María y la Eucaristía frente a los desafíos contemporáneos a la fe
[Conferencia en la Parroquia del Espíritu Santo, en Asunción, Paraguay. Agosto de 2014.]

* ¿Que hay detrás de los grandes desafíos que enfrenta la Iglesia en tantas partes del mundo? Encontramos, entre otros daños: persecución abierta, como la que se vive en zonas de Nigeria, Iraq y Siria; mala formación teológica en los sacerdotes, como sucede en muchos seminarios imbuidos de doctrinas supuestamente progresistas pero en realidad incompatibles con la fe; destrucción de la familia y desprecio por la vida.
* El daño más grave parece suceder allí donde se pasa del deseo de una convivencia pacífica de personas al supuesto deber de una aceptación imposible de ideas y creencias diversas. Para convivir con las personas se nos pide que no discutamos las ideas. Y ello conduce al desprecio de la verdad.
* Sucede que cuando la verdad es arrojada del lugar que le pertenece, como trono que ilumina nuestra razón y nuestra vida, en el trono de la verdad algo se pone: la comodidad, el placer, lo que sí “funciona,” lo que está de moda, lo que dice la mayoría. Esa multitud de impostores explica la variedad de desafíos que enfrenta nuestra fe, y también el hecho de que todos ellos detesten la proclamación de la victoria de Cristo y de nuestro anhelo de servirle y amarle como Nuestro Señor.
* Es importante que todos, pero especialmente los laicos, descubran el lugar irreemplazable que tienen en este tipo de combate espiritual. La voz del sacerdote o del obispo pronto es descartada en el ámbito secularizado que se impone en todas partes. Es una exclusión injusta pero real. Por eso requerimos de científicos, literatos, artistas, abogados, médicos y todo tipo de técnicos, profesores y profesionales que sean competentes en su propia área y muy formados en su fe.
* Las dos columnas que a laicos y ministros ordenados nos sostienen, por igual, son las que vio Don Bosco, a saber, la Eucaristía y la Virgen María.
* La Eucaristía es la expresión más plena del amor de Dios, en cuanto es posible recibirlo en esta tierra. Sólo del Pan Consagrado se dice: “Este es el Cordero que quita el pecado del mundo.” Esa densidad de presencia nos habla de la presencia total de Dios, y tal es el volumen de amor que necesita quien va a pelear por la causa de Dios. Lo mismo que a Elías, el señor nos dice: “Levántate y come porque el camino es superior a tus fuerzas” (1 Reyes 19,7-8).
* Si el alimento eucarístico nos empuja a seguir el camino, la santidad y belleza de María nos atraen hacia la meta. Ella, con su propio ser y con su palabra, nos está diciendo que el Evangelio es real, es posible, sí funciona, sí da fruto y sí colma de felicidad a quien le obedece.
[El archivo de audio original puede escucharse aquí.]

A los católicos que lean estas palabras debo recordarles algo: es natural que el infierno brame y escupa azufre cuando se realiza una canonización. Declarar, con la autoridad de Cristo y de los Apóstoles, que alguien está en el Cielo, no es otra cosa que declarar la derrota de Satanás. Todo el trabajo del demonio tiene un propósito: que no alcancemos nuestra meta, que es el Cielo. Cuando el Papa declara, de modo normativo y definitivo, la santidad de alguien, le está declarando en su cara al demonio que fracasó, que todas sus estrategias fueron inútiles al final; que la presa ansiada escapó de sus fauces: “Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos” (Salmo 124): tal es el mensaje y el canto de victoria de los santos en el Cielo, y entre ellos se encuentra ya nuestro muy amado Juan Pablo II.
Uno de los inmensos bienes que trae la canonización de Juan XXIII es la recuperación de su perfil espiritual y pastoral. Bien sabido es que numerosos progresistas han querido tomar como apoyo a sus posturas una especie de caricatura del Papa Bueno. Se ha querido sistemáticamente usar su lenguaje de caridad y misericordia como una especie de complicidad bonachona ante el pecado, o como licencia para despreciar los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia. Semejante engaño va a ser más difícil de sostener a medida que la estatura y la reciedumbre espiritual del Papa Roncalli alcancen su genuina dimensión.
La alegría de la Pascua es a la vez profunda y sencilla. Se condensa en el gozo del encuentro con la gracia, es decir, el regalo precioso e inmerecido del amor transformante de Dios, que en Cristo nos ha revelado su rostro y nos ha concedido su herencia.





