¿La Iglesia pospandemia?

La “Iglesia pospandemia”, o “poscoranavirus”, no existe, porque seguimos en la pandemia ocasionada por el Covid-19. No estamos en el “después”, estamos en el “todavía”.

A lo sumo podemos hablar, por ahora, de un “posconfinamiento”, tras los meses de marzo y abril en los que las posibilidades de salir de casa, de reunirse, y hasta de participar en los actos de culto han estado muy limitadas. En el caso de la participación en los actos de culto, muy limitadas en teoría y casi totalmente limitadas en la práctica.

El cardenal Hollerich, arzobispo de Luxemburgo y Presidente de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea, comentaba en una entrevista que “todos los que ya no venían a Misa, porque venían solo por motivos culturales, esos ‘católicos culturales’, de izquierda y derecha, ya no vendrán”. Parece obvio: si alguien ya no venía, no cabe esperar que, si nada cambia, vendrá.

Quizá algunos venían “solo por motivos culturales”. Entiendo que se refiere el cardenal a quienes por costumbre asistían ocasionalmente a algún acto litúrgico católico: un funeral, una boda o un acontecimiento similar. A las personas que participaban de la religión como un acto social – cuando participar en los actos religiosos estaba bien visto- Newman los veía como seguidores de una “religión literaria”. Una práctica que no incidía en absoluto en sus vidas. Cumplían, simplemente, con las buenas costumbres.

No es malo que las costumbres, que los usos sociales, que la cultura, respalden la práctica de la fe. Es bueno y es lo normal, ya que la fe tiende a crear cultura. Pero si la fe decae, más pronto o más tarde pierde su sentido la cultura que ha sido animada por la fe; se convierte en una especie de cadáver cultural, de mascarada fúnebre, de celebración que olvidó, trágicamente, su porqué y su para qué.

Frente a la “religión literaria”, de costumbres sociales, relativamente superficial, Newman hacía hincapié en la “fe real”; es decir, en aquella que incide en la vida y que la transforma; en aquella que compromete al hombre en la totalidad de su ser: creencias, comportamientos, plegarias y práctica ritual. La “religión literaria” es de caballeros bien considerados, la “fe real” es de mártires.

Dramatizar sobre el confinamiento y pensar que dos o tres meses de dificultad para participar plenamente en la vida litúrgica de la Iglesia supone poco menos que una disculpa para la apostasía es, a mi modo de ver, completamente absurdo. A nadie se le ha prohibido el rezo diario de la Liturgia de las Horas, por ejemplo. Por no hablar de la ocasión que ese confinamiento ha podido suponer para descubrir las consecuencias existenciales del culto; eso que el Nuevo Testamento llama el “culto razonable”: es decir, la ofrenda de la propia vida a Dios en el sacrificio y la entrega cotidiana que comporta el seguimiento de Cristo.

Privarse temporalmente de la asistencia al culto público debería incrementar el deseo de esa participación; el anhelo de la Santa Misa, el ansia de la comunión. El cristianismo lleva mal las distancias; es una religión de la carne, del cuerpo, de la proximidad. En los sacramentos, singularmente en la Eucaristía, Dios nos sale al encuentro en la concreción espacio-temporal de nuestras vidas.

Pero también los sacramentos, como todo lo cristiano, observan una doble reserva: la cristológica y la escatológica. La salvación nos viene de Cristo, cuya gracia nos precede. Además, los sacramentos, también la Eucaristía, celebran la presencia del Enmanuel que es, a la vez, Aquel que vendrá al final de los tiempos.

Las pandemias y los confinamientos, sean del tipo que sean – ya que para muchos cristianos casi siempre es “pandemia” - , deben convertirse, con la ayuda de Dios, en motivo para fortalecer la propia fe y para ayudar a fortalecer la fe de otros. Si tenemos confianza, si contemplamos “la victoria del Cordero” sobre las persecuciones y las apostasías, resistiremos mejor las dificultades.

La fe real, concreta, sacramental, existencial, testimonial… nos hará “mártires”, coherentes con lo que creemos y, por ello, esperanzados en el Señor, sin que el oleaje de un par de meses nos perturbe en exceso. Ya éramos pocos antes; no seremos menos ahora. No, desde luego, por el confinamiento.

Guillermo Juan Morado.

 

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