La mariposa que no podía volar

“Podemos pagar un préstamo de oro, pero siempre estaremos en deuda con los que han sido amables con nosotros”(Proverbio malayo)

Mientras termino de pulir mi próximo artículo os quiero contar una historia. La historia de una mariposa que no se creía capaz de volar como las demás. Pero, y gracias a las palabras de un sapo que pretendía “merendársela”, como dicen ahora los jóvenes, encontró el valor que necesitaba para que las dificultades de la vida no le impidieran vivirla.

Aquella mariposa era como todas las mariposas. Tenía un cuerpo largo y esbelto. Sus antenitas se movían de un lado hacia otro nerviosamente. Sus alas poseían hermosos colores: verde, azul, amarillo, naranja y rojo. Tenían un polvito dorado que las hacía brillar intensamente cuando las tocaba un rayo de sol.

A simple vista, nada la diferenciaba de las demás y sin embargo, era diferente: No podía volar..
.

Cuando salieron del capullo, luego de un arduo esfuerzo, las mariposas empezaron a revolotear de un lado a otro, embriagadas por ese aire tibio que las rodeaba, ebrias de felicidad.

Ella no, se quedó en tierra, con las alas bajas, mirándolas. Todo su ser pedía elevarse e ir con sus hermanas. Pero no podía… Un peso enorme la ataba al suelo y le impedía remontarse.

Un dolor sordo le cerraba el pecho y casi no podía respirar. Quería volar pero sabía que no le era posible. Sus alas pendían a sus costados como adornos bonitos, más inútiles.

Lágrimas de frustración se deslizaban por sus mejillas, caían sobre sus alas y las hacían brillar más aún.

Una mariposa se acercó, dichosa de vivir y le dijo entusiasmada:

- Ven con nosotras. ¡Esto es bellísimo!

- No quiero. Prefiero mirar. Así me divierto…

La mariposa la miró con curiosidad pero sus otras compañeras la llamaron y voló graciosamente, hacia ellas.

¡Qué largo es el tiempo cuando hay sufrimiento! Le parecía que los minutos eran horas y que estaba detenida en el tiempo.

No se dio cuenta que un sapo verde y feo se iba acercando con la evidente intención de cenar. Cuando lo vio ya lo tenía al lado, pegado a ella. Se sentía tan sola que agradeció la compañía y sin darse cuenta, sonrió.

El sapo que ya tenía la lengua extendida, se quedó tan sorprendido que cerró la boca, guardando su larga lengua.

Ella lo miró y no vio su enorme cuerpo cubierto de manchas y verrugas, sólo vio a un ser que rompía su soledad.

- Señor – le dijo – con voz temblorosa - ¿Usted también está solo?

El sapo la miró sin comprender. Vio las lágrimas que pendían de sus alas y notó su tristeza.

- Paseaba por ahí y te vi – dijo con voz insegura. Se aclaró la garganta.

- Mis hermanas andan por ahí, volando por primera vez.

- ¿Y por qué no estás con ellas?

- Yo no puedo volar. Quiero… pero no puedo… No soy capaz.

- ¿Por qué?

- No lo sé…

- Tienes miedo. El miedo te paraliza. No crees en tus propias fuerzas y si no lo intentas nunca sabrás si eres capaz.

- ¿Y si no puedo?

- Si no puedes, no puedes. – Contestó el sapo con malhumor. – Pero a mí me gustaría saberlo.

- Espere.

La mariposa se puso de pie, extendió las alas, las agitó y su cuerpo se elevó a lo alto.

¡Qué placer! ¡Podía volar! El cielo se extendía y era suyo. La alegría la embargaba. Era feliz. Lo saludó con una graciosa reverencia y le gritó:

- ¡Gracias!

El sapo la miró hasta que desapareció y luego siguió su camino. Sentía algo extraño en el pecho. Un calorcito desconocido pero también le dolía el estómago de hambre.

- Espero que si encuentro algo para comer, no me hable.

No encontró nada, ni un insecto… con hambre y resignación se durmió.

Esa noche soñó con hadas y mariposas, con bosques maravillosos… y fue feliz…

¿La mariposa? La mariposa se llevó algunos árboles por delante y se dio varios golpes pero no importa. Son los golpes de la vida vivida…

3 comentarios

  
Juanjo Romero
Gracias, Reme,....refrescante

25/03/09 7:29 PM
  
Ana
Convertir las cosas negativas etc en oportunidades.
26/03/09 5:32 PM
  
María Lourdes
Muchas gracias. Les contaré este relato a mis hijos.
27/03/09 12:49 PM

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