5.11.09

El Infierno (I)

En la Constitución Lumen gentium, el Vaticano II recuerda, con palabras de la Sagrada Escritura, el fin al que estamos encaminados: «Somos llamados hijo de Dios y lo somos de verdad (cf 1 Jn 3,1); pero todavía no hemos sido manifestados con Cristo en aquella gloria (cf. Col 3,4), en la que seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es (cf. 1 Jn 3,2)» (1)

El Concilio también advierte el gran riesgo que corre el hombre si usa mal la libertad: «Y como no sabemos ni el día ni la hora, por aviso del Señor, debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Heb 9,27), si queremos entrar con Él a las nupcias merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt 25, 31-46); no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt 25,26), seamos arrojados a l fuego eterno (cf. Mt 25,41), a las tinieblas exteriores en donde «habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13-25)».

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4.11.09

Y encima, regodeo

La Consejera de Educación de la Junta de Andalucía, Mar Moreno ha declarado que:

«En la mayoría de los colegios andaluces no hay símbolos religiosos desde hace años»

La consejera de Educación, Mar Moreno, ha dicho hoy que la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra los crucifijos en las aulas “avala” la posición que mantiene “desde hace muchos años” la Junta en este aspecto, que consiste en situar las creencias religiosas en el ámbito privado.

Tras presentar un documento para la organización de los centros educativos, la consejera dijo a preguntas de los periodistas que “en la inmensa mayoría” de los centros de enseñanza andaluces no existen símbolos religiosos desde hace años.
Ha resaltado que la Junta da “autonomía” a los centros y a los padres en este ámbito, y ha añadido que si algún padre presenta una queja por la presencia de símbolos religiosos, se retiran, aunque ha repetido que “la casuística es mínima” en Andalucía y que además no es un debate que esté en el “día a día” de las aulas.

La sentencia del Tribunal Europeo considera la exhibición de crucifijos en las aulas “contraria” al derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus creencias y al de libertad de religión de los alumnos.


Fuente: ABC de Sevilla.

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3.11.09

2.11.09

La muerte, el alma y la resurrección de los muertos (y IV)

El juicio particular.

A la muerte se sigue inmediatamente el juicio particular. En substancia consiste en la apreciación de los méritos y deméritos contraídos durante la vida terrestre, en virtud de los cuales el supremo Juez pronuncia la sentencia que decide de nuestros destinos eternos. (1)

Así, el alma al separarse del cuerpo es inmediatamente juzgada por Dios. Contra esta verdad, han surgido numerosos errores y herejías, como la de los gnósticos, los maniqueos, nestorianos, anabaptistas, socinianos y arminianos entre otros. También compartieron este error Lutero y Calvino.

El diálogo entre el Señor y Dimas arroja una luz abundante en varias cuestiones, entre las que se encuentra el juicio que ocurrirá entre nuestra vida actual y el premio o condenación del más allá:

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1.11.09

La muerte, el alma y la resurrección de los muertos (III)

En el Magisterio de la Iglesia.

Se puede decir que en la Iglesia antigua no hay un pronunciamiento doctrinal sobre la inmortalidad del alma. Esto, que podría parecer extraño, es algo natural ya que teniendo en cuenta el humus judío del cristianismo, es indudable que los muertos no se disuelven en la nada, sino que esperan la muerte en el hades de un modo en relación con la vida que llevaron.

En Oriente, la situación de los difuntos sigue siendo una situación intermedia, sufriendo la impronta judía en la fe un desplazamiento, sin que se suprima de algún modo. En Occidente, por otro lado, no se habla de resurrección de los muertos, sino de resurrección de la carne, debido a que se sigue con la terminología judía, donde «toda carne» (Sal 136,25; Jr 25,31; Sal 65,3) se refiere a toda la humanidad, aunque también quiere decir que sigue fiel al influjo a la teología de San Juan, como se refleja en San Justino Mártir y en San Ireneo de Lyon. No se piensa principalmente en la corporeidad, sino en la universalidad de la esperanza de la resurrección, pero incluyendo el todo, es decir, la criatura llamada «carne», en contraposición a Dios (1).

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