¿Cómo predicar?

Es un tema, con frecuencia, recurrente: ¿Cómo predicar? En la práctica, esta pregunta se traduce en otra: ¿Cómo deben predicar los sacerdotes?

Es, casi, una pregunta sin respuesta. Se parte, por lo general, de una base aceptada sin mayores pruebas a su favor: que los sacerdotes predican muy mal. Yo me cuestiono si hay algo que los sacerdotes, en general, hagan bien. También me interrogo si puede haber vocaciones al sacerdocio, en un ambiente, intra y extra eclesial, completamente negativo hacia los sacerdotes.

Para ver cómo se ha de predicar quizá, digo yo, sea conveniente atender a la predicación de Jesús. Reproduzco, a continuación, un post publicado en este blog en 2014:

Homilía para el Domingo XV del Tiempo Ordinario (ciclo A)

“Les habló muchas cosas en parábolas” (Mt 13,3), anota San Mateo refiriéndose a la predicación de Jesús. El Señor anuncia el reino de los cielos, que no es un territorio particular, sino que alude a la soberanía de Dios sobre la humanidad: “El reino de Dios está presente donde está presente la vida, la reconciliación, el gozo, la alabanza a Dios” (A. Amato).

El anuncio de Jesucristo, su predicación, es poderoso y eficaz porque procede de Dios, ya que Él es el Hijo de Dios hecho hombre. Como dice el profeta Isaías, la palabra que sale de la boca de Dios “no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55,11).

No obstante, esta palabra no ejerce coacción sobre quien la escucha, no fuerza la libertad del receptor, sino que la respeta. De ahí que la aceptación que recibe el anuncio depende no solo de la potencia del mismo, sino también, y en gran medida, de la disposición personal de cada oyente. Jesús es el sembrador que esparce la buena semilla de la palabra de Dios y que percibe los diversos efectos que obtiene, según el tipo de acogida que se le presta.

¿Cómo es esta acogida? Es muy variada. Hay quien escucha superficialmente la palabra, pero no la acoge; no se esfuerza en comprenderla, y entonces “viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón”.

Hay quien la escucha en un determinado momento, pero carece de constancia y lo pierde todo. Es lo sembrado al borde del camino, en un terreno poco profundo, donde la planta brota enseguida pero, como no tiene raíces, se seca casi de inmediato.

Otros se ven abrumados por las preocupaciones y seducciones del mundo y de las riquezas. Llega a ellos la palabra, pero la buena semilla se ve ahogada por las zarzas.

Finalmente, está “la tierra buena”. La semilla que cae en este terreno bien dispuesto da mucho fruto.

La pregunta que debemos hacernos es qué tipo de terreno es cada uno de nosotros. ¿Cuál es nuestra disposición para escuchar la palabra, la predicación de Cristo, el anuncio del reino?

Jesús predica siguiendo un método característico: recurre a las parábolas, a relatos breves y sugerentes, con imágenes y comparaciones sacadas de la vida cotidiana, que pretenden hacer pensar a quien escucha y, sobre todo, que buscan convertir el corazón del oyente. Interpelan a la inteligencia, pero también a la libertad.

El papa Francisco aconseja a los predicadores “aprender a usar imágenes en la predicación”, para “hablar con imágenes” (Evangelii gaudium, 157). Y el motivo de este recurso a la imagen es que apunta no solo a la inteligencia, sino también a la voluntad, a la totalidad de la vida: “Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio” (Evangelii gaudium, 157).

En realidad, la gran imagen, el gran icono, es la misma humanidad de Nuestro Señor Jesucristo. Él es, en persona, la parábola mediante la cual Dios nos atrae hacia sí transformando nuestra mente y nuestro corazón.

Debemos contemplar a Jesús, asociando los acontecimientos de su vida a nuestra propia vida y recreando en nuestra imaginación el Evangelio. Jesucristo no puede ser para nosotros un concepto, sino que ha de ser alguien vivo, con quien podemos auténticamente entrar en relación. Solo de esta manera, su palabra - su Persona – cambiará nuestra existencia.

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Esto escribía en 2014, y sigo pensando lo mismo. Y sigo creyendo que haber escrito y publicado casi todas las homilías de los tres ciclos de la liturgia es un signo de que los sacerdotes nos tomamos en serio la tarea de la predicación. Claro, habrá quien repruebe, para reprobar sobran voces, que uno no sea san Antonio de Padua, el doctor evangélico.

Guillermo Juan Morado.

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