Comenzar el curso

Hacia el final del verano, cuando ya se acerca el término del período oficialmente “vacacional”, se abre un nuevo ciclo, un nuevo principio. Aunque los nexos que unen las diversas etapas de nuestra vida y de nuestra actividad no son eslabones aislados, sino más bien conexiones entrelazadas.

¿Qué perspectiva abre ante nosotros un nuevo curso? Si tuviésemos que destacar un elemento, sería quizá el trabajo, la propia labor, la tarea que nos ocupa, mediante la cual intentamos lograr no sólo la realización personal, sino también, y no en segundo lugar, el servicio a los demás.


El trabajo es importante en la vida humana. Con el trabajo transformamos el mundo, lo hacemos potencialmente más habitable, más humano. Con nuestro esfuerzo, la sociedad puede alcanzar metas aún no conquistadas. En el trabajo material, en la actividad intelectual, en la dedicación a atender los diversos servicios que demanda la vida en común, ofrecemos un poco de lo que somos para mejorar el conjunto que formamos las cosas y nosotros; eso que, con una sola palabra, podríamos denominar “el mundo”.

Pero programar, en lo posible - ya que en la existencia humana siempre se debe dejar un margen para lo imprevisible - , un nuevo curso puede ayudarnos a evitar un exceso: la idolatría del trabajo; es decir, la tentación de convertir en “todo” lo que sólo es una “parte”, aunque sea una parte cualificada.

En su última encíclica, el Papa aboga por un trabajo “decente”, que, entre otros rasgos, se caracteriza por dejar espacio “para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual”. Igual que se planifican las tareas, sería preciso, con idéntico tesón, reservar tiempos para el crecimiento personal, para estar con la propia familia, para poder escuchar a Dios y hablar con Él.

Pero la apertura de un nuevo curso debe constituir, asimismo, una ocasión propicia para alargar la mirada más allá de nuestra propia situación, abriéndonos con sensibilidad a los problemas que viven tantos conciudadanos nuestros para quienes establecer la diferencia entre período vacacional y período laboral resulta casi una ofensa. Se trata del terrible drama del desempleo, ante el cual no debemos permanecer impasibles.

Todo comienzo exige ilusión, esperanza, alegría. No un delirio quimérico, pero sí el aliento preciso para cumplir, del mejor modo que nos sea posible, nuestra misión.

Guillermo Juan Morado.

7 comentarios

  
Profesora de Religión
Yo tengo la inmensa suerte de trabajar en algo que, a pesar de las dificultades, me llena y me ilusiona, algo que vale la pena: profesora de Religión.
Veo a los niños y pienso en cuánto son capaces de aprender, no sólo con la cabeza, sino con el corazón.
Cada curso que comienza es una aventura en la que cabe de todo, también los desalientos, a veces, cuando no ves el fruto de tu esfuerzo. Pero entonces me acuerdo de lo que yo aprendía de pequeña, de cómo me aburría estudiar el Catecismo y cómo agradezco ahora todo lo que trataron de transmitirme mis profesores cuando yo no era capaz de valorarlo.
Dedicar mi vida laboral a hablar a los niños de Jesucristo, de María, de la fe, del Evangelio, de la Iglesia, es un regalo inmenso que he recibido de Dios; un regalo que nunca podré agradecerle bastante.
11/09/09 10:18 PM
  
Guillermo Juan Morado
Pues sí, y me alegro de que ejerza ese trabajo, tan difícil, con esa excelente disposición de la mente y del corazón.
11/09/09 10:21 PM
  
Guillermo Juan Morado
Yo fui profesor de Religión un año en el primer curso de primaria y, más tarde, en los cursos de 6º, 7º y 8º - sólo un año, también -

Mi mejor recuerdo? Un muchacho que suspendía todo, ya mayorcito para su curso, pero que, no sé el motivo, se tomó con interés la asignatura y tuve el gusto de darle un merecido sobresaliente. Quizá él nunca había tenido un sobresaliente. No le regalé nada. Pero comprobé que, a veces, los alumnos son capaces de más de lo que pensamos, claro, si ellos quieren colaborar.
11/09/09 10:43 PM
  
Yolanda
¿No ha vuelto a dar clase de reli a chavalitos?

Si yo le contara... lo mejor de nuestra profesión, aun hoy, con todos los problemas, son los alumnos. Lo peor, la administración y los papás de algunos. Aún tengo contacto con alumnos que conocí el primer años de trabajo. Aún hablamos, nos llamamos, etc. Son lo mejor. Y aunque ahora ls cosas estén tan mal, siguen siendo lo mejor.

Si no, ¿por qué iba a estar yo aquí toda la tarde de un viernes currando?
11/09/09 11:19 PM
  
Guillermo Juan Morado
No, sólo he vuelto a dar clases a los alumnos de Teología.
12/09/09 12:43 AM
  
Yolanda
Claro, eso tiene que ser enteramente distinto. Empezando por la absoluta voluntariedad de esos
estudios y la edad del alumnado. La motivación y hasta el entusiasmo, en principio, se les supone.

En fin, seguro qe cuando fue profe de religión lo viviría como dice la comentarista de arriba, que firma como Profesora de Religión.

Dentro de lo mal tratados que están los profes de religión, si se vive con el entusiasmo de esta amiga, resulta ser mucho más gratificante que cualquier otra materia.
12/09/09 12:43 PM
  
Guillermo Juan Morado
Sí, es diferente.
12/09/09 1:57 PM

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