I.-
Acabo de llegar a Lachunn. Los paisajes son hermosos. Hay cascadas inesperadas, montañas imponentes, nieves eternas y, al menos en esta época, una vegetación admirable. Dios se lució tanto al crear estos parajes que debimos detenernos varias veces para sacar fotos y hacer algunas breves filmaciones con el celular, que ya estamos compartiendo en el canal de Youtube que unos amigos hispanos acaban de crear (maradentronet).
Los paisajes acá son de película. Alguna gente aquí también es de película… pero de terror. Al menos, en general, y bajo ciertos importantes respectos.
Sirva esta como la primer crónica de la misión en lo que dimos en llamar “el lugar maldito”, lo cual no es un título publicitario sino una realidad, que de a poco iremos desentrañando en la presente y subsiguientes crónicas.
II.-
Que conste y que quede claro: el budismo tibetano es satanista. Y lo es, al menos, por un incontestable motivo: el budismo tibetano adora a los demonios.
Expliquémonos… En términos teóricos, es un punto incontestable que el budismo tibetano aspira a lograr la armonía con los demonios. Esto está fuera de toda duda a tal punto que hasta el mismo Kapstein, en su introducción al Budismo Tibetano publicada recientemente por la Universidad de Oxford, lo dice sin ambages (les debemos la cita ya que el libro no lo tenemos a mano pero es de fácil acceso).
Hace unas semanas, estaba en el avión leyendo el libro recién citado y la compañera de asiento, que era una vietnamita budista que viajaba como peregrina del vacío (no del Absoluto, como León Bloy) al rito de algún Rimpoche (monje importante), se puso contenta y me empezó a hablar pensando que yo era budista.
Le dije que de ninguna manera lo soy, a lo que me replicó preguntándome cuál era entonces el motivo por el que estaba leyendo un libro sobre el budismo tibetano. Le dije que precisamente estaba estudiándolo para poder mostrarles más claramente a los budistas que ellos viven en el error y que la Verdad es Jesucristo. Se quedó un poco admirada, pero eso fue el inicio del diálogo, que no tuvo nada de trivial o cotidiano, sino que versó exclusivamente sobre religión y terminó con una aceptación de parte de ella, aunque no exclusivista aun, de Jesucristo.
El coloquio con la vietnamita, casualmente casada con un gobernante comunista que le transmitió un gran odio a Norteamérica, alcanzó un punto crítico cuando le cité aquel pasaje de Kapstein que dice que los budistas deben buscar la armonía con los demonios. Acto seguido, le presenté la enseñanza católica al respecto que precisamente nos ordena lo contrario, esto es, hacerle la guerra a los diablos. Ella, profesando un pacifismo inimaginado, me respondió que a nadie le podemos hacer el mal y que con nadie podemos enfrentarnos, ni siquiera con los diablos.
Bastó esto para confirmarme que el satanismo está doctrinalmente arraigado en la misma médula del budismo tibetano.
III.-
Alguno quizás pensará que esto fue un mero exabrupto de una pasajera vietnamita, mas no es así. Ella expresó, como pudo, algo por muchos sabido: el budismo tibetano busca amigarse con los demonios.
El comercio de los budistas con los demonios es congruo con su filosofía (falsa) de procurar la armonía y compasión con todo ente sentiente (los diablos, stricto sensu, no sienten pero sus potencias naturales les permiten un conocimiento mayor que el sensible). A la vez, esta contrahecha amistad es concorde, como ya apuntamos, con el pacifismo o no-violencia que pregonan. Es así que el enfoque de la compasión pacifista es suficiente para que los budistas aspiren a la amistad con los demonios. Al menos, esta fue la intuición profunda de la pasajera vietnamita, que profesaba un budismo tan raigal que la llevaba a viajar desde Vietnam a Sikkim para no-sé-qué evento de no-sé-qué rimpoche.
Ahora bien, en lo que respecta a la relatio con los ángeles caídos, el enfoque generalizado de las plebes budistas es el temor visceral y, en segundo lugar, la petición de beneficios temporales.
En otros términos, los budistas tibetanos, o al menos muchísimos de ellos, adoran a los demonios para aplacar la ira de estos y verse protegidos.
III.-
Es momento de contar algún testimonio concreto para que nadie se crea que hablamos de meras teorías. Conste que no estamos entrando en ningún academicismo -de grado o posgrado-, sino que exponemos la cruda y triste realidad del mundo tibetano.
En Lachunn, nos alojamos en la casa de nuestro “amigo” Tenzig, que es hijo de un lama casado (no todos los monjes profesan celibato). La casa de nuestro anfitrión es exponente claro del tradicionalismo tibetano de la aldea. Su familia conserva rigurosamente las tradiciones budistas desde hace muchas generaciones.
Cuando entré a su casa -que es hotel, como la mayoría-, lo primero que me mostró fue el “puya room”, esto es, la pieza de los rituales. No lo podemos llamar oratorio ya que estrictamente no oran. Los puya room son básicamente todos iguales. Igualmente tenebrosos.
Tenzig me contó que los ritos los ayudan a protegerse de los demonios. Y conociendo el paño, tuvimos el presente diálogo, parte del cual grabé con el celular (lo aclaramos para responderle a un lector que nos juzgaba de “noveleros”). Transcribimos lo esencial…
- “Los rituales nos protegen de los espíritus malvados”.
- “¿De los demonios?”
- “Sí, exactamente”.
- “¿Cómo hacen Uds para protegerse de los demonios?(1)”
- “Les hacemos ofrendas”.
- “¿Uds les hacen ofrendas a los demonios para adorarlos?”
- “Sí, para adorarlos”.
- “¿Qué tipo de ofrendas les hacen?”
- “Les ofrecemos todo lo que ellos nos pidan”.
- “¿Y sacrificios de animales?”
- “Sí, también. En nuestra casa, le ofrecemos a los demonios (o al demonio de nuestra casa) un yak por año”. El yak es un animal de la zona. “Primero, le ofrecemos el yak a los demonios y luego se lo ofrecemos a los dioses”.
Notemos el orden metafísico y de prioridades: primero, se honra a los demonios, luego a los dioses. Es cierto, certísimo, que los dioses no existen pero no deja de ser muy significativo que privilegien honrar a los demonios antes que a los, por ellos reputados, dioses.
Terminemos estas líneas, que ya se hicieron largas, recordando aquello que enseñaba el Aquinate (Comentario al Credo, a. 1, n. 20):
“[Todo el esfuerzo del demonio] consiste en hacerse adorar por los hombres y en que le ofrezcan sacrificios: no es que se deleite en un perro o en un gato que le sean ofrecidos, sino que se deleita en que a él se le rinda reverencia como a Dios, por lo cual dijo al mismo Cristo (Mt 4, 9): “Todo esto te daré sí postrándote me adoras". Por esta misma razón entraban los demonios en los ídolos y daban las respuestas para ser venerados como dioses. Salmo 95, 5: “Todos los dioses de las naciones son demonios". Y el Apóstol dice en I Cor 10, 20: “¡Pero si lo que inmolan los gentiles, lo inmolan a los demonios, y no a Dios!”
Recemos por la conversión de los lamas y para que ellos, una vez exorcizados y bautizados, vengan a re-convertir al Accidente apóstata.
Padre Federico, S.E.
Misionero en la Meseta Tibetana
12-V-17, en las vísperas del
glorioso Centenario de Fátima
(1) En la zona, tienen una absurda creencia budista según la cual cada familia budista tiene un demonio que la cuida a lo largo de las generaciones.