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31.03.19

¡Dios mío! ¡Cuánto dolor!

Hoy se nos ha ido un niña con tan solo cuatro meses. Se llamaba María del Mar, como su madre. Era una niña preciosa. Sus padres la querían con locura. Y ha fallecido, probablemente de muerte súbita. De repente.

María del Mar y Dani, sus padres, están destrozados por el dolor. Y cuantos los conocemos y los queremos, también.

Seguro que esa niña ya está en el cielo, en los brazos amorosos de María Satísima, que la cuidará y la mimará. Dios, que es un Padre bueno, la colmará de ternura.

Pero no hay dolor más grande que perder a un hijo. Esa niña no era hija mía ni pariente. Pero era también un poco mía. Y era un poco de todo el Colegio. Era una de nuestras niñas: era de nuestra familia. Y el Señor se la ha llevado. Seguro que Él tendrá sus motivos y seguro que será para bien de todos, aunque ahora no entendamos nada y el dolor y el sufrimiento nos encoja el corazón.

Ahora solo podemos compartir el dolor de esos padres, llorar con quienes lloran. Y rezar por ellos.

Pero solo rezar no es bastante. María del Mar y Dani tienen otros tres hijos: Dani, Juan Antonio y Cristiano. Esos tres niños vienen a nuestro colegio. Y también son nuestros niños.

Y no hay derecho. La vida se ceba con los más pobres… Esta familia malvive en una casa infrahumana. No tienen trabajo ni el padre ni la madre. Viven de las ayudas de unos y de otros. Pero eso no es vida. Todo el mundo tiene derecho a vivir con dignidad, a tener un trabajo, una casa decente… Esta familia se merece una oportunidad, se merce que alguien les ofrezca un trabajo. Dani y María de Mar se merecen ser tratados con respeto. Y sus hijos se merecen una vida digna y crecer sanos y formarse y crecer y madurar. Y ser felices. Que en la civilizada Europa, que en la España del Estado del Bienestar, haya familias que tengan que vivir así, en la miseria, es para que se nos caiga la cara de vergüenza a todos. A mí, por lo menos, se me cae.

Y no, María del Mar y Dani no son perfectos, no son santos. Yo, tampoco. Ni usted, que me está leyendo ahora. Pero ellos no han tenido ninguna oportunidad. Ninguna. No es cristiano consentir que una familia viva en las condiciones en las que viven esos padres con sus tres hijos. Y si nadie hace nada, tendremos que hacerlo nosotros. No vale mirar hacia otro lado. No vale juzgar ni condenar. No vale. La vida de esa familia también es responsabilidad nuestra, porque esos padres son nuestros hermanos. Y sus hijos son nuestros hijos. Y nosotros no somos mejores que ellos. Y, si no, el que esté libre de pecado, que les tire la primera piedra. Aunque de pedradas ya van bien servidos…

María del Mar, con cuatro meses, ya se ha ido al cielo. Que su partida a la casa del Padre nos mueva el corazón para que sus padres y sus hermano puedan tener una vida mejor. Y Dios nos perdone a todos.