Las tres moradas del contemplativo
La celda ínfima: el corazón.
Para comprender mejor esto, debemos distinguir tres moradas en el hombre. Hay que mantenerlas y adornarlas con triple unidad, si queremos preparar en ellas vivienda para Dios. La mansión ínfima está en el corazón, que es origen, principio y raíz de toda vida sensitiva del hombre. Todos los sentidos externos e internos (mediante los cuales el alma se une al cuerpo para darle vida y sensibilidad) se reúnen y estrechan en el corazón como en su origen. En este punto debe haber descanso, paz y unidad de las potencias sensitivas. Esto será posible tan sólo mediante la adquisición de las virtudes morales; con ellas el hombre aprende a morir a todas las pasiones naturales, aficiones y deseos desordenados. Los filósofos paganos hacían muchos esfuerzos para alcanzar constante estabilidad, sosiego, unidad, paz y libertad del corazón. Con ello querían conseguir la verdad sabiduría.
Nosotros, por consiguiente, necesitamos poner asimismo empeño en adquirir las virtudes morales propias de la vida activa, para vivir con tranquilidad y paz en la mansión del corazón. Se impone, pues, la mortificación de las potencias sensitivas, si queremos preparar tálamo conveniente donde descanse el Señor.