21.09.17

Y cantando se participa (VI)

Cantando en misa

Participar es cantar. He aquí otra afirmación muy sencilla de lo que es la participación en la liturgia por parte de los fieles. Se participa cantando y eso es lo mismo que decir que se participa rezando mediante el canto, sin necesidad de intervenir realizando algún servicio litúrgico. Todos pueden llegar a este grado de participación uniendo la voz y el corazón a los cantos de la liturgia. Basta cantar con todos los fieles aquello que es propio de todos, o responder cantando al sacerdote en las partes cantadas (saludos, aclamaciones) o unirse con silencio y recogimiento al coro en los cantos que sólo éste ejecuta.

Potenciar la solemnidad, la oración y el canto en la liturgia, es cultivar un gran medio de participación activa de todos para unirse al Misterio. Todo buen coro es un servicio grande para que todos participen, porque participan todos cantando, no sólo el coro. Es un ejercicio de servicio que el coro apoye y lleve adelante el canto para que todos se unan, aunque algunos cantos los realice solamente el coro en ciertos momentos de la liturgia:

“Entre los fieles, los cantores o el coro ejercen un ministerio litúrgico propio, al cual corresponde cuidar de la debida ejecución de las partes que le corresponden, según los diversos géneros de cantos, y promover la activa participación de los fieles en el canto” (IGMR 103).

Así el coro está al servicio y en función de todos los fieles, del canto de todos los fieles, favoreciendo la participación orante, y no entendiendo o viviendo la liturgia como un concierto donde todos callan para escuchar a los intérpretes (como tantas Misas-concierto, bellísimas musicalmente[1] o, por el contrario, tantos cantos sentimentales más propios de veladas de campamento que sólo el coro juvenil conoce) o eligiendo los cantos al margen de la liturgia (como las paráfrasis, por ejemplo, del Sanctus o del Padrenuestro que alteran la letra), o simplemente con cantos que únicamente conoce el coro reduciendo al silencio a todos.

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15.09.17

Sacrificio de Cristo y nuestro también

Que la Eucaristía sea el sacrificio de Cristo, la actualización del mismo sacrificio de la cruz bajo el velo de los signos sacramentales, implica consecuencias litúrgicas y espirituales para vivir y participar en la celebración de la Santa Misa e incide en nuestra vida cristiana.

  No basta con destacar que la Misa es el sacrificio de Cristo, hay que destacar igualmente que ese sacrificio es nuestro, sacrificio de la Iglesia, en el cual nos ofrecemos nosotros también, nos unimos a Cristo en su sacrificio para alabanza del Padre. Al sacrificio de Cristo-Cabeza se le suman los sacrificios de los miembros de su Cuerpo. El sacrificio del Señor recoge, incluye también, el sacrificio de sus hermanos.

   El culto cristiano es profundamente existencial; es la liturgia viva de la existencia cristiana, no algo exterior y ceremonial a nosotros mismos. Es lo que el Señor calificó de culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23) y san Pablo recomendaba en sus cartas: “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva, santa… éste es vuestro culto razonable” (Rm 12,1); la vida del cristiano es una ofrenda continua a Dios: “cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 10,31); “todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,17); “lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres” (Col 3,23).

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7.09.17

Escuchando, se participa en la liturgia (V)

Escuchar requiere un acto interior de la inteligencia y del corazón, para captar e integrar, asimilando. Es un acto consciente. Oír es algo reflejo, donde captamos muchos sonidos, pero no todos son pensados ni acogidos. Escuchar sí requiere una inteligencia amorosa, una capacidad de recepción, atención, disponibilidad, desterrando cuanto nos pueda distraer o apartar para no desperdiciar ninguna palabra.

 He aquí, entonces, un modo más de participación litúrgica, fructuosa e interior.

 La escucha, en primer lugar, se refiere a las lecturas de la Palabra de Dios en la liturgia, que merecen ser bien proclamadas, con lectores aptos para leer en público y en alta voz (y no por un falso concepto de participación, aceptar que cualquiera lea, aunque luego no sepa ni entonar): “pido que la liturgia de la Palabra se prepare y se viva siempre de manera adecuada. Por tanto, recomiendo vivamente que en la liturgia se ponga gran atención a la proclamación de la Palabra de Dios por parte de lectores bien instruidos” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 45). Y también: “Es necesario que los lectores encargados de este servicio, aunque no hayan sido instituidos, sean realmente idóneos y estén seriamente preparados. Dicha preparación ha de ser tanto bíblica y litúrgica, como técnica” (Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 58).

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31.08.17

¿Monición de "acción de gracias"? ¡No, por favor!

   Parece que en aras de la participación, habría que multiplicar elementos en la Misa, una y otra y otra intervención más. En ese caos, nadie se paró a mirar qué dice el Misal, o se lo miró, lo reinterpretó a su gusto. Todos estos añadidos –en contra de lo que decía el mismo Concilio Vaticano II en SC 22- se fueron haciendo corrientes, difundidos, extendidos y casi hasta obligatorios. La liturgia se convirtió en algo antropocéntrico, sólo “nosotros”, y cada vez con menos sentido sagrado. Nos convertíamos en protagonistas, olvidando que el protagonista de la liturgia es Jesucristo y su Misterio pascual.

   Entre esos elementos, se ha introducido un larguísimo discurso, una monición de “acción de gracias” después de la comunión, con tal de que haya una persona más que intervenga en la liturgia. Es un discurso normalmente largo y que parece de obligado cumplimiento en ciertas Misas: Misas con niños, Primeras comuniones, Novenas de la Patrona, etc.

  ¿Lo permite el Misal? ¿Deja esa monición de acción de gracias como posible, como opcional, como facultativa? ¡En absoluto! Vayamos al Misal y encontraremos lo siguiente:

   “Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno” (IGMR 88).

  “Después [de la comunión] el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede, además, observar un intervalo de sagrado silencio o cantar un salmo, o un cántico de alabanza, o un himno” (IGMR 164).

   Éstas son las opciones posibles: silencio, o cantar un salmo o cántico de alabanza o un himno. No figura entre esas opciones que alguien lea un discurso o monición de “acción de gracias”. Tan simple como eso.

   Hay que entender, además, que “acción de gracias” como tal es el sacrificio eucarístico entero, la Misa celebrada, y no simplemente un discurso o monición leída por alguien. Terminada la distribución de la sagrada comunión, o se ora en silencio, o se entona un canto de alabanza o salmo y, finalmente, la acción de gracias de todos es verbalizada por la oración de postcomunión que el sacerdote, en nombre de todos, eleva a Dios dando gracias por el sacramento que hemos recibido. Esa oración de postcomunión es auténtica acción de gracias, recitada por el sacerdote, y parece una repetición absurda anteponerle una “acción de gracias” leída por alguien.

  Además esa monición de acción de gracias rompe con una norma de la Tradición litúrgica de la Iglesia. Los fieles no se dirigen individualmente a Dios en la Misa, sino en común y formando una sola voz; ni siquiera el diácono en la Misa: las moniciones siempre se dirigen a los demás (“Daos la paz”, “inclinaos para recibir la bendición”). Sólo el sacerdote se dirige a Dios en nombre de todos: “Oh Dios, que has realizado…” ¿Cómo es posible que un lector, sin más, lea algo dirigido a Dios como discurso de acción de gracias?

  A lo que hay que añadir otra costumbre más que se ha ido introduciendo: la acción de gracias del nuevo sacerdote en su ordenación o primera Misa, o la del religioso o religiosa en su profesión; un discurso largo, emotivo, sentimental, que convierte la liturgia en un homenaje a esa persona y que suele ser lo único que se recuerda porque resultó impactante, porque todos se emocionaron, etc., y, claro, ¡todos aplaudieron! Se perdió el espíritu sagrado de la liturgia y el nuevo sacerdote o el nuevo religioso o religiosa se convirtieron en los protagonistas absolutos. En vez del sacramento celebrado, en lugar de la profesión religiosa bendecida, parece que lo importante son estas palabras de “acción de gracias” que encontrarían su lugar adecuado fuera de la Misa, tal vez como palabras iniciales en el ágape, antes de bendecir la mesa.

  Que algo esté extendido y sea muy común, no quiere decir ni mucho menos que esté bien, aunque todos lo hagan. En el caso de esta monición de “acción de gracias” tras la comunión, hay que procurar ajustarnos en todos los casos al Misal y evitar estos elementos que son una distorsión de la liturgia, la introducción de lo emotivo y sentimental en forma de discurso.

 

25.08.17

¡Participar es orar! (IV)

Tal vez incluso alguien se sorprenda al identificar estos dos verbos, participar = orar, y sin embargo no hay participación verdadera sin oración y la oración (personal y común en la liturgia) es un modo importantísimo de participación.

  La liturgia es, ante todo, oración, la gran oración de la Iglesia que se une a Jesucristo y participar, por tanto, será orar en la liturgia, orar la liturgia. “La liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término. Por la liturgia el hombre interior es enraizado y fundado (cf Ef 3,16-17) en “el gran amor con que el Padre nos amó” (Ef 2,4) en su Hijo Amado. Es la misma “maravilla de Dios” que es vivida e interiorizada por toda oración, “en todo tiempo, en el Espíritu” (Ef 6,18)” (CAT 1073). Y también enseña el Catecismo cómo la liturgia es una de las fuentes de la oración, durante la liturgia misma y después de la liturgia, a modo de prolongación e interiorización:

  “La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma. Incluso cuando la oración se vive “en lo secreto” (Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf Institución general de la Liturgia de las Horas, 9)” (CAT 2655).

  Durante la liturgia, se participa orando. El sacerdote pronuncia las distintas oraciones en nombre de todos, de manera clara y con unción: “El sacerdote invita al pueblo a elevar los corazones hacia el Señor, en oración y en acción de gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración que él dirige en nombre de toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo” (IGMR 78). Los fieles se adhieren y prestan su consentimiento a las oraciones que el sacerdote recita en su nombre con la respuesta “Amén”: “El pueblo uniéndose a la súplica, con la aclamación Amén la hace suya la oración” (IGMR 54; 77; 89); “Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo” (IGMR 79).

 Ora el pueblo (y eso es participar) en la confesión común del acto penitencial (“Yo confieso”), ora también recibiendo la Palabra de Dios leída dirigiéndose a Dios en acción de gracias (“Te alabamos, Señor”, “Gloria a ti, Señor Jesús”). Ora e intercede en la llamada “Oración de los fieles”, porque son los fieles los que oran a cada intención que se les propone: “Señor, escucha y ten piedad”, “Te rogamos, óyenos”, “Kyrie eleison”. Esa es su oración, la de los fieles, intercediendo como pueblo sacerdotal: “En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos” (IGMR 69). Los fieles participan rezando juntos, a una voz, el Padrenuestro con sentimientos filiales (“El sacerdote hace la invitación a la oración y todos los fieles, juntamente con el sacerdote, dicen la oración”, IGMR 81) y aclaman a Dios: “tuyo es el reino, tuyo el poder”.

Esa oración en común, a una sola voz y con un solo corazón, es verdadera y santa participación en la liturgia.

  La participación litúrgica activa, interior, fructuosa, requiere la audición de los textos litúrgicos proclamados con voz clara, recitando con sentido. Es curioso ver cómo a veces algún sacerdote introduce alguna monición y habla con voz cálida, clara, y después al pasar a recitar el texto litúrgico, acelera, apresura el ritmo, se apaga la voz, y omite toda entonación y cualquier pausa. Las oraciones pasan rápido, como un trámite, incomprensibles. La participación litúrgica sin embargo lleva a la comunión en la oración, y por eso los textos eucológicos deben ser orados realmente, bien recitados, para decir conscientemente “Amén".

 Además, los textos litúrgicos expresan y reflejan la fe de la Iglesia. Nada ni nadie puede alterarlos por una creatividad salvaje. Esos mismos textos pasan a ser patrimonio de todos en la medida en que escuchados una y otra vez durante cada año litúrgico, van forjando la inteligencia cristiana del Misterio y se quedan grabados en la memoria. Así fue cómo la liturgia fue la gran catequesis (didascalia) de la Iglesia durante siglos: sus textos litúrgicos, claros, bien recitados, repetidos una y otra vez, transmitían suficientemente la fe eclesial. Luego es conveniente que en la oración personal, en el tiempo de meditación, acudamos de nuevo a estos textos para repasarlos, interiorizarlos, considerarlos.

  Sumemos a la oración en común, con las respuestas y plegarias recitadas a la vez por todos, los distintos momentos de oración personal silenciosa en la Misa y entenderemos mejor la participación litúrgica.

  Participar es orar y recogerse en silencio unos instantes en el acto penitencial: “el sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de silencio, se lleva a cabo” (IGMR 51), y participar es orar en silencio a la invitación del sacerdote: “Oremos”. Todos en silencio se recogen en su corazón para orar personalmente a Dios; después el sacerdote extiende las manos y recita la oración colecta: “el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele llamarse “colecta” y por la cual se expresa el carácter de la celebración” (IGMR 54).

  En silencio se ora acogiendo la Palabra de Dios que se ha proclamado, especialmente el silencio después de la homilía: “Además conviene que durante la misma [liturgia de la Palabra] haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta” (IGMR 56); “es conveniente que se guarde un breve espacio de silencio después de la homilía” (IGMR 66), “para que todos mediten brevemente lo que escucharon” (IGMR 128).

  Igualmente se ora en silencio antes de la comunión, cuando el sacerdote una vez que ha fraccionado todo el Pan eucarístico reza en privado: “El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio” (IGMR 84). Después de la distribución de la sagrada comunión, participar es también orar en silencio dando gracias: “Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno” (IGMR 88).

 Recordemos que el silencio no es un vacío en la liturgia que haya que rellenar como sea, sino un ingrediente necesario para poder orar personalmente, recogerse en lo interior, formular súplicas o dar gracias:

 “Debe guardarse también, en el momento en que corresponde, como parte de la celebración, un sagrado silencio. Sin embargo, su naturaleza depende del momento en que se observa en cada celebración. Pues en el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón y oran. Ya desde antes de la celebración misma, es laudable que se guarde silencio en la iglesia, en la sacristía, en el “secretarium” y en los lugares más cercanos para que todos se dispongan devota y debidamente para la acción sagrada” (IGMR 45).

 Se ve con claridad que participar es orar, tanto en común como personalmente en la liturgia. Cuando se quiere fomentar la participación activa, interior, fructuosa, lo que debe hacerse es cuidar el sentido de orar en común con las respuestas y aclamaciones, orando lo que el sacerdote pronuncia para responder conscientemente “Amén” sabiendo qué hemos pedido y cuidar la participación será respetar sosegadamente los momentos previstos de silencio educando en la oración personal.