¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!
El pueblo español es sufrido. Aguanta lo que otros jamás soportarían. Pero el español furioso es muy peligroso. Se ha demostrado repetidas veces a lo largo de la Historia: desde la Reconquista contra la secta mahometana hasta la Guerra de la Independencia contra los gabachos, a los que echamos de aquí a palos. España fue la tumba de Napoleón y se tuvieron que marchar con el rabo entre las piernas. Ellos siguen orgullosos de Napoleón; nosotros, de Agustina de Aragón y de Palafox. Y luego vinieron tres guerras sangrientas entre los defensores de la Tradición, de la Religión y del único Dios verdadero, frente a los liberales enemigos de Cristo. Se perdieron las guerras carlistas, pero no se perdió la causa ni se perderá nunca.
Este pueblo español, tranquilo y bueno, amigo de la fiesta, de la familia y de los bares, puede convertirse de la noche a la mañana en una turba salvaje sedienta de sangre. Pasó en los preámbulos de la Guerra Civil: ¿cuántos conventos e iglesias quemaron los rojos antes del levantamiento? ¿Cuántos mártires asesinaron y torturaron los que ahora tratan de avasallarnos con sus leyes de memoria democrática?