El lago O’Hara, en las Montañas Rocosas canadienses. Óleo de Carl Rungius (1869-1959).
«Necesitamos el tónico de lo agreste… Al mismo tiempo que estamos ansiosos de explorar y aprender todas las cosas, requerimos que todo sea misterioso y difícil, que la tierra y el mar sean infinitamente salvajes, inexplorados e inescrutables, pues son insondables. Jamás nos hartamos de la naturaleza».
Henry David Thoreau
«Hay una doble y muy distinta nostalgia por la naturaleza: nostalgia por la felicidad que un día nos proporcionó y nostalgia por su perfección. El hombre sensual lamenta la pérdida de la primera; solo al hombre moral puede afligirle la de la segunda».
Friedrich Schiller
Ah, la palabra, ecología, tan usada como explotada hoy. Confieso que no me gusta, no por lo que etimológicamente significaría, sino por esa carga ideológica que arrastra consigo su uso moderno, con esa alteración de los órdenes y prioridades naturales que comporta. Por eso me permitirán que no haga demasiado uso de ella. Me niego a aceptar esa moderna visión del hombre como un ser destructor cuya actividad daña inevitablemente la naturaleza, un némesis de lo creado, producto de una óptica pesimista que en el fondo desprecia lo humano. Nuestra relación con el mundo animal se funda en la admiración, el respeto y en el aprovechamiento justo, pero no porque adoremos a la naturaleza, sino porque adoramos a su creador. Nosotros, el hombre, somos el centro de esa creación pues Él, encarnándose como hombre, así lo ratificó santificando nuestro destino (me he ocupado también de este tema en De niños, libros y naturaleza).
En esta entrada presentaré algunos libros, escritos en tiempos no “ecológicos” pero que, para sorpresa de no pocos modernos, contienen en sus páginas más amor a la naturaleza y a los animales que los sesudos estudios de los departamentos académicos de muchas Universidades de hoy.
Voy a hablar, entre otros, de Jack London, de James Oliver Curwood y de Ernest Thompson Seton y aunque dejaré a un lado a Kipling no es por que sea ajeno al tema, sino porque ya he hablado extensamente de él a este respecto (Por las selvas de medio mundo).
Todas la novelas de las que voy a hablar están protagonizadas por animales. Los protagonistas piensan y actúan como si sus almas fueran humanas, pero se comportan como lo harían las especies animales a que pertenecen. Es como si un alma humana se encontrara atrapada en un cuerpo animal y sus deseos o su voluntad estuvieran delimitados por los instintos de este. Sin duda requiere una pizca de fantasía y una “deliberada suspensión de la incredulidad”. Lo que, como saben, es muy sano.
Esta fórmula es antigua y especialmente pedagógica. Una manera deliciosa y suave de transmitir aquello que debe hacerse o de enseñar la forma en que uno debe comportarse. No obstante, estos libros ––unos más que otros, es verdad––, contienen también una crítica, una censura, en mi opinión más equilibrada que la que muestra la hoy rampante ecología. Existe un hermoso orden en la naturaleza que debemos preservar y las conductas de muchos de los hombres que aparecen en estos libros nos lo advierten, orientándonos hacia ese bien.
Por razón de lo ya dicho, mucho me temo que libros a comentar aquí se vean proscritos por el establisment dada su falta de “conciencia ambiental”. Y no porque no trasluzcan un amor y conocimiento por lo natural, lo agreste o lo salvaje, sino por su difícil encaje en el buenísmo y sentimentalismo pusilánime del ecologismo actual. Para muestra un botón: Thompson Seton ––uno de los escritores de que hablaremos hoy––, decía que “el hecho de que estas historias sean verdaderas es la razón por la cual todo resulta finalmente trágico (…). La vida de un animal salvaje siempre tiene un final trágico”. Veámoslo pues.
El Rey de los osos (1918), de James Oliver Curwood
Portadas de una edición temprana de Juventud y de una reciente de Barataria.
James Oliver Curwood (1878-1927) fue en su tiempo un escritor de libros de animales y de aventuras tan popular como Jack London (en España son numerosísimas las ediciones de sus libros). En esta maravillosa novela Curwood nos cuenta la historia de Thor, un poderoso y solitario macho de oso gris, y Muskwa, un cachorro huérfano de oso negro, a quienes el destino convierte en compañeros de viaje en las inhóspitas Montañas Rocosas canadienses. En su huida de unos cazadores, los dos osos van de aventura en aventura, recogiendo bayas, pescando en los ríos y teniendo encuentros poco amistosos con otros animales del bosque, mientras los tramperos se van acercando más y más.
La historia es contada desde tres puntos de vista, el de un cazador llamado James Langdon ––que es el propio Curwood––, el del grizzly gigante Thor y el de Muskwa, el pequeño huérfano de oso negro, rodeados todos por las montañas y los bosques con su misterio y su majestad, su paz y sus silencios, sus rumores y sus estrépitos, sus aromas, su libertad y su soledad.
Un emotivo relato de fraternidad entre animales y de transformación de un hombre, que llevará a los niños lectores a través de abruptas montañas en un viaje de vida, muerte y redención.
En el prefacio de la edición original, el autor señaló que la historia se basa en un acontecimiento de su vida, el que transformó al Curwood cazador en el Curwood admirador y amante de la naturaleza. “La emoción más grande de la caza no es matar, sino dejar vivir”, escribe en el prefacio. El libro muestra la comprensión y empatía del autor para con los osos y demás animales salvajes.
Como curiosidad, decir que esta novela inspiró el film El Oso, de J. J. Annaud.
Para edades entre los 10 y los 16 años.
Animales salvajes que he conocido (1898), de Ernest Thompson Seton.
Portada de la edición española de Argos Vergara y de una edición norteamericana que muestra parte del arte pictórico del autor.
Personaje fascinante y poliédrico (naturalista, cazador, magnífico dibujante y pintor, escritor, uno de los impulsores ––con Baden-Powell–– de la cultura scout y pionero en la defensa del modo de vida del indígena norteamericano y en la protección de la naturaleza y la vida salvaje), Ernest Thompson Seton (1860-1946) escribió numerosos libros infantiles y juveniles sobre los animales de las praderas y bosques americanos que tan bien conoció, libros que se han convertido en clásicos y en los que refleja apasionadamente su amor por la naturaleza.
Uno de estos libros es el que nos ocupa, Animales salvajes que he conocido, un conmovedor conjunto de relatos sobre las vidas de ocho animales, ilustrado magníficamente por el propio autor. En esta obra, Thompson Seton nos cuenta la historia de Lobo, el rey de Currumpaw (episodio autobiográfico que, como en el caso de Curwood, cambió el enfoque del autor hacia los animales); la de Silverspot, un cuervo; la de Raggylug, un conejo de rabo blanco; la de Bingo, su propio perro; la del zorro de Springfield; la de Potro Negro, un salvaje mustang; la de Wully, la historia de otro perro; y la de Redruff, una perdiz de Don Valley.
“Estas historias son verdaderas”, escribió Thompson Seton, y sigue diciéndonos: “Aunque he dejado la línea estricta de la verdad histórica en muchos lugares, los animales en este libro son todos personajes reales. Vivieron la vida he contado, pero mostraron un heroísmo y una personalidad más fuertes de lo que yo he conseguido plasmar con mi pluma (…). Lobo es sinónimo de la dignidad y la constancia amorosa; Silverspot, de la sagacidad; Redruff, de la obediencia; Bingo, de la fidelidad, Potro Negro, del amor a la libertad …. ”.
Se trata de un libro fascinante y conmovedor, aunque duro en ocasiones, y ello a pesar de que el autor trata de exponer las crudas realidades de la naturaleza con cierta delicadeza, al tiempo que infunde en el joven lector un sentimiento de asombro y admiración por las maravillosas criaturas que comparten nuestro mundo; sirva de ejemplo, el testimonio que nos transmite Sir David Attenborough sobre la obra: “Me regalaron un ejemplar de “Animales salvajes que he conocido” cuando tenía ocho años. Todavía la conservo. Era el libro más preciado de mi infancia. Sabía muy bien que el hombre que lo escribió entendía a los animales sobre los que estaba escribiendo con una intimidad, percepción y simpatía que no han sido igualadas por ningún otro autor que yo haya leído”.
De 10 años en adelante.
Dardo, el caballo del bosque (1961), del poeta y Premio nacional de Literatura en 1954, Rafael Morales Casas (1919-2005).
Portada de la primera edición de Doncel y una de las últimas de Noguer.
Se trata de una novela corta donde el poeta narra, en una prosa bella y sugestiva, las aventuras de un potrillo, un perro y un niño perdidos en medio de un bosque. Según el hijo del autor, Rafael Morales Barba, se trataba del libro favorito de su padre, donde quiso mostrar su visión de la infancia “como un reino de aventuras”.
Dardo es el potro de color negro de Moncho, un niño de 12 años hijo de un ganadero. Cuando por razón de una venta de ganado el potrillo es separado de su madre, huye y se interna en un frondoso bosque, en el que transcurre la mayor parte del relato. Allí se hace amigo de un mastín, Noble, con cuya ayuda se defiende del ataque de los lobos. Puesto que nadie es capaz de encontrar al caballito, Moncho se acopia de valor y se adentra solo en el bosque decidido a traer de vuelta a casa a su amigo Dardo.
A pesar del carácter poético de la prosa, casi no existe humanización en los animales protagonistas de esta aventura, que son descritos con realismo y precisión. Realismo extensible también a las brillantes descripciones de un mundo rural y familiar ya muy lejano y con claros tintes autobiográficos. El libro recibió el premio Doncel de novela del año 1961. De 8 años en adelante.
La llamada de lo salvaje (1903), de Jack London.
Portadas de la primera edición de la novela y de una de las últimas ediciones en España.
Jack London (1876-1916) nos cuenta la historia de Buck, un perro criado en un tranquilo y acomodado hogar en las tierras soleadas del sur de California, que es robado por unos desaprensivos y llevado al norte, a la desértica tundra helada de la región del Yukón. Estamos en 1897, en plena fiebre del oro, y nuestro protagonista es vendido a unos mineros como perro de trineo. Allí Buck, a través de tribulaciones y penalidades varias, aprende pronto la “ley del garrote y del colmillo”, y comprende que debe aprender a adaptarse a las reglas de la naturaleza para sobrevivir.
Los niños verán el libro como una gran historia de aventuras contada a través de los ojos de un perro. Los adultos encontrarán temas más profundos sobre la sociedad, la naturaleza humana, la fidelidad y la justicia. Una epopeya donde la supervivencia supone una regresión, una vuelta al origen, relatada en forma de parábola y de fábula.
Dos ilustraciones para la primera edición de la novela, realizadas por el magnifico artista Phillip R. Goodwin (1881-1935).
La magistral pluma del vagabundo y aventurero novelista nos ofrece esta estupenda historia a través de una prosa ágil y un estilo bronco, hosco y salvaje (menos amable que cualquiera de los anteriores títulos); el resultado es, sin duda, una novela vigorosa y excepcional, una aventura emocionante que nos sume en una meditación profunda sobre la dicotomía naturaleza versus crianza, y sobre la delgada línea que separa la civilización de la barbarie, además de ser un canto a la fidelidad, lo que buena falta nos hace.
Si al acabar la lectura, sus hijos no quedan subyugados por Buck, o bien han leído distraídamente el libro o bien son amantes de los gatos (lo que, por otro lado, no estaría nada mal). Para chicos de 14 años en adelante.
Y termino con los versos del poeta norteamericano John Myers O’Hara (1870-1944), con los que comienza el último de los libros comentados, La llamada de lo salvaje:
“Viejos anhelos nómadas se encienden,
Debilitando la cadena de la costumbre;
Y, entre la bruma de los sueños,
Despierta el feroz linaje”.
Porque en todo lo creado retumba un son bravío e indómito que resuena como un eco en el corazón de cada hombre, una “llamada de lo salvaje” que hace que “jamás nos hartemos de la naturaleza”.