Católicos de granja: Las élites catalanas y su descatolización
Hubo un tiempo en que las élites catalanas (léase: nobleza y burguesía) eran católicas de tradición y convicción. Las grandes familias tenían sus capellanes y oratorios privados (de éstos se ven todavía algunos de valor artístico en las masías). Enviaban a sus hijos a educarse en los colegios (en régimen de internado o externado) de las grandes órdenes y congregaciones religiosas de enseñanza, entre las cuales destacaban: los jesuitas, los escolapios, los lasalianos y los maristas para los muchachos, y las religiosas de la Compañía de María, las dominicas de la Enseñanza, las adoratrices y otras de fundación francesa. Frecuentaban la amistad de prelados y de religiosos ilustres y tenían conexiones estrechas con los principales centros monásticos catalanes (Montserrat, Poblet, Pedralbes). Pertenecían a asociaciones y círculos católicos y se asesoraban y hacían dirigir por sacerdotes y religiosos de prestigio. Eran benefactoras de instituciones, promovían obras de caridad, establecían fundaciones piadosas.

Jesús ya reprochó a sus discípulos su poca fe. En el Evangelio encontramos dos pasajes. En el primero les increpa por haberse desesperado al pensar que se hundía la barca en la que iban en medio de una tempestad, diciéndoles: “Quid timidi estis, modicae fidei?” (¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?). En el segundo se dirige particularmente a san Pedro, que se hundía después de caminar un trecho sobre la superficie del mar: “Modicae fidei, quare dubistasti?” (¿Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?). Las circunstancias de ambos episodios son las mismas: el mar, la barca, los elementos. El símbolo es claro: la Iglesia (la barca) está en medio de las gentes (el mar) y debe enfrentarse al ataque de sus enemigos (los elementos). ¿Qué es lo que mantiene a salvo a los discípulos? El poder de Jesucristo. ¿Qué es lo que sostiene a los hombres de Iglesia en medio de los avatares por los que ésta ha de atravesar? La fe en Jesucristo. No poca sino mucha, una fe inquebrantable y a toda prueba, una fe capaz de mover las montañas.
Como se sabe, el pasado 3 de junio dio Su Eminencia Reverendísima el Sr. cardenal Martínez Sistach un decreto nombrando canónigos del capítulo catedral a cuatro sacerdotes de la archidiócesis: los reverendos Mn. Sergi Gordo Rodríguez, Mn. Josep Serra Colomer, Mn. Josep M. Turull Garriga i Mn. Josep Vives Trabal. Ya se ha tratado en las páginas virtuales de Germinans sobre este asunto, poniendo en claro cómo estas designaciones del Cardenal-Arzobispo no son sino un blindaje ofrecido a sus incondicionales para los tiempos –que llegarán– de las vacas flacas, es decir para cuando un nuevo prelado ocupe el trono de San Severo (cosa que sucederá en unos tres años, Dios mediante).
Los años Sesenta entre ilusión y desengaño
El 19 de junio pasado moría en su amada India Vicente Ferrer, un buen hombre, un varón justo para utilizar el lenguaje de la Biblia. A sus 89 años podía mirar con satisfacción hacia atrás y ver que el surco que había labrado medio siglo antes se había convertido en una obra floreciente y consolidada, que está considerada como uno de los mejores ejemplos de organización y eficacia. Quien entre en la página web de la fundación Vicente Ferrer se percatará de su envergadura.