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2.06.17

Velar por el misterio y sus protagonistas

He venido leyendo de un sacerdote español nacido en el año 1917 llamado Federico Suárez un librito titulado “José, esposo de María” del cual me he prendido por la sencilla razón que me descubre lo que de san José la gracia me ha concedido pero también lo que me falta.

Voy apenas por el segundo capítulo en el cual el autor destaca el valor del silencio en san José.

Leerlo ha sido como que me dieran con un bate por la nuca debido a que, cuando me dominan las emociones y sentimientos, no puedo cerrar el pico.

El caso es que, gracias a Dios, tomé esa lectura antes de postear la segunda parte de aquella en la que hablé sobre el gran chocolate que comí escondidas de papá.

Gracias a Dios ese capítulo sobre el silencio era lo que necesitaba para caer en la cuenta que con esa segunda parte estaría hablando de más.

Cierto, cierto, cierto… el papa Francisco despierta muchos sentimientos pero, hace falta hablar de ello? No, no hace falta.

El padre Federico lo demuestra diciendo que, al igual que cualquiera de nosotros bajo las actuales circunstancias, san José fue “un hombre angustiado intentando dar con una salida honrada y justa”; aunque, también “un hombre que supo estar a solas con Dios y con su conciencia, examina con serenidad una situación; y sin lamentarse, sin buscar apoyo en el que descargar una parte de su responsabilidad… “.

Muy al estilo de lo que la realidad nos plantea, José “hace frente con lucidez a las circunstancias y carga con su propia decisión”.

Sin queja, dice el padre Federico, José abandona Nazareth, no menciona su ansiedad y humillación al no encontrar refugio para la Madre en Belén, no se excusa por ofrecerle solo una cueva, pesebre y paja. Va y vuelve de Egipto sin pedir explicación. Pasa allí unos años de un silencio denso y, para cuando encontró a Jesús en el templo, cedió a la Madre la palabra.

Después, desaparece del Evangelio.

Y, aunque, en su aparente insignificancia, bajo su aparentemente silencio pero, además, desaparecido, de san José podemos decir que “se encontró ante el misterio de un Dios hecho hombre, de una Virgen que concibe sin obra de varón,  de una elección –la que Dios hizo de él- para velar el misterio y proteger a los protagonistas. ¿Qué iba a decir ante semejante prodigio, al verse él, un hombre sencillo, un artesano de una aldea perdida en un rincón del Imperio, no solamente espectador del más maravilloso suceso ocurrido desde la creación del mundo, sino implicado él por particular designio de Dios?”

Al respecto, responde: ¿Acaso, al día de hoy, tú -un hombre sencillo- no estás implicado por particular designio de Dios en el misterio y en velar por el y sus protagonistas?

Pues, ¡eso!.

Ante el misterio, hablar de más, no parece ser parte de nuestra responsabilidad. 

:)