Nuestra Señora de Fátima
La conmemoración de Nuestra Señora de Fátima supone para nosotros una invitación, una llamada, a la penitencia; es decir, a la fe y a la conversión.
Solo así – respondiendo a esa llamada - podremos vivir la verdadera devoción a María, que hizo siempre la voluntad de Dios, pues la devoción a la Virgen consiste fundamentalmente en la imitación de sus virtudes.
La conversión y la obediencia a la voluntad divina son una fuerza poderosa que neutraliza el mal en el mundo. María ejemplifica de modo singular la lucha contra el mal. La Virgen, escribe el beato Juan Pablo II, es “más fuerte que toda experiencia del mal y del pecado” y por eso se convierte en “señal de esperanza segura” (“Redemptoris Mater” 11).
La fuerza del mal se desató el 13 de mayo de 1981 – hace ahora treinta años – contra “un obispo vestido de blanco” – como decía la tercera parte del secreto de Fátima, redactada por sor Lucía en Tui el 3 de enero de 1944 -, contra el papa Juan Pablo II. La intervención de María desvió las balas que eran ciertamente mortales.
Al camino de los pecadores, que desemboca en la condenación eterna, María contrapone el camino de la salvación. También nosotros podemos avanzar por este segundo camino con la ayuda de la oración (el Rosario), con la consagración a su Corazón Inmaculado y con la Comunión eucarística reparadora.