuerza, pero que, al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia”.
En un mundo que parece desnortado no está mal apostar por interpretar la ley de la manera más humana posible; apostar por la justicia – tan vulnerada con excesiva frecuencia – abriéndose también a la misericordia. Un programa que, previsiblemente, llevará más de cien días, el plazo que bastó a Vasari para completar su relumbrante obra.
Publicado en Atlántico Diario.
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