¿Qué pasa con nuestros hijos? (III)

3º.- La economía.

La economía es otro de los factores que más han influido en nuestras costumbres de manera que su importancia es crucial en la disolución moral de la sociedad y en la pérdida del sentido de la familia y el matrimonio.

La reducción de costes que imprime el propio sistema liberal en sus múltiples variantes desestructura la familia desde el punto y hora de que la mujer se incorpora al mercado laboral, con la bajada de salarios subsiguientes por el exceso de oferta de mano de obra. La misión que antes realizaba la esposa en el hogar, como el cuidado y la educación de los hijos, no ha sido sustituida por el varón o por la mutua ayuda de los esposos, sino que, por el contrario, sencillamente se ha confiado a los niños bien a terceras personas, bien directamente al Estado, olvidando que sobre los niños los padres tienen deberes insoslayables.

Sin perder el punto de vista histórico, uno de los problemas fundamentales del liberalismo capitalista – quiero diferenciarlo del libre mercado, al tener fundamentos distintos – se encuentra en que el mismo es fuente de injusticias.

La injusticia como tal no sólo proviene de las personas, sino también de las instituciones.

En síntesis podemos decir que en el sistema institucionalizado nos encontramos con distintas fuentes de injusticias:

- La desigualdad existente en la relación entre los que tienen capital y los que no lo tienen, desigualdad que se muestra claramente cuando cualquier persona afronta su entrada en el mercado laboral. El origen de esta injusticia se encuentra en la apropiación inicial de capital, la cual, muchas veces se hizo a la fuerza o mediante fraude.

- De lo anterior se deduce una dependencia unilateral del trabajo con respecto al capital – exceptuando las huelgas -. A medida que el empleo de capital se vuelve más efectivo, más se transforma el trabajo en un medio de los objetivos del capital.

- Las relaciones son impersonales, por lo que no cabe el concepto de salario justo o precio justo. No es raro encontrarnos con que un trabajo bien hecho, es merecedor de un despido.

- El trabajo entendido como aportación al bien común de la sociedad se hace de esta manera ininteligible para el asalariado, ya que entre otras cosas, para la sociedad no existe ningún bien común: hay multitud de intereses diferentes y enfrentados entre sí.

- Aunque para el capital es conveniente que el nivel de vida aumente para un mayor número de personas que el que no lo haga, esto no quita la injusticia que existe entre las relaciones entre el capital y el trabajo.

- Unas relaciones justas entre personas y grupos implican que los mismos puedan acordar libremente dichos términos: esto es crucial para un mercado libre. En nuestro sistema económico es dudoso que esto se dé.

- El nivel de prosperidad alcanzado es ficticio desde el momento en el que se educa a los individuos y a los grupos a creer que aquello a lo que deben aspirar y esperar no es cualquier cosa que se les ocurra desear: el triunfo de la vida consiste en la adquisición de bienes de consumo, justamente lo que los teólogos medievales consideraron el vicio contrapuesto a la virtud de la justica, la pleonexia.

Es decir, la injustica no sólo es generada por los mismos hombres, sino por el mismo sistema. Las consecuencias son terribles, como se puede comprobar en:

- La incorporación de la mujer al mercado laboral impulsado tanto por el propio sistema y su necesidad de bajar costes, como por las necesidades familiares: la mujer se ve como profesional, y no como esposa y madre, sostenedora del núcleo familiar.

- De esta manera, la familia queda subordinada al desarrollo profesional.

- La moral se sujeta al mercado, de manera que hasta el sexo se considera un producto, fomentando la pornografía y la prostitución.

- Despersonalización del ser humano al someterlo al capital y a la producción.

4º.- Los medios de comunicación.

Los medios de comunicación son, en la actualidad, uno de las armas más potentes para desarmar la moral social, por la capacidad que poseen de imponer una ideología, que al fin y a la postre responde al interés del mercado. Así, en una sociedad hipergonadizada no es raro encontrarse con series televisivas que fomentan la promiscuidad entre los adolescentes o anuncios de preservativos a horas en la que los niños están en casa.

Los niños reciben de la televisión no sólo información, sino una jerarquía de bienes.

Cuando el único mensaje que recibe un adolescente es que hay que mantener relaciones sexuales a edad temnprana, cuando los modelos a imitar son los de las series que muestran la promiscuidad como una virtud, no es raro que cuando esta realidad no se corresponda con lo que se les ofrece, los jóvenes acaben forzándola hasta subyugarla a sus pretensiones.

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