Nos la están colando. (O por la Sinodalidad)

O quizá ya nos la hayan colado: en el fondo, viene a ser lo mismo.

Aclaración: escribo este post, en primer lugar por los papanatas, que abundan, y son los que están más faltos: por tragaldabas hasta reventar…

En segundo lugar, por los buenistas, abundantes también en la viña del Señor, que creen que Dios lo hace todo, y a nosotros solo nos toca tomarnos un buen wiski: a la sombra, si hace calor, y a cubierto si por las danas…, y “ahí me las den todas”. Ya que los buenistas ni se inmutan: Dios lo hace todo, es su máxima, y todo el trabajo que hemos de obrar es esperar en Él.

Con esta posturita, el “fideísmo” está bien servido. O el luteranismo. O cualquier cosa menos lo católico. Por supuesto, nada de pensar; que, además de muy cansino es contraproducente. Esto sí lo piensan: así se vacunan de todo trabajito; y, de este modo, están a la orden del día: vacunados a la última.

Por último -dejando aparte otras calificaciones menores, que también las hay-, como no puede ser de otra manera, escribo para las almas buenas, sedientas de Dios en su Iglesia. Almas que se sienten, en el mejor de los casos, sufrientes, muy desorientadas, y como ovejas sin pastor. Algo muy real en estos tiempos que nos toca santificar, y en los que nos toca santificarnos: no queda otra.

Y voy al tema: el “Sínodo de la Sinodalidad”, en y para una Iglesia, la Católica, que algunos están intentando que lo deje de ser a marchas forzadas -a ritmo de tambores para los condenados a galeras-, según mandato de la cúpula.

Porque NUNCA lo ha sido; y cuando se ha pretendido, desde dentro de Ella misma, “hacerla sinodal", Ella misma lo ha rechazado muy en Justicia y Verdad, como una herejía más: la despojaba de su ser más propio; de su ser, según la quiso Jesucristo al hacerla y echarla a andar en medio del mundo.

Y me explico poniendo los puntos sobre las íes.

“Sinodal", “sinodalidad", son términos tan “nuevitos” en la Iglesia Católica -tan “modernos” ellos, tan propios de la progrez eclesial-, que NUNCA han existido. Un dato más en la suma de los muchísimos sumandos que tenemos para afirmar la “construcción” de un nuevo paradigma, a base de la DESTRUCCIÓN de lo que ha salido de las manos de Jesucristo.

La Iglesia, que tiene a Pedro por Cabeza -y él tiene que saber cuál es su papel para ser fiel a lo encomendado: apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas-; a los Apóstoles, como Columnas y Testigos -también con la lección aprendida: id por todo el mundo, predicad el Evangelio, etc.-; y a los hijos de Dios como hijos propios de la Iglesia: a imitación de María, que nos tuvo como hijos, al pié de la Cruz, por deseo expreso de su Hijo. Unos hijos que tienen como inspiración de su vida: ¡queremos que Él reine sobre nosotros!

Esto era -ES- lo querido por Dios. Esto era -ES- lo que ha vivido la Iglesia desde siempre: defendiendo lo suyo propio contra cualquier enemigo, de dentro o de fuera. Era su papel. Y lo había cumplido, incluso a costa de la Sangre de Cristo -su propia Sangre-, derramada por/con sus Mártires de todos los tiempos: también de hoy.

Pero esto de seguir siendo la Iglesia “de siempre” -la auténtica, la genuina y verdadera: Una, Santa, Católica y Apostólica-, a bastantes, se les hizo una tarea demasiado aburrida; incluso demodé, como fuera de lugar…

Una tarea -la Fidelidad a Cristo, su Esposo-, tan lejos del mundo como la fidelidad en el Matrimonio, para los casados; o la fidelidad al Sacerdocio para todos los Ordenados, en cualquiera de sus niveles. Una fidelidad que no están dispuestos a vivir. Y han roto con Él, a través de romperla a Ella.

Porque todo esto había que cambiarlo, radicalmente. Abriéndose, acomodándose al mundo, porque no hay otro sitio al que volverse…, volviéndose contra Jesús: contra su Palabra, y contra su Ejemplo. Nítidos los dos. Insisto: en su Iglesia, desde dentro de su Iglesia.

Que tenga Enemigos desde fuera, los ha tenido siempre. Y, de tiempo en tiempo, los ha tenido también de dentro. Lo “nuevo” -lo “moderno"-, es que, a los enemigos de dentro, en lugar de echarlos, como se ha hecho siempre, misericordiosamente para con ellos, los herejes -nada de que “sigan sufriendo” en una Casa y en una Familia que no quieren como suya-, y para con los que permanecían fieles, defendiendo precisamente su fidelidad, ahora se les acoge: “caben todos, todos, todos todos…” -esto, para la galería queda realmente bien; pero se da de bruces con la Verdad-, menos los que yo digo que no caben: que vaya si pasa. Y así vamos.

Es la INCLUSIÓN. Sí o sí, deprisa, deprisa, para antesdeayer mejor que para hoy. Que no “Evangelización". Para nada “Conversión".

Y este es el papel -la “nueva misión” que se pretende que la Iglesia se dé a sí misma- del “sínodo de la sinodalidad”, en orden a una “nueva autocomprensión de la Iglesia” hoy: el mismo grito, falso e hipócrita, del Concilio. Siguen erre que erre, corregido y aumentado.

Eso sí: en perfecta línea con las ideologías de la kultureta hodierna, siempre en contra de la Iglesia, por cierto: ¡A muerte!, desde la Revolución francesa y la Masonería rampante, y bien “militante", en el sentido más directo del término. Sobran ejemplos, en Francia y en todo el mundo.

A estas dos ideologías se sumó más tarde el marxismo, que también ha tenido y tiene su papel en el tema. Con la inestimable ayuda de los papanatas, los buenistas, los que no se enteran…, más la progrez eclesial: que nunca ha faltado, y nunca falta, por desgracia.

Para empezar, vamos a explicar lo del “Sínodo” y “la sinodalidad". Y ya seguiremos en otro post poniéndole patas. Que tema… ¡vaya si hay!

Lo de Sínodo, suena bien. Porque tiene cabida en la Iglesia. Y hemos conocido unos cuantos. Por ejemplo, con san Juan Pablo II y con Benedicto XVI. Sínodos, que siempre respondían a una necesidad concreta: por ejemplo, la iglesia precismática de los Países Bajos tras el Concilio, con el primero: para reconstruirla, claro.

Obligando, a su conclusión, y sí o sí, a todos los obispos que quisieran seguir siéndolo, a firmar un papelico con una Declaracíón pública de fidelidad a la Iglesia Universal, con sede en Roma. Para que nadie se perdiese en disquisiciones, o en “si son galgos o podencos”.

Otra cosa han sido los sínodos más modernos, que también hemos conocidos. Por ejemplo: el Sínodo sobre la familia, en el que -fijaos si una parte de la Jerarquía tenía prisas-, las conclusiones se leyeron ya antes de que acabase el propio Sínodo. Y es que cuando estos progres echan a correr, ganan a todos.

Peor fue el de la Amazonia -hecho en Roma, curiosamente-, en el que ya no cuadró prácticamente nada. Próximo al desastre más absoluto, o al gran ridículo interestelar.

Pero ahora, en una vuelta de tuerca realmente audaz -por decirlo pública y muy mansamente-, se pretende, contra toda la Tradición y contra toda la Doctrina de la Iglesia, que Ésta sea SINODAL. Tal cual.

Para entendernos: que cambie su Constitución Fundacional. Porque sí: “¡yo lo mando y me lo merezco!". Tal cual. Y empiece, por tanto, a funcionar de otra manera, con otras coordenadas, que no son las que hasta ahora le correspondían necesaria e indefectiblemente, dados su Origen y su Misión.

Seguiremos, Dios mediante.