InfoCatólica / Fides et Ratio / Archivos para: Noviembre 2009

9.11.09

El purgatorio (I)

La doctrina católica sobre el purgatorio se concretó eclesiásticamente en los dos concilios medievales donde se intentó la reconciliación con las iglesias orientales. De nuevo se formuló en Trento, al rechazar las tesis de los protestantes.

En el Nuevo Testamento no se desarrolló totalmente la cuestión de la «situación intermedia» entre la muerte y la resurrección, sino que la dejó abierta, situación que se aclaró poco a poco con el desarrollo de la antropología cristiana y su relación con la cristología. Como se ha visto más arriba, la decisión tomada en la vida se cierra de modo definitivo con la muerte, pero eso no implica necesariamente que el destino definitivo se alcance en ese momento. Puede ser que la decisión fundamental de un hombre se encuentre recubierta de adherencias que haya que limpiar. Esto es lo que se llama en la tradición occidental, «purgatorio».

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7.11.09

El Infierno (y III)

Las penas del infierno.

No hay definición solemne respecto a este particular, sin embargo la Tradición y el Magisterio con un sólido apoyo en la Escritura, han enseñado siempre que existen dos tipos de penas en el infierno: la pena de daño y la pena de sentido, ambas eternas.

a) Pena de daño: Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección (1). Esta separación eterna de Dios, que es la pena de daño, es la principal pena del infierno (2). La privación de la visión de Dios, que es como la esencia del infierno, es la peor desgracia que puede sobrevenir a la criatura, así lo explica San Juan Crisóstomo: «nada hay comparable con la pérdida de aquella gloria bienaventurada, con la desgracia de ser aborrecido de Cristo, de tener que oír de su boca: «no te conozco»; de que nos acuse de que le vimos hambriento y no le dimos de comer. Más valiera que mil rayos nos abrasaran, que no ver aquel manso rostro que nos rechaza y que aquellos ojos serenos no pueden soportar el mirarnos» (3). Se puede decir que esta pérdida de la visión de Dios es una pena infinita, en razón del Bien Infinito del que priva eternamente (4).

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6.11.09

Un sacerdote, salesiano y gaditano, sobre la forma extraordinaria de la Liturgia

Un regalo para la Iglesia

Santiago Gassín Ordónez

Soy un sacerdote salesiano, de 39 años, director y coordinador de Pastoral Juvenil en el Colegio Salesiano “Ntra. Sra. Del Rosario", en Rota (Cádiz). Sólo un par de veces he asistido a la Santa Misa según la Forma Extraordinaria del Rito Romano. Así es como se llama la que, gracias al Papa Benedicto XVI se puede volver a celebrar, si un grupo de fieles que así lo deseen lo soliciten al Ordinario, el cual no podría negarse.

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El Infierno (II)

Existencia del infierno.

Hay una gran cantidad de textos de la Sagrada Escritura que confirman la existencia del infierno. Aquí mostraremos un florilegio de ellos.

- Antiguo Testamento.

o «¡Ay de las naciones que se levanten contra mi pueblo! El Señor omnipotente los castigará en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, y gemirán de dolor par siempre» (Jud 16,20).

o «Acuérdate de que la cólera no tarda. Humilla mucho tu alma, porque el castigo del impío será el fuego y el gusano» (Eccli 7,18-19).

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5.11.09

El Infierno (I)

En la Constitución Lumen gentium, el Vaticano II recuerda, con palabras de la Sagrada Escritura, el fin al que estamos encaminados: «Somos llamados hijo de Dios y lo somos de verdad (cf 1 Jn 3,1); pero todavía no hemos sido manifestados con Cristo en aquella gloria (cf. Col 3,4), en la que seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es (cf. 1 Jn 3,2)» (1)

El Concilio también advierte el gran riesgo que corre el hombre si usa mal la libertad: «Y como no sabemos ni el día ni la hora, por aviso del Señor, debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Heb 9,27), si queremos entrar con Él a las nupcias merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt 25, 31-46); no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt 25,26), seamos arrojados a l fuego eterno (cf. Mt 25,41), a las tinieblas exteriores en donde «habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13-25)».

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