La más bella palabra en labios de una persona es la palabra madre, y la llamada más dulce: madre mía. Khalil Gibran
Hace pocos días, ante la inesperada muerte de su madre, el cantante Alejandro Sanz escribió en Twitter: “No dejen que el tiempo decida. No dejen que les gane. Llamen a sus madres ahora mismo para decirles que son lo más importante de su vida”.
Y no sé cómo ni sé qué motivo me llevó a ello recordé estas palabras que nos dirigió Juan Pablo II: “El mes de mayo nos estimula a pensar y a hablar de modo particular de Ella… y a abrir nuestros corazones de manera singular a María. La Iglesia con su antífona pascual “Regina caeli”, habla a la Madre, a la que tuvo la fortuna de llevar en su seno, bajo su corazón, y después en sus brazos, al Hijo de Dios y Salvador nuestro”. (Juan Pablo II, Audiencia General, 2 de mayo de 1979)
Tal vez porque entramos en el mes de mayo, mes dedicado a María, estas palabras adquieren mayor relevancia para las mujeres que somos madres: Honrar a María, Madre de Dios, rezarla con gran confianza e imitar sus virtudes se convierte en un gran privilegio a la vez que en un gran reto diario. Si, han leído bien, reto. “La virgen María ha sido propuesta siempre por la iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el ambiente socio-cultural en que se desarrolló, sino porque en sus condiciones concretas de vida ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios; porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio, es decir, porque fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente” (Marialis cultus 35).
Es más, pensar en María como modelo de mujer, profundizar en su vida y descubrir – como nos recordaba Juan Pablo II -, que “la mujer se encuentra en el corazón mismo del acontecimiento salvífico” no es algo baladí.
“La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios”. (María, Madre de Dios. Catequesis de Juan Pablo II 27-XI-96)
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