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27.03.17

Más sobre la Oración de los fieles (II)

En su solemnidad, ¡los bautizados oran movidos por el Espíritu intercediendo por la Iglesia, el mundo y los que sufren!, el desarrollo ritual es sencillo:

  • El sacerdote invita a todos a la oración.
  • Un diácono o un lector proponen la serie de intenciones para orar.
  • Los fieles oran respondiendo a cada intención.
  • El sacerdote concluye recitando una breve plegaria con las manos extendidas.

De nuevo la IGMR que marca la pauta (obligatoriamente) para todos:

“Dicho el Símbolo, en la sede, el sacerdote de pie y con las manos juntas, invita a los fieles a la oración universal con una breve monición. Después el cantor o el lector u otro, desde el ambón o desde otro sitio conveniente, vuelto hacia el pueblo, propone las intenciones; el pueblo, por su parte, responde suplicante. Finalmente, el sacerdote con las manos extendidas, concluye la súplica con la oración” (IGMR 138).

“Las intenciones de la oración de los fieles, después de la introducción del sacerdote, de ordinario las dice el diácono desde el ambón” (IGMR 177).

Por si fuera poco:

“Pertenece al sacerdote celebrante dirigir las preces desde la sede. Él mismo las introduce con una breve monición, en la que invita a los fieles a orar, y la termina con la oración. Las intenciones que se proponen deben ser sobrias, compuestas con sabia libertad y con pocas palabras y expresar la súplica de toda la comunidad.

Las propone el diácono, o un cantor, o un lector, o bien, uno de los fieles laicos desde el ambón o desde otro lugar conveniente.

Por su parte, el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una invocación común después de cada intención, sea orando en silencio” (IGMR 71).

Cuando se oye decir que “van a participar en la oración de los fieles”, se suele estar diciendo más bien, no que los fieles van a orar ya que esa es la participación, sino que cada intención la va a leer una persona distinta, convirtiendo este momento orante en un movimiento de personas y micrófono, pensando que eso es participar en la oración de los fieles. ¿Pero no hemos quedado en que son los fieles los que oran y así participan? Pues acabamos confundiendo los términos, dejamos de pensar en que los fieles oren y hacemos que cada intención la lea una persona distinta soñando equivocadamente que eso es participar, ¡y no lo es!
Las Orientaciones pastorales de la Comisión Episcopal de Liturgia ya advertían que “de suyo ha de ser un solo ministro el que proponga las intenciones, salvo que sea conveniente usar más de una lengua en las peticiones a causa de la composición de la asamblea. La formulación de las intenciones por varias personas que van turnándose, exagera el carácter funcional de esta parte de la Oración de los fieles y resta importancia a la súplica de la asamblea” (n. 9).

El Misal, garantizando el orden y el decoro, insiste más en la oración como tal de los fieles que en los lectores de las intenciones: un diácono, y si no lo hay, un cantor o un lector: en todo caso, una sola persona señala a todos los fieles los motivos y necesidades para que oren.

Los niños de Primera Comunión, o los jóvenes recién confirmados, o una cofradía en una Novena, por ejemplo, no participan más porque 6 lectores enuncien uno a uno las intenciones, sino que participan más cuando juntos oran a lo que un diácono o un lector les ha invitado. Y es que participar no es sinónimo de intervenir, ejerciendo un servicio o un ministerio.

21.03.17

Lo sagrado es propio de la liturgia (Sacralidad - I)

Uno de los elementos que está muy desfigurado hoy, en nuestra práctica pastoral, es la sacralidad de la liturgia, su solemnidad y sentido espiritual de estar ante Dios. Vamos a dedicar una serie de artículos a la sacralidad en la liturgia para retomar, recuperar, algo que jamás debería haber desaparecido.

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 Afirmar la sacralidad de la liturgia no es corriente hoy; más bien, concurriendo diversas causas para esto, se afirma lo contrario, desacralizándola, haciéndola vulgar y banal, de modo que no haya diferencia alguna entre la liturgia y lo profano, entre la liturgia y lo cotidiano. En gran medida, se ha relegado a Dios al segundo plano para exaltar al hombre y la comunidad, sus emociones, su subjetividad. La desacralización de la liturgia ha sido una opción querida y buscada, potenciando lo lúdico, lo festivo y lo didáctico.

La liturgia es glorificación de Dios y santificación de los hombres. En la liturgia ha de cumplirse lo que Cristo recordó a Satanás en el desierto: “Al Señor, tu Dios, adorarás, y sólo a Él darás culto” (Mt 4,10). El culto divino, la expresión humana de adoración a Dios, se realiza en la liturgia de la Iglesia.

Tampoco acaba de ser cierta la afirmación de que Cristo ha roto la separación entre lo sagrado y lo profano cuando al expirar se rasgó el velo del Templo, porque la redención aún no se ha completado y el mundo sigue siendo mundo, secular, dominado por el Príncipe de las tinieblas (cf. Jn 12,31; 2Co 4,4), el padre de la mentira (Jn 8,44), mientras que la Iglesia –y su liturgia- es el ámbito claro de lo divino, del encuentro con Dios y de su actuación salvífica. Por eso la liturgia marca un hiato, una ruptura, entre lo profano (aún por redimir) y lo sagrado, entre el mundo terreno en el que nos desenvolvemos y las realidades celestiales que pregustamos en la liturgia.

Sí, la liturgia es el ámbito de lo sagrado; más aún, la liturgia es sagrada. Una buena imagen de lo que ocurre en la sagrada liturgia y de la actitud y el comportamiento necesarios los tenemos en el episodio de Moisés ante la zarza ardiente: se le manda que se descalce y adore porque “el sitio que pisas es terreno sagrado” (Ex 3).

Cristo mismo vivió en su existencia terrena la sacralidad de la liturgia de la Antigua Alianza –salmos, oraciones, bendiciones, peregrinaciones al Templo de Jerusalén, etc-. La Cena pascual era un gran acto litúrgico, solemne y sagrado. Cualquiera que conozca el desarrolla del seder pascual ve la disposición solemne de la mesa, la mejor vajilla y copas, el ritual establecido, los salmos cantados, etc., y así Cristo celebró la Última Cena, añadiendo la Eucaristía, consagrando el pan y el vino. Esto está lejos de la consideración secularizada de que esta Última Cena fue una comida con unos colegas, informal y dramática, sino una verdadera liturgia, sagrada, ritual, de Jesucristo, el verdadero Cordero pascual.

La liturgia es glorificación de Dios, como después, la existencia cristiana entre las realidades temporales, será su prolongación, una glorificación de Dios en el mundo: “glorificad a Dios en vuestros corazones” (1P 3,15), “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva” (Rm 12,1), “servid a Cristo Señor” (Col 3,23).

Desacralizar la liturgia es desnaturalizarla, hacerla irreconocible e inservible. Al final se acaba sustituyendo a Dios por el hombre, y la glorificación de Dios por el culto al hombre y la exaltación de sus emociones, afectos, compromisos.

Muchos años llevamos ya asistiendo a esta pobreza litúrgica, cada vez más antropocéntrica y menos sagrada, cada vez más convertida en espectáculo y menos recogida, interior y espiritual. Ratzinger, atento a todas estas realidades, desgranaba sus raíces y consecuencias hace ya años:

“En los últimos quince años hemos estado demasiado condicionados por la idea de ‘desacralización’. Estuvimos bajo el impacto de las palabras de la carta a los Hebreos: ‘Cristo murió fuera de la puerta’ (13,12). Además, esto se puso en conexión con otra frase que dice que en el momento de la muerte del Señor el velo del templo se rasgó en dos. El templo, ahora, está vacío. El sacrum, la santa presencia de Dios, ya no se oculta en él; está fuera, en el exterior de la ciudad. El culto se ha trasladado desde la casa santa a la vida, pasión y muerte de Jesucristo. Él fue presencia auténtica de Dios ya durante su vida. Al rasgarse el velo del templo –habíamos pensado-, habían sido desgarrados los límites entre lo sagrado y lo profano. El culto ya no es algo separado de la vida cotidiana, sino que lo santo habita en la cotidianeidad. Lo sagrado ya no es un ámbito especial, sino que quiere estar en todas partes, se quiere realizar precisamente en el ámbito mundano. De aquí se han sacado consecuencias muy concretas, incluso para las vestiduras de los sacerdotes, para la forma del culto litúrgico y la arquitectura de iglesias. En todas partes se debían abatir los bastiones: en ningún ambiente debían ya ser distinguibles entre sí la vida y el culto…

En la medida en que el mundo no ha llegado a plenitud, permanece en él la diferencia entre lo sagrado y lo profano, pues Dios no le priva de la presencia de su santidad, pero tampoco esa santidad suya lo ha asumido todavía en su totalidad. La pasión de Jesucristo fuera de los muros de la ciudad y la ruptura del velo del templo no significan que ahora todo espacio sea templo o que absolutamente nada lo pueda ser ya. Esto solamente ocurrirá en la nueva Jerusalén…

Esto quiere decir que aquí la sacralidad es más densa y más potente, porque es más auténtica de lo que era en la Antigua Alianza… La reverencia no se ha hecho superflua, sino más exigente. Y como el hombre está formado de cuerpo y alma, y además es un ser sociable, también necesitamos siempre la expresión visible de la reverencia, las reglas de juego de su configuración colectiva, de sus signos visibles en este mundo no salvado y no-santo” (Ratzinger, J., Homilía, en Obras Completas, vol. XI, 356-357).

Nadie puede excusarse con palabras mágicas, como si fueran un talismán, para continuar desacralizando la liturgia e impidiendo el encuentro con Dios; no es “pastoral” desfigurar la liturgia, sino lo más anti-pastoral, impropio de un pastor que quiera llevar a su rebaño a los prados fértiles; no es “creatividad” reinventar la liturgia constantemente a gusto del consumidor humano, degradándola en espectáculo, sino que “creatividad” será buscar medios de evangelización para las nuevas realidades y desafíos; no es “evangelizar” hacer de la liturgia un discurso de moniciones constantes y amplias homilías con el nuevo moralismo de hoy (¡hablar de valores!) porque la liturgia evangeliza por sí misma y es distinta por completo del ámbito didáctico de la catequesis.

La liturgia, que es sagrada, tiene su propia función, su propio camino y su propia naturaleza; cuando se desacraliza, se destruye, prestando un pésimo servicio a las comunidades cristianas.

12.03.17

La bendición con la Oración "super populum"

La bendición con la Oración "super populum"

Entre los elementos que enriquecen la celebración de la Santa Misa están la bendición solemne o la oración “super populum”, con que se solemniza la bendición final de la Misa.

En la nueva edición del Misal aparece al final del formulario de la Misa diaria esta última oración “super populum”, que se realiza ad libitum, es decir, no es obligatoria, pero sí es aconsejable, porque forma parte de la más antigua tradición romana.

Sin embargo, y en general –salvadas las excepciones que sean- se realiza mal. Si nos vamos al Ordinario de la Misa encontramos cómo se realiza el rito.

Terminada la oración de postcomunión, el sacerdote saluda a fieles diciendo:

V/ El Señor esté con vosotros.

R/ Y con tu espíritu.

 El diácono (y si no lo hay, el sacerdote) indica a los fieles la postura:

 V/ Inclinaos para recibir la bendición.

Aquí todos se inclinan y permanecen inclinados hasta terminar la bendición, porque la bendición es gracia del Señor y la recibimos humildemente, como un don.

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7.03.17

La Oración de los fieles (I)

John Nava - Catedral de los Ángeles

Me parece necesario escribir sobre la Oración de los fieles, llamada también Oración universal. Las confusiones son tales, y los abusos tan llamativos, que hay que iluminar y poner orden: basta comprobar, por ejemplo, la mala realización de esta Oración de los fieles en una novena, en una Confirmación, en unas Primeras comuniones o en cualquier Misa que tenga carácter especial.

 La Oración de los fieles es la intercesión que hacen los bautizados (los fieles cristianos), a propuesta del diácono que indica la intención por la que orar. Es decir, el diácono señala el motivo de oración a todos los presentes y entonces los fieles oran juntos por esa intención: “Señor, escucha y ten piedad”, “Te rogamos, óyenos”, “Escúchanos, Señor”, “Kyrie, éleison”. Esto es oración de los fieles porque, en primer lugar, la hacen todos los fieles (no un lector) y, en segundo lugar, porque se dirigen directamente a Dios. Esa respuesta de todos es la verdadera Oración de los fieles.

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3.03.17

¡Estrenamos Misal!

Nuevo misal romano

Una presentación sintética puede servirnos de ayuda para captar qué es el Misal romano, qué significa una nueva edición y cuál son sus principales cambios. Conocerlo será mejor nuestra vivencia y participación en la santa Eucaristía… porque lo vamos a estrenar este I Domingo de Cuaresma y es obligatorio para todas las iglesias, parroquias, monasterios, conventos… en España.

¿Qué es el Misal?

* El Misal es el libro que contiene los textos y oraciones para celebrar la Santa Misa, el libro del altar. En sus primeras páginas ofrece toda la normativa y explicaciones de cómo se ha de celebrar paso a paso (se llama “Ordenación General del Misal Romano”).

* Aunque sea el libro del altar, no es el libro del sacerdote y para el sacerdote; porque la Eucaristía es sacramento de la Iglesia a todos nos incumbe.

* El Misal busca la participación plena, consciente, interior, fructuosa de todos: que vivamos más y mejor la Santa Misa tomando parte de ella y ofreciéndonos con Cristo al Padre.

* El Misal es de toda la Iglesia y para todos los fieles también; el mejor libro para orar. El Misal nos enseña a orar y cómo ora y celebra la Iglesia. Sirve por tanto para la oración personal y para prepararnos a la Misa.

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