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31.07.22

Felicidad y Bien Común

Todos queremos ser felices. Todos queremos vivir en paz. Todos ansiamos un mundo donde reine la justicia, sin guerras, sin corrupción, sin violaciones; sin violencia contra las mujeres ni contra los niños ni contra nadie. Todos queremos vivir en un mundo donde todos podamos vivir como hermanos, donde no hay ricos ni pobres.

Y sin embargo, el mundo sigue lleno de maldad. Sabemos que matar inocentes está mal, pero seguimos haciéndolo. Sabemos que la guerra es una barbaridad, pero sigue habiendo guerras mortíferas y salvajes. Sabemos que pegar o matar a las mujeres es una canallada y una cobardía descomunal, pero no hay día que no nos enteremos de alguna mujer asesinada por sus maridos o parejas. Sabemos que violar es un crimen atroz (¿quién no lo sabe?), pero siguen violando a mujeres y niñas, los muy hijos de puta. Robar está mal y todo el mundo lo sabe; pero sigue habiendo corrupción por todas partes. Y viene un gobierno a combatir la corrupción del anterior y acaba resultando que el nuevo gobierno todavía roba más. Y así sucesivamente. El pecado llena el mundo de tinieblas.

Señala con acierto Benedicto XVI que «existe una contradicción en nosotros mismos. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo». Esa realidad empírica que cualquiera puede ver es el pecado original.

Y sigue el Papa Benedicto XVI en su Discurso:

San Pablo en su carta a los Romanos expresó esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: “Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre cómo en torno a nosotros prevalece esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo vemos cada día: es un hecho.

Y concluye el Papa afirmando que «el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable». Y ciertamente, lo es.

Por el pecado original, las tinieblas se difundieron en la mente y la voluntad quedó inclinada al mal. La doctrina católica enseña que el pecado dejó estas dos consecuencias en los hijos de Adán: la ausencia de la gracia santificante y el estado de debilidad de la misma naturaleza humana.

Incluso la naturaleza quedó afectada por el pecado de Adán: las espinas y los abrojos forman parte de la maldición de Dios.

«Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: “No comas de él,” por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que polvo eres y al polvo volverás.»

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