Rocco Buttiglione: «No he escuchado respuestas a mi libro»
Ayer, 7 de marzo, se celebraba en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino en Roma «Angelicum» la fiesta de su patrón, el Doctor Angélico. Por tradición se celebra en este día, el de su muerte en la abadía de Fossanova, no sólo porque así constara en el antiguo calendario litúrgico, sino porque el 28 de enero suele caer dentro del periodo de exámenes.
El programa del día incluía una conferencia del profesor Rocco Buttiglione cuyo título dejaba bastante claro el tema que pretendía abordar: «De singularibus non est scientia: Santo Tomás y una reciente polémica en la teología moral». A muchos nos había resultado chocante que siendo Santo Tomás el traicionado en esa reciente polémica, por haber sido utilizado su nombre para defender tesis diametralmente opuestas a su propia teología, Buttiglione, uno de los más acérrimos defensores de la lectura heterodoxa (y canonizada) de la Amoris Laetitia, viniera al Angelicum, donde el Aquinate reside «tamquam in domo sua», a echar algo más de sal a la herida.


Salvo que, por necesidad psicológica o moral, uno elija cerrarse a la realidad y no ver las cosas como son, se debe reconocer que la Iglesia atraviesa en España una crisis sin precedentes en su historia. A la hora de analizar los factores que han llegado a esta crisis, muchos toman la salida fácil de culpar al Concilio Vaticano II de todos los males que afectan a la Iglesia universal y, por tanto, a la Iglesia española. No niego que es muy tentador presentar una historia en la que en la Iglesia todo iba viento en popa y, de la noche a la mañana, gracias a las maniobras de un grupo de eclesiásticos muy organizado, se consiguió organizar un Concilio ecuménico que pusiera todo patas arriba. Es fácil incluso reconocer que líneas teológicas con grandes deficiencias convergen en muchas de las orientaciones del Concilio, aunque casi todos aceptan que los textos conciliares no contienen afirmaciones heterodoxas.
Ne quid nimis (μηδὲν ἄγαν): «nada en exceso». Estas palabras completaban las dos famosas sentencias esculpidas en el templo de Apolo en Delfos, de las cuales la primera («conócete a ti mismo») es mucho más conocida. La huida del exceso estaba tan presente en la cultura griega que cuando Aristóteles tiene que definir la virtud en el segundo libro de su Ética Nicomaquea, dará por supuesto que ella tiene que constituir un medio, porque tanto el exceso como el defecto destruyen necesariamente el bien. Esto no supone un elogio de la mediocridad, pues el mismo Aristóteles aclarará que «de acuerdo con su entidad y con la definición que establece su esencia, la virtud es un término medio, pero, con respecto a lo mejor y al bien, es un extremo». La falta de virtud, en cambio, se manifiesta en el desorden, en la falta de razón, que hará que la acción tienda al defecto o al exceso, apartándose del bien que está en el medio apropiado al sujeto prudente.

