InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Octubre 2011

29.10.11

El estilo cristiano

Homilía para el Domingo XXXI del TO (Ciclo A)

Estableciendo un contraste polémico con los escribas y los fariseos, Jesús perfila el estilo de vida de los cristianos, su manera de comportarse. No cuestiona el Señor la autoridad doctrinal de aquellos que ocupan “la cátedra de Moisés” y que, por sus conocimientos, interpretan la Ley dada por Dios a Israel: “haced y cumplid todo lo que os digan”, advierte (Mt 23,3). Sin embargo, esos maestros no son dignos de imitación, pues sus palabras no corresponden con sus obras: “no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen”.

¿En qué aspectos daban mal ejemplo los escribas y los fariseos? El evangelio señala tres razones: imponen cargas pesadas con sus complicadas interpretaciones de la Ley, todo lo que hacen es para que los vea la gente y buscan por encima de cualquier otra cosa el prestigio, el reconocimiento social (cf Mt 23,4-7). Estos tres motivos pueden estar también presentes en nuestras vidas, ya que la tentación de decir y no hacer, la tentación de la incoherencia, puede acecharnos también a nosotros.

Imponemos cargas pesadas a los demás cuando somos muy exigentes con ellos, sin dispensarles nada. Y muchas veces esa exigencia extrema en relación con los otros va acompañada de una alta condescendencia con nosotros mismos. No es esta la actitud de Jesús, que nos ofrece un yugo llevadero y una carga ligera (cf Mt 11,30) y que se muestra siempre dispuesto a socorrer al que lo necesita, tomando sobre sí nuestras dolencias y cargando con nuestras enfermedades (cf Mt 8,17).

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28.10.11

Asís: Religión, anti-religión, verdad

El papa ha preparado y explicado la “Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo” que ha tenido lugar en Asís. El título de este acontecimiento era: “Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz”.

En la audiencia del miércoles, 26 de octubre, se refirió al renovado empeño en favor de la “promoción del verdadero bien de la humanidad y en la construcción de la paz”. Una tarea que el papa no desea llevar a cabo aisladamente, sino “junto a los miembros de las diversas religiones, e incluso con hombres no creyentes pero sinceramente en búsqueda de la verdad”.

Un cristiano está convencido de que la mejor contribución a la paz es la oración. El rey de la paz, profetizado por Zacarías, es Jesús. Su poder radica en la potencia de Dios, que es la del bien y del amor. Ese poder se realiza en la Cruz. En la “gran red de las comunidades eucarísticas” se hace real hoy este Reino de paz.

Los cristianos podrán construir este reino si no ceden a la tentación de convertirse en “lobos entre los lobos”; por el contrario, han de apoyarse, como San Pablo, en la fuerza de la Cruz.

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22.10.11

El mandamiento principal

Homilía para el Domingo XXX del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

En nombre de los fariseos un escriba, un doctor de la Ley, le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?” (Mt 22,36). La Torá, la Ley dada por Dios a Israel, comprendía 248 mandatos y 365 prohibiciones. Todos ellos, mandatos y prohibiciones, son importantes pues Dios no impera nada que carezca de relevancia

Si la Ley viene de Dios no se puede establecer una jerarquía entre mandatos importantes y no importantes: todos lo son. Pero, ¿cuál es el mandamiento central de la Ley, aquel que la condensa y la resume? Jesús responde citando la frase que los judíos decían cada mañana en la oración: “Escucha, Israel…, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es “el principal y primero” (Mt 22,38).

Se trata de amar a Dios manteniendo una relación viva con Él que abarque las dimensiones fundamentales de nuestro ser: “Se te manda que ames a Dios de todo corazón, para que le consagres todos tus pensamientos; con toda tu alma, para que le consagres tu vida; con toda tu inteligencia, para que consagres todo tu entendimiento a Aquel de quien has recibido todas estas cosas. No deja parte alguna de nuestra existencia que deba estar ociosa”, comenta San Agustín.

Hay un segundo mandamiento semejante al primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). Este segundo mandato es inseparable del anterior porque el amor al prójimo y a uno mismo está en realidad contenido en el mandato del amor a Dios. Como explica el Pseudo-Crisóstomo: “El que ama al hombre es semejante al que ama a Dios, porque como el hombre es la imagen de Dios, Dios es amado en él como el rey es considerado en su retrato. Y por esto dice que el segundo mandamiento es semejante al primero”.

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14.10.11

La cercanía de Dios. Nuevo libro

Ha salido el que, de momento, es mi último libro, publicado por la editorial CPL de Barcelona.

Se titula “La cercanía de Dios”. Espero que, al menos a los lectores habituales, les guste y les sirva de ayuda.

Un saludo,

Guillermo Juan Morado.

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Ofrezco el texto de uno de los capítulos:

“Y el Verbo se hizo carne”

La afirmación del Evangelio de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14) nos anuncia quién es en realidad Jesucristo. Su identidad es divina. Él es “de la misma naturaleza que el Padre”. Es el Verbo, la Palabra de Dios, “el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia” (Hb 1,3).

Sólo “desde arriba” podemos entender a Jesús. Su singularidad absolutamente única radica en ser, con el Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios. Jesucristo no es, en consecuencia, un personaje más de la historia de los hombres, sino la Persona divina que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para habitar entre nosotros.

Pero si no podemos comprenderlo dejando al margen su condición divina, tampoco podemos avanzar en el conocimiento de Dios prescindiendo de Jesús. Dios “nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1,2). Su Palabra ha tomado aquella forma por la que puede darse a conocer a los sentidos de los hombres: “así el Verbo de Dios, por naturaleza invisible, se hizo visible, y siendo por naturaleza incorpóreo, se hace tangible”, comenta San Agustín.

La divinidad no queda transformada, absorbida, por la carne, pero sí ha hecho suya la carne: “Dios no sólo toma la apariencia de hombre, sino que se hace hombre y se convierte realmente en uno de nosotros, se convierte realmente en Dios con nosotros; no se limita a mirarnos con benignidad desde el trono de su gloria, sino que se sumerge personalmente en la historia humana, haciéndose carne, es decir, realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio” (Benedicto XVI).

La Encarnación permite de este modo una mirada nueva sobre Dios y sobre el mismo hombre. Dios no puede negarse a sí mismo, no puede eliminar su divinidad, pero sí ha querido, enviando a su Hijo, acercarse a nosotros de una manera absolutamente sorprendente. Ha querido que pudiésemos ver su majestad por medio de su humanidad. En la Encarnación, la divinidad no ha quedado degradada, pero la humanidad ha sido exaltada.

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13.10.11

A cada uno lo suyo: Al César y a Dios

Homilía para el Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (A)

Leemos en el evangelio según San Mateo que los fariseos “llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta” (cf Mt 22,15). Ni siquiera se la formulan directamente, sino por medio de algunos “discípulos”, acompañados por partidarios de Herodes.

La pregunta realmente era capciosa: “¿es lícito pagar impuesto al César o no?”. Quienes le interrogan buscan que Jesús contradiga la voluntad de Dios, afrentando la soberanía divina sobre Israel, o que, por el contrario, se indisponga contra el emperador de Roma, que en aquel entonces era Tiberio, y contra el rey Herodes, aliado suyo.

Parecía un callejón sin salida, una alternativa imposible. Sin embargo, el Señor consigue sorprenderlos con su respuesta, dejándolos literalmente sin palabras. Frente a un denario, la moneda del impuesto, Jesús pregunta: “¿De quién son esta imagen y esta inscripción?”. Le contestaron: “Del César”. “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21).

Nosotros debemos preguntarnos qué se le debe al César y qué se le debe a Dios. Naturalmente el César, que tiene la autoridad política, no es Dios. Hay un único Dios. Al poder político debemos darle lo que le pertenece: pueden ser los impuestos, puede ser el respeto, puede ser, también, la obediencia. “Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad”, nos recuerda el Catecismo (n. 2239).

A Dios hay que darle “lo que es de Dios”; por lo de pronto, aquello a lo que obligan sus mandatos, un deber que atañe a toda persona y a toda su vida: Amarle sobre todas las cosas, no tomar su Nombre en vano, santificar las fiestas, honrar al padre y a la madre, no matar, no cometer actos impuros, no robar, no mentir, no consentir pensamientos ni deseos impuros y no codiciar los bienes ajenos.

Si el César, la autoridad del Estado, se sabe – también en la práctica - sometido a Dios, vinculado a la hora de legislar, de gobernar y de hacer justicia a los imperativos de la ley moral natural; es decir, al “sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” ordenando hacer el bien y prohibiendo hacer el mal (cf Catecismo 1954), será más fácil obedecer a la autoridad del Estado.

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