La teología, el decir y el hacer
Homilía para la apertura del año académico 2025/2026
Centro Teológico “San José” de Vigo, 24-9-2025
Jesús implica a los Doce en su ministerio: Los llama, les da autoridad y los envía (cf Lc 9,1-6). Así como Jesús tiene poder y autoridad, porque tiene la capacidad de obrar en nombre de Dios con el fin de proclamar y hacer presente la salvación, esa misma fuerza y autoridad se les concede a los apóstoles como partícipes del ministerio de Jesús. Reciben poder especialmente para exorcizar y para sanar, para liberar de la esclavitud diabólica, ya que, como dice Esdras (9,59), “nuestro Dios no nos ha abandonado en nuestra esclavitud”. El reino de Jesús trae siempre la libertad en todas sus formas.
Los apóstoles son enviados “a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos”. Su ministerio se funda en el ministerio de Jesús y es una extensión del mismo. Su acción misionera, al igual que el ministerio de Jesús, une la palabra y la acción, el decir y el hacer, para llevar la salvación en toda su plenitud a todas las personas.
Jesús prepara a los Doce con tres series de instrucciones. En primer lugar, les dice que no deben llevar nada. Deben depender de la hospitalidad de la gente, aunque esta perspectiva de hospitalidad pueda ser efímera. Esta pobreza, este desprendimiento, tiene como meta subrayar la importancia de la fe en el camino del discipulado: la confianza debe depositarse, ante todo, en la providencia de Dios, sin dejarse atrapar “por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida” (Lc 8,14).
En segundo lugar, habiendo sido recibido en una casa, el apóstol itinerante debe permanecer allí hasta el momento de salir de la aldea: “Quedaos en la casa donde entréis”. Se trata de conformarse con lo que Dios pone a su alcance, sin ir de casa en casa en busca de mayores comodidades – una praxis que parece que era frecuente en el siglo I, abusando de las convenciones de la hospitalidad -.
Por último, Jesús les advierte de la posibilidad del rechazo, algo que él ha experimentado. Les indica, asimismo, cómo responder en caso de que se les niegue la hospitalidad: “sacudíos el polvo de los pies”, no tanto para purificarse ellos mismos, sino para declarar, con ese gesto, impura a la aldea, ya que rechazan la visita salvadora de Dios aquellos que rechazan a sus heraldos.
Este pasaje del evangelio según san Lucas nos permite ahondar en el sentido de la inauguración de un nuevo año académico en nuestro Centro Teológico. El Señor Resucitado, a través de su Iglesia, nos hace partícipes, de diferentes maneras, de su misión de enseñar, de anunciar su reino. Esta misión se expresa en nuestro testimonio de vida y en nuestra palabra; se expresa en la predicación oficial de los ministros sagrados; se expresa en la enseñanza de la fe y de la vida cristiana en sus diversos niveles: la catequesis, la enseñanza académica de la religión, la enseñanza religiosa escolar, la enseñanza de teología en universidades y centros legítimamente instituidos; se expresa también en el testimonio de la vida religiosa.
Es necesario “decir” y “hacer”, pero el decir de la enseñanza es ya una forma de hacer en absoluto secundaria, sino de primera importancia. Refiriéndose a los sacerdotes – y, con las debidas adaptaciones, son palabras que valen para todos los católicos - Benedicto XVI afirmaba: “Hoy, en plena emergencia educativa, el “munus docendi” de la Iglesia […] resulta particularmente importante. Vivimos en una gran confusión sobre las opciones fundamentales de nuestra vida y los interrogantes sobre qué es el mundo, de dónde viene, a dónde vamos, qué tenemos que hacer para realizar el bien, cómo debemos vivir, cuáles son los valores realmente pertinentes. Con respecto a todo esto existen muchas filosofías opuestas, que nacen y desaparecen, creando confusión sobre las decisiones fundamentales, sobre cómo vivir, porque normalmente ya no sabemos de qué y para qué hemos sido hechos y a dónde vamos”. Y añadía: es necesario “hacer presente, en la confusión y en la desorientación de nuestro tiempo, la luz de la Palabra de Dios, la luz que es Cristo mismo en este mundo nuestro” (Audiencia General, 14 de abril de 2010).
El anuncio de Jesucristo es el anuncio de la Verdad que nos hace libres (cf Jn 8,32), que exorciza las nubes de la confusión y sana la ceguera que impide reconocer la verdad y discernir el bien. Como ha dicho León XIV el pasado 13 de septiembre, en un discurso dirigido a los participantes en un seminario internacional organizado por la Pontificia Academia de Teología: “La teología es, pues, esta sabiduría que abre horizontes existenciales más amplios, dialogando con las ciencias, la filosofía, el arte y toda la experiencia humana. El teólogo o la teóloga es una persona que vive, en su mismo quehacer teológico, la inquietud misionera de comunicar a todos el ‘saber’ y el ‘sabor’ de la fe, para que ilumine la existencia, rescate a los débiles y excluidos, toque y sane la carne sufriente de los pobres, nos ayude a construir un mundo fraterno y solidario y nos conduzca al encuentro con Dios”.
Es, sin duda, la nuestra, la de los docentes y alumnos de este Centro, una tarea que hemos de llevar a cabo apoyados, pese a la pobreza y la limitación de nuestros medios, en la fe, en la confianza en la eficacia de la Palabra de Dios. Es una tarea que nos invita, con realismo y con modestia, a no despreciar lo que está a nuestro alcance, a aprovechar lo que tenemos, evitando el “andar de casa en casa”, porque quizá ninguna nos parecería suficientemente a la altura de nuestras aspiraciones. Y es, también, una tarea que cuenta con el posible rechazo de aquellos que, en este momento al menos, no se muestran disponibles a recibir la palabra salvadora del Evangelio.
“Él nos azota por nuestros delitos, pero se compadecerá de nuevo”, dice el himno de Tobías que hoy se lee a modo de salmo. Dios se compadece siempre, porque su entraña es misericordia. Que la Virgen María, Nuestra Señora de la Merced, Sede de la Sabiduría, nos ayude a caminar durante este curso con rigor académico, con espíritu sapiencial y con caridad para con todos los hombres. Amén.
Guillermo Juan-Morado.
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