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23.08.23

Zombis

Cuando esto escribo, celebramos la fiesta del Inmaculado Corazón de María: el corazón santo y puro de nuestra reina del cielo, que tanto nos ama.

Hace unos días en la homilía de la misa de la Asunción de la Virgen, el sacerdote se encargó de recalcar y subrayar que María era una mujer como cualquier otra y que no había tenido ningún privilegio por parte de Dios. Que la Virgen María haya sido asunta al cielo en cuerpo y alma por el poder de Dios se ve que es muy natural. Que la Virgen María fuera concebida sin pecado original tampoco debe de ser ningún privilegio de Dios. Que María, la Purísima, se mantuviera virgen antes, durante y después del parto también es algo normal y corriente: sobre todo para quienes no tienen la fe de la Iglesia. Así que permítanme que, a modo de humilde reparación, le dedique este artículo a mi Madre del Cielo.

El naturalismo es uno de los vicios de los herejes modernistas.

¿En qué consiste?

Pues en que no hay nada sobrenatural: solo existe lo puramente natural (de ahí lo de «naturalismo»): lo que podemos ver y tocar o lo que la ciencia nos dice que es verdad. Como no creen en el Dios de la Revelación, no creen en ningún más allá ni en nada sobrenatural: no hay cielo ni infierno ni milagros. Por eso, la religión del Anticristo es puramente horizontal, terrenal. Solo les queda la vida en este mundo: no hay esperanza en la vida eterna. De ahí su preocupación enfermiza por la «casa común», por el calentamiento global, por la subida del nivel del mar y la pérdida de biodiversidad. Cuando hablan de salvación, se refieren a la salvación del planeta, de la especie humana en él o del bienestar puramente material… nada de salvación del alma o vida eterna. No se dan cuenta, porque no creen, de que el presente y el futuro del Planeta están en manos del Creador, que Dios gobierna el mundo y el universo con su divina providencia. No es el ser humano quien manda sobre el planeta, sino Dios. Y si Dios quisiera que la casa común y el planeta se fueran al carajo ahora mismo, nadie podría evitar que la voluntad de Dios se cumpliera. Y si Dios quisiera aniquilar al ser humano, lo haría sin esfuerzo alguno y no quedaría de nosotros ni rastro.

Y los herejes, como no creen en el cielo ni en el infierno ni en la vida más allá de este mundo, se obsesionan con esta vida y este planeta, en vez de preocuparse por la salvación de sus almas y por la vida eterna. No se dan cuenta de que en este mundo estamos de paso, como peregrinos que caminan hacia la Patria Celestial; que en este mundo somos extranjeros y que todos los placeres de esta vida son pura vanidad. Los hombres de esta generación perversa e impía se olvidan de que nuestra vida terrenal es pasajera y fugaz. Eso lo sabían ya en la antigüedad. Pero ahora los modernos se olvidaron y dieron la espalda a la sabiduría secular de nuestros padres: despreciaron la herencia de los antepasados y las tradiciones para agarrarse a una especie de adanismo en el que pareciera que la vida en el planeta empezó con esta generación degenerada, depravada y decadente. Por ser más modernos, se creen más sabios que Aristóteles, Santo Tomás de Aquino o San Agustín. La soberbia ha condenado a los sindiós a la ignorancia porque han renunciado a la Verdad y a la Sabiduría, que son nombres y atributos de Dios.

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