18.07.17

Reverencia y dignidad (Sacralidad - VII)

Mucho depende de la unción con la que sacerdotes y obispos celebren la santa liturgia. Si adquieren un hábito celebrativo lleno de piedad, de reverencia, conscientes ante Quién están y de Quién son su mediación (in persona Christi), facilitará –sin hieratismo, sin esteticismo, sin posturas forzadas- que en la liturgia brille el Misterio.

  El sacerdote es la mediación visible del Liturgo invisible, Jesucristo sumo y eterno Sacerdote. La persona entera del sacerdote debe ocultarse, hacerse transparente, servidor del Misterio, desterrando la tentación de convertirse en protagonista, en showman simpático que acapare todo para lucirse. Es imprescindible una gran dosis de humildad para oficiar los misterios divinos y un alma muy sacerdotal, llena de unción, para dejarse atrapar por el Misterio y vivirlo.

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11.07.17

Participar en la liturgia (I)

La participación en la liturgia, y educar para participar en ella como se debe, sin confusiones, ni multiplicar intervenciones, ni dejar que entre la secularización, sino aquella participación real que requiere la naturaleza misma de la liturgia es un objetivo constante de la formación espiritual y de la catequesis.

Tenemos por delante que intensificar en la medida de nuestras posibilidades, la participación verdadera en la liturgia, el cultivo de la liturgia, de su solemnidad y sacralidad al celebrarla, renovando la participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa, ya que la fe se nutre y se expresa en la liturgia. En esto cada cual, según su ministerio y vocación, como sacerdote, religioso o seglar, habrá de ver qué puede hacer (o en algunos casos, dejar de hacer porque se hace mal) y mejorar.

La catequesis en sus diferentes grados y edades, especialmente la catequesis de adultos o la formación permanente, deberá tener entre sus objetivos educar en vistas a la participación litúrgica; al menos así lo señala del Directorio General de Catequesis:

“La Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la dignidad de su sacerdocio bautismal. Para ello, la catequesis, además de propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos, ha de educar a los discípulos de Jesucristo para la oración, la acción de gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido comunitario, la captación recta del significado de los símbolos…; ya que todo ello es necesario para que existe una verdadera vida litúrgica” (DGC 85).

 La Eucaristía celebrada merece una amplia explicación e introducción en catequesis de adultos, cursos, conferencias, charlas, boletines de formación (como intentamos ir haciendo aquí), con un método mistagógico, explicando paso a paso cada momento de la celebración eucarística: cómo se realiza según las rúbricas, qué significado tiene y las implicaciones espirituales. Se procura así que, conociendo la liturgia de la Eucaristía, se favorezca una participación plena, consciente, activa, interior, fructuosa (adjetivos que la definen según la Sacrosanctum Concilium).

 Ya Juan Pablo II recordó la importancia de la formación tanto de sacerdotes como de los fieles para incrementar la verdadera participación en la liturgia:

“El cometido más urgente es el de la formación bíblica y litúrgica del pueblo de Dios: pastores y fieles. La Constitución ya lo había subrayado: «No se puede esperar que esto ocurra (la participación plena, consciente y activa de todos los fieles), si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma». Esta es una obra a largo plazo, la cual debe empezar en los Seminarios y Casas de formación y continuar durante toda la vida sacerdotal. Esta misma formación, adaptada a su estado, es también indispensable para los laicos” (Carta Vicesimus quintus annus, n. 15).

 2. Lo que no es participar.-

 La participación consciente, plena, activa e interior en la liturgia, se interpreta con el simple “intervenir”, desarrollar algún servicio en la liturgia, y la proliferación –verbalismo- de moniciones y exhortaciones, convirtiendo la liturgia de la Eucaristía en una pedagogía catequética falseada. Se entiende la participación entonces como una didáctica de catequesis donde todo son palabras, es decir, moniciones a todo, superfluas, demasiado largas. Desgraciadamente damos por hecho -¡craso error!- que “participar” es sinónimo de “intervenir” y por tanto se procura que intervengan muchas personas para que parezca más “participativa”. Es un fruto desgraciadísimo de la secularización interna, que se ha filtrado en las mentes de una manera pavorosa, y si no se interviene haciendo algo, entonces parece que no se ha participado. Todos tienen que hacer algo, leer algo, subir y bajar, ser encargado de algo, porque si no, se sienten excluidos, ya que viven con la clave de participar = intervenir, participar = ‘hacer algo”.

 Evidentemente ese principio, elevado hoy día a axioma, es falso. Este error desemboca al final en el precipicio y, claro, nos caemos a lo hondo del barranco y matamos la liturgia.

 Hay frases muy reveladoras, que se dicen con mucha facilidad, y reflejan hasta qué punto se está secularizando la liturgia desde dentro.

 Una de ellas: “A mí es que me gusta mucho participar”: quien la dice está afirmando que lo que le gusta es intervenir, desempeñar algún oficio concreto durante la celebración litúrgica, ya sea por prestar un servicio y ser una persona disponible, ya sea por el prurito de aparecer delante de los demás, acaparando protagonismo humano. ¡Cuántos enfrentamientos y roces innecesarios, pequeñas discusiones, por querer leer, hacer una monición en lugar de otra persona, llevar las ofrendas! Incluso se producen pequeñas carreras, cuando está terminando la oración colecta, para salir apresuradamente al ambón y que nadie le quite la ocasión.

 Otra frase: “fue una Misa muy participativa”. Se suele entender con esto que se multiplicaron las intervenciones, perdiendo la sacralidad, para buscar un efecto secular, democrático, de fiesta humana: se multiplican las moniciones (de entrada, a cada lectura, a cada ofrenda) y las ofrendas (una vela, un libro, un balón, un cartel, el pan y el vino, por ejemplo), se organizan las preces de manera que lo importante sea que cada petición la haga un lector distinto y se añade un himno, poema o pequeño discurso tras la acción de gracias. Se distorsiona la realidad sagrada de la liturgia, se le añaden elementos y acciones al margen de lo que el Misal prescribe, cunde una ‘falsa creatividad’ que es salvaje.

  Aún otra frase: “hay que preparar la liturgia para que todos participen”. De nuevo al hablar de “participación” se está planteando como objetivo la actuación directa de un determinado número de personas, buscando que cada cual haga algo concreto. Lo observamos cuando hay Confirmaciones y, sobre todo, al preparar las diversas tandas de las Primeras Comuniones. Olvidando que el modo propio de participar los niños en esa Misa es comulgar por vez primera con el Cuerpo y Sangre del Señor, transformamos la liturgia en una actuación infantil constante. En estos días las tandas de Primeras Comuniones son quebraderos de cabeza: párroco o catequista quieren que cada niño “haga algo”, multiplicando las intenciones, las ofrendas… lo que sea para que todos intervengan, haciendo cálculos: en tal tanda hay 18 niños, hay que sumar intenciones y ofrendas “simbólicas”, un niño lee un poema, otro hace un canto, hasta el número de 18; si hay menos niños, se reducen las intenciones de las preces o las ofrendas. Una liturgia así poco fruto real da, ni en vida espiritual ni en evangelización.

  El mismo criterio rige en una liturgia en la que convergen diversos grupos, Asociaciones, Movimientos, etc., preparando la celebración litúrgica de manera que todos intervengan en algo como si, por no intervenir o ejercer un ministerio litúrgico, ya no se participara. Si buscan cada uno su propio interés, como en ocasiones ocurre, se olvida lo que es participar y se olvida buscar los medios para que todos participen, y se centra cada cual en las distintas intervenciones, reclamando, a veces hasta violentamente, ese margen de intervención para hacer algo. Se pierde de vista la participación del pueblo cristiano entero (: que recen bien, que lo vivan, que se ofrezcan con Cristo) y la mirada se fija, obsesivamente, en quién interviene y qué hace cada cual, y si un grupo interviene más que el otro, o aquel grupo se va a notar más su presencia que este grupo de aquí. La Comunión eclesial se destroza y se sustituye por la suma aislada entre sí de carismas, Movimientos, grupos: están juntos, pero no hay Comunión, y la liturgia es la distribución de intervenciones de todos para que todos estén contentos y visibles ante los demás.

3. Quien no interviene, ¿participa?

 La respuesta es fácil: todos participan de la liturgia, según su modo propio (sacerdote, diácono, lector, cantor, asamblea santa), pero no todos realizan un servicio litúrgico directo. La participación pertenece a todos aquellos fieles cristianos que asisten a la divina liturgia, y los diferentes ministerios litúrgicos son servicios en orden a la participación de todos los fieles.

 Muchos fieles participan en la Eucaristía gracias a Dios: ni todos leen, ni todos son cantores, ni todos llevan ofrendas de pan y vino… y sin embargo participan perfectamente: rezan, responden, escuchan la Palabra de Dios y responden en su corazón, se ofrecen con Cristo, cantan, interceden en la oración de los fieles y, sobre todo, comulgan el Cuerpo y la Sangre del Señor debidamente preparados. No intervienen, pero todos participan, ya que ésa es la verdadera participación, el culto en Espíritu y en Verdad.

 Además, en determinadas celebraciones sacramentales, quienes reciben un Sacramento tienen un modo propio de participar y es recibir el Sacramento, vivirlo intensamente.

 Los novios en el sacramento del Matrimonio participan de ese sacramento casándose, pronunciando la fórmula del consentimiento, recibiendo la Bendición nupcial, ese es su modo propio, sin tener que hacer ellos las lecturas o enumerar las intenciones de la Oración de los fieles para que “participen”: ya están participando pues son los sujetos del sacramento del Matrimonio.

 Pensemos en las Misas de las “Primeras Comuniones” como un ejemplo cercano. Participar no es intervenir ejerciendo un servicio litúrgico; el modo de participación propio y exclusivo de los niños es comulgar por vez primera con el Cuerpo y Sangre del Señor, ver que se reza por ellos en la oración de los fieles y en el embolismo propio de la anáfora eucarística. Serán los demás (sacerdotes, lectores, acólitos, coro) los que ejercen los ministerios litúrgicos necesarios para que ellos participen ese día en el modo que les es propio: comulgar, sin que los mismos niños desempeñen todos los servicios litúrgicos. Los niños en esa celebración participan, pero su modo de participación es tan especial, único, intransferible, que consiste en comulgar por vez primera con el Señor resucitado en su Cuerpo eucarístico. Esa es su participación: comulgan, rezan, oran, dan gracias, escuchan la Palabra divina, se unen a toda la asamblea cristiana como miembros que participan de la Mesa santa. Pero participar no significa intervenir en todo.

 

5.07.17

Orar con la Hora litúrgica de Vísperas

  • Ha transcurrido la jornada. En el atardecer –con un margen amplio de tiempo- la Iglesia reza Vísperas. ¿La Iglesia? Sí, tú y yo, y muchas comunidades de religiosos, de sacerdotes, de seglares. Te toca a ti también sumarte a esa Oración de todos. Que sí, tú también, y deja de justificarte pensando que Vísperas y la Liturgia de las Horas es algo clerical, porque no lo es, ¡es eclesial!

 

  • Las Vísperas serenan el alma a la caída de la tarde. Cantamos a Cristo, Sol que no conoce el ocaso; hacemos memoria de su resurrección –y de las apariciones al atardecer-; miramos al cielo con deseos de eternidad; damos gracias por la jornada y la ofrecemos entera para gloria del Padre.

 

  • Primero hay que apaciguarse, recogerse, para orar con la liturgia y que lo que pronuncia la boca concuerde con la mente.

 

  • Luego comenzamos invocando la gracia de Dios, porque su gracia nos hará recitar digna, atenta, devotamente, esta Hora de Vísperas: “Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme”. Es petición de gracia.

 

  • El himno da el colorido, la tonalidad a la Hora litúrgica. También, en los tiempos fuertes, en vez de hacer referencia a la hora, al atardecer, se enmarca en los contenidos generales del tiempo litúrgico… y realmente servirían igual en Laudes que en Vísperas en este caso.

 

  • Con la salmodia, hemos de prestar atención. Cristo canta en cada salmo. Hemos de reconocer en cada salmo la voz de Cristo cantando al Padre… o la voz de la Iglesia Esposa cantándole a Cristo, su Cabeza y Esposo. No soy tanto “yo” el que canta el salmo, cuanto que Cristo lo canta por mi voz al Padre. ¡Fíjate, hazlo así, y hallarás más sabor a los salmos!

 

  • Los dos primeros salmos (o un salmo más extenso dividido en dos partes) mantienen un tono sapiencial, son suaves, meditativos, confiados, muy acordes con la paz y el recogimiento del final de la jornada.

 

  • El tercer salmo es un cántico del NT, que sin ser estrictamente un salmo, sigue la estructura orante de los salmos y que los hallamos en las cartas paulinas, en la carta de San Pedro y en el Apocalipsis. Son las alabanzas que la primitiva Iglesia compuso para alabar a Dios por la redención de Cristo.

 

  • Como ya, con el cántico, hemos pasado al NT, la lectura breve deberá seguir siendo del NT y no retroceder al AT. Es un pensamiento, una idea, una nota espiritual, para ser acogida en el silencio orante. La Palabra de Dios sigue resonando viva y eficaz para nosotros.

 

  • El evangelio propio de Vísperas es el Magnificat. Es su cántico evangélico. Nos ponemos de pie, nos signamos con la cruz… otorgándole la importancia debida. Con la Virgen María, glorificamos al Señor; con los sentimientos y el corazón de la Virgen María, proclamamos la gloria del Señor. Una vez más, cada día, hemos visto la acción de Dios y su misericordia y cómo nos ha mirado con amor. ¡Su fidelidad es eterna e inquebrantable! Un día más lo hemos podido comprobar.

 

  • Las preces de Vísperas son distintas de las de Laudes; si éstas son de santificación y consagración de la jornada, las preces de Vísperas son de intercesión por los demás, por la salvación de los demás y sus necesidades. Se pueden añadir otras peticiones además de las del formulario del día, pero la última petición siempre será por los fieles difuntos, por las almas del purgatorio.

 

  • Las preces prosiguen con la oración dominical, el Padrenuestro. Si tres veces al día se determinó rezar el Padrenuestro en la Iglesia, ahora es la tercera vez, después de rezarlo en Laudes y en la Misa. El Padrenuestro es la oración de los hijos adoptivos de Dios. El Padrenuestro es el gran salmo cristiano. El Padrenuestro es el compendio del Evangelio.

 

  • Termina la oración litúrgica de Vísperas con una oración conclusiva que alude al momento final de la jornada, a la acción de gracias, etc., excepto en los tiempos fuertes y domingos de tiempo ordinario que la oración final es la misma oración colecta del día.

 

  • Quien se acostumbra a orar cada día con la Liturgia de las Horas, va adquiriendo familiaridad con la sagrada Escritura, se acostumbra a orar con textos litúrgicos, dilata su corazón a la medida de la Iglesia entera. ¡Es un gran bien!

 

  • De verdad, necesitamos mucha más liturgia en nuestra vida espiritual; es muy conveniente que la liturgia de la Iglesia marque nuestro espíritu más que las devociones de aquí y de allá o los gustos de unos y de otros. ¿Te decides? ¿Te lanzas a ello? ¿Harás de Laudes y Vísperas el eje de tu jornada ante el Señor? ¿Te animarás a dar un paso más en tu vida interior? ¡¡Seguro que lo agradecerás más adelante!!

 

1.07.17

Sin condenar, Oración de los fieles - y VII

El tono desafiador del lenguaje y su juicio despectivo sobre la realidad es otra variante de los lenguajes secularizados que se pueden encontrar en las intenciones que se proponen a la oración de los fieles en la Santa Misa.

Con este lenguaje condenatorio, marcadamente secularizado con una ideología de moda, más que orar, se emiten juicios de valor:

“Para que nuestra sociedad, injusta e hipócrita, que busca lo que la escandaliza y fomenta lo que luego condena, asuma su culpa y procure el remedio” (Libro de la Sede, Domingo V Cuaresma);

“por nuestra sociedad satisfecha y autosuficiente: para que reconozca su necesidad radical de Dios” (Libro de la Sede, Viernes III Pascua).

La economía –da igual el sistema o su justa distribución- es llamada “demonio”:

“Pedimos por nuestro mundo, roto por los demonios de la economía, la guerra y la sinrazón, para que crezcamos en orden a favorecer la vida de todos”.

Este lenguaje condenatorio, muy frecuente en ciertos ámbitos, emite constantemente juicios de valor negativos y suele añadir un sentido de culpabilidad a los que oran, convirtiendo en exhortación imperativa lo que debería ser una oración.

“Por nosotros, que hacemos injustamente distinción de personas, que clasificamos y ponemos al margen, que rehusamos el trato y condenamos al aislamiento” (Libro de la sede, Dom. VI T. Ord).

“Por nuestra sociedad mal pensante, como Simón, el fariseo; para que sea capaz de comprender y respetar” (Libro de la sede, Dom. XI, T. Ord.).

“Para que nuestra sociedad, que fomenta el pecado y se muestra intransigente con los culpables…” (Libro de la sede, Dom. XXIV, T. Ord., ciclo C).

“Para que nuestra sociedad, cuyo incentivo es el lucro, sepa valorar el trabajo, como fuente de realización y promoción humana, personal y social” (Libro de la sede, Dom. XXV, T. Ord., ciclo A).

“Para que nuestra sociedad, caracterizada por la hipocresía, reaccione ante la crítica de los inconformistas” (Libro de la sede, Dom. XXXI, T. Ord., ciclo A);

además del juicio de valor sobre la sociedad, piensa el redactor que la crítica de los inconformistas, de por sí, es buena, con lo que introduce tanto la demagogia como el populismo; ser inconformista no es un valor o cualidad, porque puede nacer de la arrogancia y de la soberbia, no de la búsqueda del Bien y la Verdad.

A veces no es una petición aislada, sino todo el conjunto de intenciones el que, con un lenguaje descriptivo negativo, pretende catequizar en una dirección ideológica muy concreta:

“En un mundo en el que predomina la ambición y el poder: para que la Iglesia procure ser signo de Cristo…

En un mundo en el que se busca sobre todo la eficacia: para que los más débiles en la sociedad no se vean despojados de sus derechos…

En un mundo en el que se medra a costa de los demás: para que se valore la honradez, la austeridad, la sinceridad, la autenticidad…

En un mundo en el que la figura de Cristo inquieta: para que cuanto nos preciamos de ser discípulos suyos entendamos sus palabras…” (Libro de la sede, Dom. XXV, T. Ord., ciclo B).

Este lenguaje, que algunos calificarían de “denuncia profética”, no es propio del lenguaje orante ni del lenguaje para la liturgia, porque fácilmente se deslizan la ideología y la mentalidad secularista. Si hubiéramos de seguir los tres ejemplos anteriores, habría que transformarlos aproximadamente así: “para que la Iglesia sea signo luminoso de Cristo en la sencillez”, “para que los más débiles y los pobres sean ayudados y confortados”, y, dentro de lo que cabe, el tercer ejemplo sería “por nosotros, para que crezcamos en las virtudes cristianas de la honradez y la austeridad”.

Al menos, al mirar el mundo, que nuestra mirada no sea de reprobación absoluta, sino de amor de Cristo viendo su realidad y su necesidad de salvación.

El lenguaje litúrgico no es condenatorio, sino expositivo; no es ideológico (ni pura ideología), sino orante. Las preces que he puesto como ejemplo ilustrativo jamás se podrían considerar lenguaje litúrgico, sino pura ideología, abofeteando a los presentes y al mundo en el que viven.

He de aclarar que “el libro de la sede” es un libro oficioso, no OFICIAL. En España lo “fabricó” la Comisión episcopal de liturgia (o el Secretariado Nacional, no lo recuerdo bien ahora), y en las preces los redactores estuvieron muy, muy desafortunados. Es un libro que necesita una urgente revisión en ese punto y otros más (acto penitencial, invocaciones al Kyrie y moniciones).

Se usa por su carácter oficioso y no de un autor con nombre y apellidos.

La oración de los fieles (exceptuando el Viernes Santo) no posee un formulario fijo. Hay que fabricarlo o buscarlo, o adaptar los que se tengan. De ahí que se busque una publicación mensual o un libro con formularios ya preparados. Pero hay que mirarlos bien…

Lo de leer sacando un papelito doblado, simplemente, es de un mal gusto que rechina. ¡Y la liturgia debe ser bella, es bella!

Con esto terminamos un amplísimo recorrido, exhaustivo desde luego, sobre la Oración de los Fieles. ¡Ojalá nos inspirásemos siempre en los modelos de la tradición litúrgica al orar y no en las formas secularizadas que hemos visto!

24.06.17

Sin autocelebrarnos (Sacralidad - VI)

Hay un desplazamiento secularista en la liturgia que manipula lo sagrado y lo sustituye por el “nosotros”; se quita a Cristo y se coloca la comunidad-grupo en su lugar. La liturgia se vuelve la seña de identidad del grupo para fortalecer los lazos humanos, transmitir unas consignas humanas y valores y repetir, cansinamente, que “vamos a hacer una sociedad más justa y solidaria”.

 Esto se nota en los acentos humanos, didácticos, y muy moralistas, de las moniciones y la homilía (ésta larguísima, un mitín); se nota en el tipo de cantos durante la liturgia que procuran tener ritmo y provocar la emotividad y lo sentimental; se nota, igualmente, en la forma de multiplicar elementos para que muchos intervengan subiendo al presbiterio (una monición a cada momento, un lector por petición… o incluso la lectura de un manifiesto o “compromiso”). Esa liturgia lo centra todo en el grupo concreto.

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