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13.04.15

Ante la Misericordia somos todos iguales

«Si el hombre no graba en su corazón que es pecador, Dios no le escucha», sentenciaba un Padre del Desierto. Un hermano suyo le preguntó: «¿Por qué es tan importante sentirse pecador?». Y el anciano contestó: «Si uno tiene presentes sus pecados, no ve los pecados de su prójimo».

La semana pasada un funcionario del gobierno dijo en Twitter algunas cuestiones un tanto graves en contra del clero costarricense que resultó en una trifulca en las redes sociales que derivó en su renuncia.

Como la más aguerrida, fui de las primeras en responder procurando hacerle ver que, debido a su función como responsable de redes sociales de Casa Presidencial, era irresponsable expresarse de del modo en que lo hizo respecto de cualquier grupo humano.

Cuando supe de su renuncia, verdaderamente, pesó en mi alma y así lo manifesté ya que, responsabilizarse por sus palabras siendo funcionario le habría permitido crecer en estatura humana.

Su agresión no me la habría tomado con tanta calma de no haber sido porque una conocida me advirtió que Julia es un alma atribulada. Bastó con eso para que la gracia me ayudara a comprender que quizá la suya es un alma tan inconsolable como la mía.

Ayer domingo, Fiesta de la Misericordia, la funcionaria publicó en Facebook una reflexión que tituló “Las misas, los curas, las religiones, mi idea de Dios” sobre el que espero eviten sacar conclusiones antes de terminar de leerme. 

Mientras leía supe que Julia, en varios aspectos, es como una niña sobre quien nos abalanzamos como fieras sin siquiera considerar que nuestros pecados bien podrían ser mayores que los suyos. 

Ahora bien, por qué, según el anciano Padre del Desierto, es tan importante no ver los pecados del prójimo?

Porque de esa manera, por gracia, lo amarás por ser quien es.   

Y, quién es el prójimo? Uno que, al igual que tú, es amado.

Por esa razón fue que anoche le escribí a Julia para agradecer su articulito.

En la Fiesta de la Misericordia fue el día en que, por gracia, su corazón se instaló en el mío.

Una verdadera gracia. Como lo fue el que, durante la Fiesta de la Misericordia del año pasado, llorando junto a mi padre en su lecho de muerte, clamamos por Misericordia la última vez.

Una verdadera gracia.

Es cierto que hay mucho en juego si permitimos a funcionarios públicos agredir a los cristianos debido a que ponen en grave peligro nuestra condición de igualdad ante la Ley por lo que es justo presentar el debido reclamo; sin embargo, por gracia, bien sabemos que, ante la Misericordia, el que somos todos iguales, es ineludible.