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14.07.22

Lo «personal» en la liturgia: reflexiones

Crismación

Siendo miembros de un pueblo santo, y formando parte de la Iglesia, sin embargo ni nos disolvemos ni quedamos difuminados y perdidos en la masa, como un número más. Se sigue cumpliendo que Cristo conoce a cada uno por su nombre y así nos llama (cf. Jn 10,3).

Lo personal e individual, lo concreto de cada alma, ni se pierde ni se esconde en la vida litúrgica, en la piedad de la Iglesia. Formando parte de la asamblea santa, un Sacramento se administra uno a uno, se recibe personalmente: “Yo te bautizo”, “Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”, “Por esta santa Unción… te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo”, y no se dice en plural o de una vez para todos: “Yo os bautizo” o “Recibid por esta señal…”, o el austero y grave rito penitencial de la ceniza, impuesta en la cabeza (o coronilla de cada cual), uno a uno, recibiendo personalmente la exhortación: “Recuerda que eres polvo…”, sin escondernos en lo genérico (“Convertíos…”, sino: “Conviértete”). Al igual la misma Comunión eucarística: no es colectiva, sino personalísima, a cada cual que se acerca al altar, uno a uno: “El Cuerpo de Cristo – Amén”, personal, intransferible.

Y, ¡qué personal es ser llamado cada uno por su nombre en el Sacramento del Orden: “Acérquense los que van a ser ordenados presbíteros” (PR 122)!, o en la profesión religiosa, o si no son muchos, la llamada personal, antes de la homilía, para el Sacramento de la Confirmación (“si es posible, cada uno de los confirmandos es llamado por su nombre…” (RC 25).

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9.07.22

Pautas para los lectores en Misa

El ministerio del lector permite que las lecturas de la Palabra de Dios se proclamen de forma audible para que llegue a todos los asistentes, y sea acogida esta Palabra con espíritu de fe y obediencia. Es necesario, pues, cuidar este ministerio y saber desempeñarlo al subir al ambón.

El lector cuando anuncia a otros la Palabra divina, con docilidad, él mismo recíbala y medítela con atención, para testimoniarla con su vida (CE 32).

En verdad no todos se sienten capacitados ni todos son aptos para este oficio litúrgico. Para realizar bien este ministerio, no basta solo buena voluntad o disponibilidad, se necesita también preparación, la cual deberá cuidarse en un doble sentido:

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6.07.22

Confesar es acusarse de los pecados y es más que una conversación o terapia

diván

La confesión sacramental es sin lugar a dudas una celebración sumamente delicada por su contenido. Es litúrgica y por lo tanto una celebración sacramental delante de Dios, el sacerdote actuando in persona Christi, con saludos y fórmulas rituales.

Por otra parte, es muy personal pues es el penitente quien debe hablar, manifestar su conciencia, realizar la acusación de los pecados de forma clara y directa, sin rodeos ni excusas, sin divagaciones innecesarias ni justificaciones. Es necesario ser claro y concreto, acusándose de todos los pecados mortales cometidos desde la última confesión, en número, género y especie.

Recordemos lo que dice el Catecismo:

“La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la Penitencia: “En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos"” (CAT 1456).

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