29.12.10

El signo de la Iglesia es siempre el signo de la sangre

Mi pueblo ha estado siete años privado de mi presencia,
siete años de miseria y dolor.
Siete años he mendigado la caridad extranjera,
languideciendo en el Continente. Siete años no es un breve periodo.
Jamás podré recuperar esos años.
Jamás, no os quepa duda,
se extenderá el mar entre el pastor y el rebaño.

No soy yo quien insulta al rey.
Alguien está más alto que yo o el rey.
No es Becket de Cheapside,
no soy yo, Becket, contra quien lucháis.
No es Becket quien pronuncia el anatema,
Sino la ley de la Iglesia de Cristo, el juicio de Roma.

Me creéis temerario, desesperado y loco.
Razonáis según los resultados, como hace el mundo
para afirmar si tal acción es buena o mala.
Pero diferís el hecho. Para cada vida y cada acto
se puede mostrar la consecuencia de lo bueno y lo malo,
y con el tiempo se mezclan los efectos de distintas acciones.
También de igual forma se confunden al fin lo bueno y lo malo.
No es el tiempo en que será conocida mi muerte.
Fuera del tiempo ha sido tomada mi decisión,
si llamáis decisión
a lo que todo mi ser da completo consentimiento.
Entrego mi vida
a la Ley de mi Dios, por encima de la Ley del Hombre.
¡Desatrancad la puerta! ¡Desatrancad la puerta!
No estamos aquí para triunfar con la lucha, la estratagema o la resistencia.
Ni luchar con bestias, como hombres. Con la bestia luchamos ya
y fue conquistada. Sólo podemos conquistar
ahora con el sufrimiento. Es la victoria más fácil.
Ahora es cuando llega el triunfo de la Cruz. Ahora
abrid la puerta. ¡Lo mando! ¡ABRID LA PUERTA!

Aquí estoy.
No soy traidor al rey. Soy sacerdote.
Un cristiano salvado por la sangre de Cristo,
dispuesto a sufrir con mi sangre.
El signo de la Iglesia es siempre
el signo de la sangre. Sangre por sangre.
Su sangre fue dada para rescatar mi vida,
mi sangre es dada en pago de su muerte.
Mi muerte por su muerte.

Por mi Señor estoy dispuesto ahora a morir,
Para que su Iglesia tenga paz y libertad.

T.S. Eliot. Asesinato en la Catedra. Ed. Encuentro.

Hoy es la festividad de Santo Tomás Becket.

Oremos por nuestros obispos para que, siguiendo el ejemplo de Santo Tomás, sean testigos de Cristo.

Antes: Rorate Caeli

28.12.10

Los Santos Inocentes, mártires

¡Oh Dios!, cuyo testimonio dieron en este día los Inocentes Mártires, no hablando sino muriendo, mortifica en nosotros todas las malas pasiones, para que profesemos con nuestras costumbres la fe que confiesa nuestra lengua.

Así dice la oración colecta de la Misa del día de los Santos Inocentes, mártires.

La matanza de los niños de Belén por el rey Herodes es un testimonio de la realeza de Cristo. A este Dios – Rey, confiesan los inocentes de Belén con su muerte, no con su lengua, porque «eran de dos años para abajo», sino con su muerte.

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27.12.10

¿Fin de la comunión en la mano?


En la pasada celebración de la Misa del Gallo por el Romano Pontífice ocurrió, durante la administración de la Sagrada Comunión, un hecho que me llamó poderosamente la atención. Los que fueron a recibir la comunión del Papa, lo hicieron de rodillas, como es habitual. Hubo un momento especialmente emotivo, cuando una persona de edad provecta, que se desplazaba ayudado de un bastón se arrodilló para recibir al Señor, siendo auxiliado para recobrar la posición vertical: cuando se quiere, se puede.

Esta imagen, contrasta con la cantidad de reumáticos que tenemos en España – aunque supongo que pasará igual en otros lugares -, que impide a tantas y tantas personas arrodillarse durante la Consagración.

De escuchar el canon de rodillas, ni hablamos. Tantos años hollando la liturgia, tiene sus consecuencias, ¡ay!

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24.12.10

23.12.10

Un pequeño paraíso en la tierra

Esta frase, que me sirve para titular el artículo de hoy, es la que cierra el artículo de D. Alex Rosal sobre las monjas de Lerma, en las que no habiendo recibido revelación divina al respecto, nos atrevemos a hacernos preguntas sobre el hecho en cuestión. Yo soy uno de esos agoreros de turno, un profeta de desventura de los que ven problemas por todas partes

Sin embargo hay una cosa de la que estoy seguro: que ni soy profeta ni hijo de profeta, sino boyero y cultivador de sicomoros. Por eso no me dejo asombrar por la fuerza del número – aunque sean ciento ochenta y una las vocaciones -. La orden de las clarisas ha sido probada por la Iglesia y por el tiempo. Sus santos están ahí. Los entusiasmos, pues, hay que dejarlos aparte.

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