¿Dónde está -qué/quién es- la caridad?
Entro, por la directa, al tema de la Caridad -el Amor- que inflama el Corazón de Cristo, y ha de inflamar todos los corazones de los hijos de Dios en su Iglesia: nuestra seña de identidad más visible y más excelsa.
La Caridad es Dios mismo, porque “Dios es Amor”. Y Jesús es el Amor de Dios por nosotros hecho visible, hecho carne, “hecho semejante en todo a nosotros”. Y es ese Amor, que se derrama sobre nosotros, el que nos urge: “Caritas Christi urget nos” ("el Amor de Cristo nos urge"). Y nos urge a amar a los demás, “como Él nos amó”. Es decir, nos urge a amar “hasta el extremo”.
Es decir: la Caridad empieza en Dios mismo, no empieza en los pobres. El primer motivo es el Amor que Dios nos tiene, y no ninguna necesidad de los demás. Nos urge, además, con su Mandatum novum (Mandamiento nuevo): “Amaos unos a otros, como Yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos: si os tenéis amor unos a otros". Y no tiene límites: “hasta el fin".
Esto es tan verdad, que llega a decir el Papa Emérito, Benedicto XVI, que “nadie puede llamar a Dios ‘Padre’ si no dice Padre *nuestro*”: es decir, si no tiene ojos y corazón para los demás. En el mismo sentido afirma que “no puede uno acercarse a comulgar si no asume un doble compromiso: llevar la cruz, y amar a los demás”, es decir, la caridad fraterna.
¿Por qué en y desde la Eucaristía? Porque la Eucaristía ES Cristo que se nos dona de un modo total y absolluto: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo, que seá entregado por vosotros"; “tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, que será derramda por vosotros".
Es la Eucaristía -es la Comunión- el Pan ÚNICO, el Pan PARTIDO y REPARTIDO. y en la Iglesia no hay otro, porque no hay otro Cristo. Como no se nos convoca a otra Mesa (la MISA). Y es ahí, en ese Cristo que se nos entrega “hasta el extremo", donde hemos de aprender a ser otros Cristos, el mismo Cristo; donde hemos de apreder a ser pan para los demás, donde hemos de aprender a ser el amor que se da totalmente a todos los demás, mis prójimos: mis “próximos", comensales conmigo codo a codo, como en cualquier familia. Y esa Familia pertenecemos. En Cristo: Congregavit nos in unum Christi Amor!
Esto es lo que “me compromete de cara a los demás": Cristo que se me da. Por eso, sin Eucaristía, no solo no hay Iglesia -Ecclesia de Eucaristia vivit-, sino que no hay tampoco -no puede haber- Caridad. Podrá haber filantropía, voluntariado, y cosas semejantes: pero no la Caridad, virtud teologal infusa, hecha carne en Cristo, y hecha comida común.
San Pablo, en los albores de la vida de la Iglesia, y como autor de la primera Teología digna de ese nombre, lo explica admirablemente con unas poquitas palabras: “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del Cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (I Cor 10, 16-17).
Por todo esto, yo no puedo “comer y beber a Cristo” viendo que el que está a mi lado “pasa necesidad", y no sentirme involucrado: como el Buen Samaritano, por ejemplo, que personifica no solo a Cristo -que sí-, sino también a todos nosotros: los que participamos de la misma Mesa, los que comemos del mismo Pan, los que recibimos al mismo Cristo. Como no puedo dejar de decir que, “ese Cristo a quien vosotros crucificásteis, ese ha resucitado. Y nosotros somos testigos de estas cosas".
De aquí mi compromiso con todas las gentes, y con todo tipo de necesidades: hambre, sed, soledad, dolor, pecado, desorientación, falta de Fe, desconocimiento de Cristo, alejamiento de su Iglesia, abandono, etc. Sin pretender que voy a acabar con todo eso, porque, “pobres, los tendréis siempre con vosotros".
¿Por qué nos dice Jesús estas palabras que podrían parecer desanimantes? Incluso, podrían parecerle a alguien como dureza de corazón -¡perdón Señor!- por parte de ese Cristo que “nos ama hasta el fin”
Para que hagamos lo que tenemos que hacer. Nos “los deja” para que seamos Él. Amén.